Aún impactado por el femicidio del que habría sido víctima Julia, una de sus estudiantes, el profesor que dirige este establecimiento para adultos explica con pasión por qué es necesaria una modalidad de reingreso para que adolescentes y jóvenes de extrema pobreza recuperen su derecho a la educación. También enumera los notables logros de sus estudiantes en tiempo de pandemia y siempre
“Julia no murió, la mataron, y así hay que decirlo. Eso pasó hace justo un mes y recién estamos levantando la cabeza después del duro golpe, del trauma que significó su asesinato para toda nuestra comunidad. Creo que el suyo fue el femicidio número 28 a nivel nacional en lo que va del año”, comenta el profesor de Lenguaje y director del Centro de Educación Integrada para Adultos (CEIA) Josefina Méndez, de Coyhaique, David Navarro (33).
El caso de Julia Mancilla Vargas ilustra para este docente de origen viñamarino la extrema vulnerabilidad de sus 200 alumnos, que son en un 70 por ciento jóvenes, aunque el establecimiento que dirige sea en su origen de adultos y ahora corresponda a un EPJA, que imparte educación para personas jóvenes y adultas.
Julia tenía 21, era la hija de un matrimonio de personas sordomudas, quienes no escucharon cuando su sobrino, un hombre de 41 años y nacionalidad argentina, habría atacado a su hija en su propia casa, abusado de ella, para luego asesinarla con 72 cuchilladas. El primo es el único imputado y se encuentra formalizado por el delito de violación y femicidio. Los padres están bajo tratamiento sicológico; no sólo perdieron a su hija, sino a la persona que era su nexo comunicativo con el mundo.
Y, aunque se han organizado velatones virtuales en su honor y se difunde un aviso de «alerta morada» pidiendo «justicia para Julia» en el alfabeto de lenguaje de señas, la realidad es una e irreparable: la muchacha ya no está con nosotros.
“Ese es el tipo de vulnerabilidad que enfrentan nuestros chiquillos: altas tasas de violencia intrafamiliar, abandono, soledad, precariedad económica. Desde los 5 años que llevo acá, he tenido casos de chicos que se han caído de la Piedra del Indio, un monte muy conocido en Coyhaique; se han caído del techo de una casa por sobredosis, se han ahogado en el río borrachos en medio de un carrete o han saltado al vacío; simplemente se han suicidado. Hemos padecido 5 muertes en estos últimos 5 años, un muerto por año. Acá, en Aysén, los índices de suicidio son más altos que en el resto del país; sucede en las zonas extremas. Por eso, cada vez que pasa algo grave, uno se aflige, porque siempre hay algún conocido involucrado. Es lo que pasó con Julia y que tiene tan afectado al equipo. Ahora lo que tenemos que hacer es empoderar a los chiquillos, darles herramientas. Yo les repito que la Julia no se murió, que nos mataron a la Julia. Hay que enseñarles a reconocer la violencia y el abuso. Y esto de la cuarentena, que acá no termina, va sacando a la luz lo peor de cada uno. Pueblo chico, infierno grande”, dice David, el activo profesor que batalla por conseguir una modalidad educativa de reingreso, flexible y coherente con la precaria realidad de sus alumnos.
Creer en ellos: Ahí está la clave
“Yo soy de Viña del Mar y hace 5 años decidimos trasladarnos en familia a Aysén. Mi señora también es profesora, pero trabaja en otro tipo de establecimiento, nada que ver con el mío”, comenta este padre de dos hijos pequeños, a los que ahora cuida en un día de sol radiante, bajo un cielo límpido, en la parcela donde vive, a 15 minutos del CEIA, con vista privilegiada a la ciudad de Coyhaique. “Entré a trabajar como profe, mientras cursaba un magíster en Desarrollo Curricular y Proyecto Educativo. Hace dos años tomé la dirección de este colegio que lleva el nombre de la abuelita del actual dueño, Josefina Méndez, una de las primeras profesoras en la zona, en los años que les pagaban con animales; ese era el sueldo”.
[cita tipo=»destaque»] “Hablo de chicos de 17 años que tienen un nivel académico de quinto básico. Son entre 30 y 40 los que están en esa situación. Con ellos se trabaja para que puedan nivelarse y lograr los conocimientos propios de la educación básica, superando ese rezago. Recién en el segundo nivel empiezan a adentrarse en la educación media. Hay chicos con séptimo básico aprobado, pero que, con suerte, saben leer. Eso pasa mucho en la región. Hay un nivel de rezago profundo y uno no se explica quién validó aprobaciones de curso. Están los que tienen tres y hasta cuatro repitencias al hilo en su trayectoria educativa y los que llevan dos años fuera del sistema».[/cita]
Diez años tiene el establecimiento que cada año tiene más el perfil de una escuela de reingreso; es decir, de un liceo que acoge a jóvenes que tiene sus trayectorias educativas interrumpidas. La mayoría tiene entre 16 y 22 años. “Son chicos tremendamente vulnerados en todos sus derechos, calificados de desertores escolares, cuando lo que les ha pasado es que nadie les ha tendido una mano, los ha oído, se ha interesado por ellos”.
-¿Y cómo lo han pasado este año en pandemia?
-Uf, en el poco acceso que tienen a la tecnología, tan necesario en estos tiempos de clases virtuales, sus carencias han quedado todas expuestas. La calificación digital de los chiquillos es de un nivel bajísimo. Nosotros incorporamos la metodología Classroom y todas las plataformas educativas disponibles, pero el mayor porcentaje de nuestros alumnos no tiene cómo conectarse. Ahora mismo estamos imprimiendo 150 guías para 150 chiquillos, porque lo digital no aplica. Aunque ir a sus casas, conocer directamente sus ambientes familiares, sus realidades, ha sido muy útil. Para mí ese contacto ha sido utilísimo. Uno descubre las grandes necesidades que tienen y entiende tanto más de ellos.
David cuenta que su colegio funciona con una perspectiva de reingreso educativo; 30 alumnos son parte del proyecto de reinserción y 110 del reingreso. Se trabaja con ellos mediante tutorías, para nivelarlos. Cada chico tiene su tutor y ese docente lo acompaña durante todo su proceso. “Nuestra escuela queda en la entrada de Coyhaique, a 200 metros del principal acceso a la ciudad. Este año hemos tenido menos chiquillos de sectores rurales. Antes había más y los llamábamos ´los del valle´, muchos llegaban haciendo dedo. Ahora se han abierto residencias para los que llegan de Chile Chico, Puerto Ibáñez, de Cerro Castillo y de Puyuhuapi, de La Junta”.
Aunque son más hombres que mujeres, el director cuenta que han tenido a 40 madres adolescentes y que está ansioso por inaugurar un espacio destinado a “sala de amamantamiento” para que las jóvenes madres puedan estudiar con sus guaguas cerca, que por la pandemia quedó pendiente de ser inaugurado. También habla de los alumnos para los cuales se solicitan matrículas provisorias, por su rezago profundo. “Hablo de chicos de 17 años que tienen un nivel académico de quinto básico. Son entre 30 y 40 los que están en esa situación. Con ellos se trabaja para que puedan nivelarse y lograr los conocimientos propios de la educación básica, superando ese rezago. Recién en el segundo nivel empiezan a adentrarse en la educación media. Hay chicos con séptimo básico aprobado, pero que, con suerte, saben leer. Eso pasa mucho en la región. Hay un nivel de rezago profundo y uno no se explica quién validó aprobaciones de curso. Están los que tienen tres y hasta cuatro repitencias al hilo en su trayectoria educativa y los que llevan dos años fuera del sistema. Acá en Coyhaique funciona la primera residencia de protección que empezó a cambiarle la cara al SENAME. De esos niños, todos son alumnos nuestros, en tres años han pasado 10 por nuestro colegio. Y además nos hacemos cargo del 60 por ciento de los jóvenes derivados de Tribunales. En síntesis, el colegio entero funciona como una escuela de reingreso para adolescentes y jóvenes altamente vulnerados y vulnerables”.
David hace notar con cifras tomadas del Registro Social de Hogares que el 80% de sus alumnos está en situación de vulnerabilidad. “¡Ese dato permite entender tantas cosas! Pero cuesta que la Superintendencia de Educación y otras entidades de las que dependemos comprendan la pega que hacemos. Hemos tenido que pagar 25 millones de pesos de multas por discrepancias en la supervisión de asistencia. Alumnos como los nuestros no asisten a clases con la regularidad de los de una escuela regular, por eso es absurdo que se nos paguen así las subvenciones. Algunos trabajan, otros quedan a cargo de sus hermanos, a veces hay un metro de nieve y no pueden salir de sus casas y a veces faltan porque juega la Roja. Son cabros especiales, dispersos, diversos, a los que no se les puede medir con la misma vara que a los de la educación regular”.
Reclama con pasión el director de este CEIA por las dificultades que han tenido para acceder a las canastas de alimentación que entrega la JUNAEB. “Nos han dado sólo 70 y tenemos 200 alumnos, porque somos colegio de adultos. Esa es una discriminación absurda. Después de pelear caleta, hemos conseguido 70. Por esto y por muchas otras razones prácticas y concretas nuestra mayor aspiración es que se reconozca la modalidad de reingreso con todas sus particularidades y no se nos castigue. Que recibamos subvención no por asistencia, sino por matrícula, que tengamos directrices propias. Soy un eterno agradecido de los proyectos de reingreso, que son los que nos han permitido pararnos como colegio. Antes éramos sólo 6, ahora somos 19, gracias a estas iniciativas, que son concursables, lo que no es lo ideal, pero que hemos podido adjudicarnos y beneficiar a nuestros niños y niñas desde hace tres años, consiguiendo logros importantes.
-¿Cuáles son esos éxitos?
-Varios, importantes. Desde que partimos, hemos reingresado a casi 400 niños que estaban fuera del sistema. Son como 120 niños por año desde que empezamos. En cuanto a logros más específicos, hemos logrado el tercer lugar un año y luego el segundo en proyectos de Explora, compitiendo con los mejores colegios de Coyhaique, particulares, pagados. Somos el único establecimiento de adultos que participa en esa competencia de proyectos científicos y lo hacemos con cabros de privados y con pocas oportunidades. Hemos conseguido que una alumna nuestra entre al propedeútico de la Universidad Austral de Chile.
-¿Cómo lo han logrado?
-Porque mi equipo entiende que si nosotros creemos en ellos, ellos lo conseguirán, porque nunca antes nadie ha creído en ellos. Esa es la base de todo: creer en ellos.