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El octubre chileno en clave histórica Opinión

El octubre chileno en clave histórica

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Francisco Javier Morales y Paulina Morales A.
Por : Francisco Javier Morales y Paulina Morales A. Doctorando en Historia Contemporánea Universidad Autónoma de Madrid (España)/Dra. en Filosofía, académica Universidad Alberto Hurtado (Chile)
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La conexión que habría, en efecto, en los cincuenta años que separa los dos “octubres” (1970 y 2020), guardaría relación con que el del presente sería un punto que vuelve a retomar de algún modo el ciclo de profundización democrática y social que se abrió en el de 1970, pero que fue interrumpido por el golpe militar de 1973. Posiblemente no exista una conciencia histórica completamente afincada respecto a esta cuestión, pero no podemos reprocharnos a nosotros mismos los vacíos y lagunas de una historia que, parafraseando a Marx, no la hacemos según nuestro libre albedrío. Es cierto que los actores sociales del presente han cambiado drásticamente una parte de sus expectativas y fisonomías vitales en este medio siglo, sin embargo, el anhelo de transformación y de superación de las injusticias y desigualdades actuales no los ha abandonado del todo, al menos no para un número importante de ellos.


La densidad de los procesos sociales y políticos que se aceleraron desde aproximadamente un año en Chile nos invita a pensar este mes de octubre en términos de su simbolismo y materialidad en diversos aspectos. Se trata de un periodo coyuntural y en extremo complejo en donde se definirán cuestiones trascendentales para el corto, mediano y largo plazo en el país. Ante dicho escenario, los actores sociales e institucionales se han volcado con fuerza dentro del espacio público a objeto de expresar su posicionamiento respecto a este tipo de desafíos.  Su conformidad o rechazo abierto ante un proceso de transformaciones que estaría a punto de iniciarse en Chile se ha ido desplegando sostenidamente a través de diferentes vías y mecanismos. Como pocas veces, estamos en presencia de un periodo axial, es decir, de una etapa que articulará continuidades y cambios en un contexto de mayor movilización social, pero también de fragilidad y temor ante los estragos de una pandemia y de un futuro del que no reconocemos –todavía- sus contornos más esenciales.

Esta densa coyuntura que ya está en marcha nos permite asimismo mirar algunos eventos en clave histórica reflexionando sobre ciertos momentos del pasado que vuelven a recobrar cierta vigencia en el presente. La disciplina histórica nos enseña desde luego que los eventos no se repiten de forma mecánica en el devenir de las sociedades, pero sí pone un punto de atención sobre ciertas continuidades que a veces tienden a actualizarse bajo nuevos escenarios. En base a lo anterior, quisiéramos fijar la mirada en los eventos que ocurrieron en octubre de 1970 en Chile y que terminaron por llevar, tras un complejo proceso, a Salvador Allende a la presidencia de la República. Es interesante anotar en este sentido que 50 años más tarde, y también en el mes de octubre, se abre otro proceso político en Chile que, aunque distinto en varios de sus aspectos esenciales a aquel de 1970, de algún modo presenta ciertas similitudes y puntos de conexión.   

Como se sabe, en la coyuntura electoral de 1970 estaban en disputa distintos modelos de sociedad articulados en torno a tres bloques políticos que habían levantado proyectos globales transformación. El programa de la Unidad Popular era la síntesis más acabada del gran proyecto histórico de la izquierda chilena durante el siglo XX. Un modelo de carácter antiimperialista y antimonopólico que a través de los mecanismos institucionales de la democracia liberal buscaba transitar hacia el socialismo. Dicho proyecto, se enfrentaba a las propuestas transformadoras de la Democracia Cristiana, que apuntaba a profundizar las reformas del gobierno de Frei Montalva, y de una derecha que ya esbozaba ciertos temas referidos a la iniciativa privada y redefinición del rol del Estado en la economía. Sin duda que el proyecto de la Unidad Popular era el más audaz, pues propugnaba, entre otras cosas, una serie de transformaciones que alterarían visiblemente los límites de la propiedad privada y la estructura económico-productiva del país. Todo lo anterior, ocurría, además, al calor de un contexto mundial y regional caracterizado por los cambios, las grandes movilizaciones sociales y los discursos utópicos que generaban una sensación colectiva de estar viviendo una transformación epocal.

La mayoría relativa obtenida por Allende la noche del 4 de septiembre de 1970 abriría, como se sabe, un periodo complejo en el país. La incertidumbre se apoderó de los grupos más refractarios la candidatura de la izquierda, tanto en Chile como en el extranjero (particularmente en Estados Unidos). Las negociaciones entabladas entonces entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, a efecto de que esta última apoyara con sus votos la elección de Allende en el Congreso pleno, quedaron acordadas finalmente a través de la firma de un estatuto de garantías constitucionales, en una muestra clara de la convicción democrática de Salvador Allende.

En ese marco, la segunda quincena de octubre fue testigo de un conjunto de hechos que se sucedieron con dramática rapidez. El día 22, mientras el Senado aprobaba la reforma constitucional que consagraba el estatuto de garantías negociado entre la DC y la UP, un comando de extrema derecha intentó secuestrar al comandante en jefe del Ejército René Schneider, operación que terminó en un cruento baleo hacia su persona falleciendo tres días después: el 25 de octubre. Sumado a esto, ya desde comienzos de ese mes, los atentados explosivos se habían multiplicado en distintos puntos del país, buscando crear una sensación de anormalidad que cerrara el paso a una futura investidura de Allende como Presidente. No obstante, tales hechos, y en particular la muerte de Schneider, tuvieron los efectos contrarios: Allende fue votado mayoritariamente en el congreso pleno el día 24 de octubre y la virtual amenaza de una acción de fuerza, que involucrase a militares y civiles, quedaría de momento cancelada.

Quizás lo más notable de este complejo periodo radicó en que buena parte de los actores sociales y políticos tenían plena conciencia de que en Chile estaban en juego cuestiones de la mayor trascendencia. La materialización de un proyecto de transformación social, política y económica, como el propugnado por la UP, significaba la apertura de un nuevo ciclo histórico en el país. Ello, sin duda, abría la puerta a la esperanza de millones de personas, pero también la incertidumbre y el nerviosismo para otro porcentaje igualmente relevante. Octubre de 1970 sintetizó, en fin, un conjunto amplio de problemáticas, deseos y frustraciones que se articulaban en torno a un tiempo histórico (presente y futuro) complejo y por momentos indescifrable.

Cincuenta años después, la historia vuelve ubicar el mes de octubre en nuestro calendario. Y nuevamente lo hace ad portas de lo que parece ser un cambio de ciclo social y político que se podría acelerar a partir del plebiscito fijado para el próximo día 25. Entre una fecha y otra (la de 1970 y la actual) han ocurrido ciertamente transformaciones de magnitud que cambiaron la fisonomía del país. Una de las más relevantes fue la instauración de una Dictadura Militar que dejó como herencia un modelo económico que en la actualidad se encuentra profundamente agrietado y bajo un fuerte cuestionamiento de parte de la sociedad civil.

Es interesante anotar, en este sentido, que para 1970 gran parte de los actores políticos y sociales reconocían también la existencia de una crisis más menos global del modelo económico de conducción estatal instaurando en Chile durante la década del treinta. De allí que los programas de transformación propuestos por las distintas candidaturas plantearan cambios estructurales que permitieran resolver las limitaciones y falencias económicas existentes. Tales propuestas reconocían explícita e implícitamente que cualquiera de las alternativas triunfadoras en septiembre de 1970 supondría abrir una nueva fase histórica en Chile. Como se puede advertir, la inminente apertura de un nuevo ciclo social y político vuelve a estar presente en la actualidad, cuando nos encontramos ante lo que pareciera ser un punto de inflexión mayor en donde buena parte de la sociedad civil ha tomado conciencia del trascendental momento que se vive.

Quizá uno de los tópicos más complejos de referir respecto a ambas fechas sea el de aquellas acciones que al perpetrase buscaban cerrar la etapa de transformaciones que estaba por llegar. Octubre de 1970 dejó como testimonio diversos atentados explosivos, una campaña del terror que pretendía amedrentar a la población y un general de la República -que había declarado un estricto respeto a la Constitución y la ley- atacado a tiros en su automóvil. No se puede soslayar, como dijimos anteriormente, que un alto porcentaje de estas acciones fueron digitadas tanto en Chile como en las altas esferas de Washington.

Nuestro actual octubre arroja cuestiones igualmente inquietantes sobre la mesa. Ha pasado un año desde el inicio del estallido social y las acciones y voluntades de las autoridades políticas se muestran cada vez más erráticas. Los distintos informes internacionales, que han puesto un punto de atención sobre la violación de derechos humanos cometidas por agentes del Estado, parece no inquietar al Gobierno. Incluso en estos mismos días, donde hemos sido testigos del accionar represivo de Carabineros y de amenazas explícitas a algunos fiscales que llevan adelante la investigación de estos hechos. La campaña en torno al Plebiscito, en tanto, ha mostrado a buena parte de la derecha en sus habituales posiciones refractarias: buscando generar una sensación de miedo e incertidumbre por lo que vendrá a futuro y apelando a una retórica que recalca la importancia de ciertos valores como la “chilenidad” o el patriotismo para hacer frente al supuesto caos que se avecina. Y en los márgenes de algunas redes sociales -pero con cierta resonancia dentro del espacio público- grupos a favor del rechazo a una nueva Constitución, y que se autodefinen como de choque, muestran semblantes y símbolos propios de movimientos paramilitares o filonazis. Según han declarado los dirigentes de estos grupos, ellos estarían dispuestos a defenderse y a atacar con armas a cualquiera que se interponga en su camino.

Una breve digresión final se refiere a las continuidades de las coyunturas revisadas. La conexión que habría, en efecto, en este largo periodo de cincuenta años que separa los dos “octubres”, guardaría relación con que el del presente sería un punto que vuelve a retomar de algún modo el ciclo de profundización democrática y social que se abrió en el de 1970, pero que fue interrumpido por el golpe militar de 1973. Posiblemente no exista una conciencia histórica completamente afincada respecto a esta cuestión, pero no podemos reprocharnos a nosotros mismos los vacíos y lagunas de una historia que, parafraseando a Marx, no la hacemos según nuestro libre albedrío. Es cierto que los actores sociales del presente han cambiado drásticamente una parte de sus expectativas y fisonomías vitales en este medio siglo, sin embargo, el anhelo de transformación y de superación de las injusticias y desigualdades actuales no los ha abandonado del todo, al menos no para un número importante de ellos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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