En esta tragedia, mandan más las declaraciones altisonantes, la conversación apasionada de las redes sociales, los insultos en matinales de TV, las acusaciones constitucionales y los comunicados asambleístas, que la propuesta desapasionada para resolver las graves dificultades que enfrentamos. De la misma manera en que no vieron venir lo que implicaban 30 pesos y las autoridades económicas burlándose de las personas, pareciera que hay ceguera ante la oscura noche del desamparo económico que se viene sobre el país.
El viernes 4 de octubre del 2019, el Panel de Expertos dictaminó la tercera alza del transporte público en Santiago a partir de ese domingo 6. El metro subía los ya famosos 30 pesos en el horario en que lo ocupa la mayoría de las personas. Justo ese fin de semana, la oposición tuvo reuniones trascendentales para los planes que venían. El Frente Amplio tuvo un congreso ideológico donde apostaron a un programa de izquierda y de cambios profundos, incluyendo la nacionalización de recursos naturales. En la declaración final no hay ningún párrafo dedicado al alza del metro. Como suele pasar, la izquierda siempre busca defender al pueblo, pero bien lejos de él. La ex Nueva Mayoría también se juntó en una política de alianzas posibles y tampoco salió tema alguno relacionado con el alza.
La autocrítica de la oposición al respecto ha sido dura. La expresión “no lo vimos venir”, es la más común de las lamentaciones ante el estallido social que puso al «oasis de Latinoamérica» al borde del precipicio. En pocos días, el país pasó a ser distinto y la propia izquierda salió a la calle a solidarizar con los manifestantes. Hasta tal punto llegó la empatía exagerada que, en un acto político en el ex Congreso Nacional, las graderías llenas de cuadros que hasta hace poco eran funcionarios públicos, aplaudieron a rabiar a los encapuchados de la primera línea. Una especie de mística revolucionaria convirtió a la Plaza Italia –rebautizada Dignidad– en una especie de romería donde la izquierda iba a expiar sus culpas.
[cita tipo=»destaque»]La propia democracia chilena tiene una crisis mayor. La credibilidad de sus instituciones está en el piso y el estallido también dañó la débil infraestructura política que tenía el país. Una revisión de los liderazgos presidenciales muestra una clara tendencia al populismo, el autoritarismo y no a la valoración de la democracia como modo de resolución de problemas. Esta fiebre también está contagiando a la izquierda, que cae fácilmente en la descalificación como argumento en la diatriba política.[/cita]
Después de tanta calle, autocrítica y similares, cabe preguntarse si la izquierda logró finalmente conectarse con las personas a pie. Es justo señalar, por cierto, que buena parte de la oposición concurrió al acuerdo constitucional de noviembre, que terminó salvando en los últimos minutos a nuestra democracia. Poco después hubo quienes en el oficialismo intentaron soslayar el plebiscito o quienes dicen hoy que no es necesario o muy caro, pero sería bueno preguntarse cuánto más nos hubiese costado una salida en helicóptero como De la Rúa o una acusación constitucional con salida como la de Dilma.
Después de ello, la pandemia colocó una pausa en toda la agitación y los problemas pasaron a ser otros. La pregunta ahora es si, después de un año, la oposición ha logrado conectarse con las personas y no tendremos otro episodio tipo de falta de lectura de la calle.
Los datos muestran que, a medida que baja la preocupación por el contagio, surgen otros demonios para la sociedad chilena. Hasta ahora, el PIB per cápita del año pasado se recuperará recién el 2025 y para muchas familias el rescate de los fondos de pensiones fue un salvavidas que evitó el desamparo. Pero traerá consecuencias para la generación actual en edad laboral, que además enfrentará desempleo y precariedad por largos años.
Para además complicar las cosas, la baja de los contagios parece no ser definitiva. Europa atraviesa una segunda ola de COVID-19, con gran cantidad de casos que pueden colapsar nuevamente sus sistemas de salud, y son una alerta para lo que viene aquí en medio del ciclo electoral, en especial durante el funcionamiento de la convención constitucional.
La propia democracia chilena tiene una crisis mayor. La credibilidad de sus instituciones está en el piso y el estallido también dañó la débil infraestructura política que tenía el país. Una revisión de los liderazgos presidenciales muestra una clara tendencia al populismo, el autoritarismo y no a la valoración de la democracia como modo de resolución de problemas. Esta fiebre también está contagiando a la izquierda, que cae fácilmente en la descalificación como argumento en la diatriba política.
En esta tragedia, mandan más las declaraciones altisonantes, la conversación apasionada de las redes sociales, los insultos en matinales de TV, las acusaciones constitucionales y los comunicados asambleístas, que la propuesta desapasionada para resolver las graves dificultades que enfrentamos. De la misma manera en que no vieron venir lo que implicaban 30 pesos y las autoridades económicas burlándose de las personas, pareciera que hay ceguera ante la oscura noche del desamparo económico que se viene sobre el país.