La señal de malestar que entregó la gente a la clase política fue clara y categórica. Los chilenos quieren una nueva Constitución elaborada por personas elegidas de manera democrática, independientes y que representen el espíritu y demandas que dieron inicio al estallido social. Sin embargo –y como si no hubieran entendido nada–, desde ayer lunes empezaron a circular los nombres que cada partido, sin excepción, quiere llevar al proceso constituyente. Exministros, alcaldes y parlamentarios que no pueden volver a repostular, rostros de la elite. Los de siempre.
El domingo comenzó a cerrarse, definitivamente, una parte de la historia de nuestro país. Esto, luego del triunfo arrollador de las opciones Apruebo y Convención Constitucional, que superó incluso los cálculos más optimistas. Cuarenta años regidos por una Constitución ilegítima, elaborada –literalmente– entre cuatro paredes y firmada por el dictador Augusto Pinochet Ugarte. Y aunque es cierto que ha sufrido varias modificaciones con el transcurso del tiempo, lo medular, su base y principios se mantuvieron intactos. De ahí que las manifestaciones masivas que se llevaron a cabo desde el 18 de octubre del año pasado en adelante, tenían una consigna común: cambiar la Constitución. La jornada histórica que vivimos –tan importante y emocionante como el triunfo del NO en 1988– tuvo un gran ganador: la ciudadanía.
La señal de malestar que entregó la gente a la clase política fue clara y categórica. Los chilenos quieren una nueva Constitución elaborada por personas elegidas de manera democrática, independientes y que representen el espíritu y demandas que dieron inicio al estallido social. Sin embargo –y como si no hubieran entendido nada–, desde ayer lunes empezaron a circular los nombres que cada partido, sin excepción, quiere llevar al proceso constituyente. Exministros, alcaldes y parlamentarios que no pueden volver a repostular, rostros de la elite. Los de siempre.
[cita tipo=»destaque»]Si nuestra elite política –toda, de Kast a Teillier– no entiende pronto la alerta enviada por el 78% de los chilenos, lo que vamos a tener es un proceso Constituyente capturado por los partidos, mientras la sociedad, los jóvenes –que votaron de manera masiva–, los grupos minoritarios, nuestros pueblos originarios, quedan como actores secundarios. En ese caso, la cuenta que pueden pagar será grande. Y ya no podrán decir «no lo vimos venir».[/cita]
No cabe duda que la brecha entre la elite política y la gente quedó de manifiesto este 25 de octubre. Si algo caracterizó a las demandas ciudadanas, expresadas a partir del 18 de octubre del año pasado y luego para el retiro del 10%, fue la presión de la calle. El mundo político no tuvo más que aceptar, a regañadientes en el caso de la derecha, la voluntad popular. Pese a las promesas de cataclismo para el país, incluso el Presidente Piñera tuvo que olvidarse de vetar la ley. Sin embargo, las reacciones políticas de estas primeras horas han apuntado en el sentido inverso. Un Gobierno intentando –casi vergonzosamente– subirse a un carro ajeno, quiebre y recriminaciones cruzadas en Chile Vamos y la incapacidad de la oposición de emitir una señal de unidad, ni siquiera a la hora del triunfo.
El Presidente Piñera optó por la estrategia de jugar un rol en el proceso constituyente que vendrá, desplegando un relato que intentó apropiarse del origen del plebiscito. Más allá de que este argumento no le hace sentido a la gente, el Mandatario puso dos puntos en el debate.
El primero, su llamado a la unidad del sector, algo que se ve imposible considerando que, si la tensión ya era alta antes del 25 de octubre, desde esa misma noche vimos que los partidos de Chile Vamos tomaron caminos diferentes, y lo que se avecina es un evidente quiebre entre el ala más liberal y la derecha dura. A eso se sumará la decisión que tendrá que tomar Joaquín Lavín, cuya candidatura no se podrá sostener si no renuncia a la UDI, si es que antes no lo declaran “persona non grata”. Y en segundo lugar, intentó reforzar la idea de no a la página en blanco, argumento que de seguro no tendrá eco en el debate.
Si ya teníamos un Gobierno débil –ayer llegó a 15% en Cadem–, de aquí en adelante tendremos un Gobierno intrascendente. El Primer Mandatario cometió el error de ni siquiera hacer trascender su opción en el plebiscito, por lo que de seguro carecerá de legitimidad ciudadana para conducir políticamente un proceso tan complejo como el que se viene por delante.
Pero sí Piñera deberá hacer cambios en su Gobierno para la recta final. No es sostenible mantener un equipo de ministros que tenga tanta distancia con la voluntad mayoritaria expresada el domingo. Víctor Pérez tiene una actitud, conductas y posiciones del Chile que se enterró –junto a Pinochet– el domingo. Lo mismo en el caso de Allamand. Y la derecha tendrá que hacer una reflexión profunda de si, como afirmó Jacqueline Van Rysselberghe esa noche, “somos el 20%” y la UDI y Republicanos “mueren con las botas puestas”, o tratan de entender lo que el electorado expresó tan claramente.
Y otros grandes perdedores también deberán cuestionarse la distancia que tienen con la sociedad chilena y los nuevos tiempos. Evópoli, que –pese a la promesa de convertirse en un partido de derecha moderna– terminó sumido en las tinieblas de cambiarse al Rechazo a última hora y oponerse antes al 10%. Un sector del empresariado que volvió a pronosticar que el triunfo del Apruebo sería una tragedia para Chile. Algunos medios de comunicación, especialmente la televisión, que insisten en llevar a los mismos rostros que distorsionan la representatividad popular –como Marcela Cubillos, que pareciera vivir en otro país– y, por supuesto, José Antonio Kast, que cree que nuestra sociedad sigue pegada en el siglo pasado.
Y la oposición y su incapacidad crónica, que puede llevarlos a sacar un cálculo equivocado del resultado del plebiscito e interpretar que con esto tienen la carrera ganada. La noche del domingo, como estos dos años, no fueron capaces ni siquiera de ponerse de acuerdo para entregar una señal unitaria. Era fácil y simple y ellos lo convirtieron en difícil e imposible.
Sí está claro que enfrentarán el próximo año –con siete elecciones, incluidos(as) los(as) 155 constituyentes– divididos al menos en dos bloques: Unidad Constituyente y FA-PC. La falta de comprensión de lo que quiere la ciudadanía, a nivel de las cúpulas de los partidos, es tan dramática que fueron los alcaldes –de manera transversal– los que hicieron nuevamente un llamado a la unidad, sin resultados hasta ahora.
También es el momento de preocuparnos –ocuparnos, la verdad– por los dos países que emergieron el domingo. Uno que representa a unos pocos, se concentra en tres o cuatro comunas, que votó por que todo siguiera igual, y el resto de Chile. Porque si hay una forma de representar la desigualdad, es así.
Si nuestra elite política –toda, de Kast a Teillier– no entiende pronto la alerta enviada por el 78% de los chilenos, lo que vamos a tener es un proceso Constituyente capturado por los partidos, mientras la sociedad, los jóvenes –que votaron de manera masiva–, los grupos minoritarios, nuestros pueblos originarios, quedan como actores secundarios. En ese caso, la cuenta que pueden pagar será grande. Y ya no podrán decir «no lo vimos venir».