A diferencia de Trump, Piñera y su Gobierno no logran capitalizar el descontento de la gente. Por el contrario, reflejan justamente lo que la población desprecia en la actualidad: una elite sorda a las necesidades de la sociedad. La retórica bélica y polarizadora del Presidente Piñera y sus decisiones políticas –producto de esta percepción de la realidad– no encuentran una respuesta favorable en la población chilena. Su discurso fracasó no tan solo entre quienes siempre han sido sus detractores, que ven en sus decisiones un reflejo de la violencia de sus palabras, sino que también entre los grupos de extrema derecha que, estando de acuerdo con la lógica belicista del discurso, no entienden por qué su retórica no se condice con acciones concretas y no se ponen en práctica medidas de mayor represión.
“Esto se va a poner feo… Llamo a no actuar estúpidamente a menos que algo los lleve a levantarse y pelear, porque nadie quiere una guerra, pero si Dios llama a su gente a la guerra, créanme que en ese momento nos levantaremos y pelearemos. No estamos asustados, no vamos a doblegarnos a la extrema izquierda. Si esto no se aclara, los patriotas americanos se levantarán y defenderán a nuestro Dios y nuestra Constitución”.
La cita anterior pertenece a un estadounidense cualquiera de un estado conservador del centro oeste y es una pequeña muestra de la polarización que vive ese país, en medio de un complejo proceso poseleccionario. Sus palabras, publicadas en un video en una red social –tal como otras grabaciones que circulan con discursos similares–, muestran un discurso de extrema división entre el bien y el mal, entre amigos y enemigos, entre “Dios” y el “diablo”.
Donald Trump logró en su primera campaña capitalizar el descontento de una considerable parte de la población, lo que finalmente le permitió ser el presidente número 45 de Estados Unidos. En sus cuatro años en el poder, el mandatario logró mantener gran parte de ese apoyo (hasta ahora alrededor de 70 millones de personas) y profundizar aún más las divisiones entre los estadounidenses.
Trump, con el pesar de los demócratas, logró entender y escuchar lo que una parte importante de la ciudadanía pedía, y su discurso abiertamente hostil y polarizador encontró tierra fértil en grupos importantes, como el de los hombres blancos de clase trabajadora. El resultado es una sociedad profundamente fracturada, con una gran cantidad de personas que ven la violencia política acercarse de manera peligrosa a sus puertas, en un país donde el 42% de los hogares tiene un arma (Pew Research Center, 2017), lo que se traduce en alrededor de 393 millones de armas de fuego en manos de civiles (Small Arms Survey, 2018).
La población estadounidense en general no la tendrá fácil. Se vienen dos meses en que la estabilidad política de este país estará pendiendo de un hilo, hasta que Biden tome el poder en enero o tal vez, incluso, hasta mucho después de eso. Dependiendo de lo que ocurra en los siguientes días y si el Partido Republicano decide finalmente quitarle el piso a Trump y ponerle paños fríos a la situación, la estabilidad de la democracia estadounidense se pondrá a prueba.
Durante toda la Presidencia de Sebastián Piñera y con más fuerza desde el 18 de octubre del 2019, el Primer Mandatario ha sometido a la población chilena a una prueba de polarización política: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nadie”. Un estudio hecho por Navarro y Tromben en 2019, que analizó las alocuciones de Piñera, demostró que, no obstante, hubo un cambio drástico en términos de las temáticas que comenzó a tratar luego del estallido, la combinación de las palabras “guerra”, “enemigo” y metáforas asociadas, están presentes en sus intervenciones desde que comenzó el mandato. Los autores refieren que “estos hallazgos revelan que no se trata de un exabrupto, sino de un discurso de gobierno que expresa una ideología específica y consistente”.
A diferencia de Trump, Piñera y su Gobierno no logran capitalizar el descontento de la gente. Por el contrario, reflejan justamente lo que la población desprecia en la actualidad: una elite sorda a las necesidades de la sociedad. La retórica bélica y polarizadora del Presidente Piñera y sus decisiones políticas –producto de esta percepción de la realidad– no encuentran una respuesta favorable en la población chilena. Su discurso fracasó no tan solo entre quienes siempre han sido sus detractores, que ven en sus decisiones un reflejo de la violencia de sus palabras, sino que también entre los grupos de extrema derecha que, estando de acuerdo con la lógica belicista del discurso, no entienden por qué su retórica no se condice con acciones concretas y no se ponen en práctica medidas de mayor represión.
Reflejo de esto es el grupo de nostálgicos de Pinochet que salió a tirarles maíz a los militares y que aún le ruegan a Piñera “que se ponga los pantalones” para acabar con la “extrema izquierda castrochavista”.
A un año del estallido social del 18 de octubre, de varios informes que evidencian las violaciones a los derechos humanos cometidas durante su Gobierno y luego de la aplastante mayoría que ganó el plebiscito por una nueva Constitución, Piñera intenta gobernar convertido en una figura desgastada políticamente y con extremadamente bajo nivel de credibilidad entre la población. Al parecer, su actual preocupación, y la de su Gobierno en general, es intentar retomar la imagen internacional de Chile, como un país que sigue los valores democráticos y estable políticamente.
Esto queda evidenciado, por ejemplo, en el documento que el ministro Allamand envió a las embajadas, indicando que en Chile se había “recuperado la normalidad” o, en las palabras de Piñera, cuando –en un tuit– le recalca al presidente electo Biden que en Chile “se comparten los valores de respeto por los DDHH y protección del medio ambiente”, semanas después de no haber firmado el acuerdo de Escazú y del último claro informe de Amnistía Internacional confirmando las graves violaciones a los derechos fundamentales ocurridas en el país.
El plebiscito realizado hace unas semanas demostró varias cosas. Entre ellas –y tal vez la más importante– es que Chile quiere un cambio y que no está polarizado, como se intentó hacer creer. Tal como lo plantea Javier Sajuria, la verdadera polarización está en la élite y lo que ha ocurrido es una repolitización de los ciudadanos. La población nacional parece estar preparada transversalmente para el consenso y avanzar en la construcción de un país más justo. En este sentido, lo que hagan los partidos de aquí en adelante, tanto para la Convención Constitucional como para quienes se presenten a la elección presidencial, es fundamental.
La ciudadanía ha mostrado que no quiere a los mismos de siempre en el poder y mira con esperanza los nuevos procesos eleccionarios. Sería un tremendo error que quienes ya se están asomando como potenciales candidatos de los partidos tradicionales de Chile, terminen siendo quienes se peleen la Presidencia en la papeleta final. Los partidos tienen que ser capaces de flexibilizar, hacer eco de las necesidades de la gente y presentar candidatos nuevos.
Lo que Piñera no ha conseguido con su retórica polarizadora, puede ocurrir si quienes llegan al poder finalmente son los mismos que generan rechazo en la gente. Esto puede terminar profundizando el descontento y dejar las puertas abiertas para que candidatos populistas como Trump asuman cargos de primer orden político, poniendo en riesgo la estabilidad democrática del país. No queremos eso.