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La desgracia de Smith Opinión

La desgracia de Smith

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Sergio Vera
Por : Sergio Vera Ingeniero naval. Magister y doctor en Ciencias COPPE - UFRJ, OPM Harvard Business School.
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En «La teoría de los sentimientos morales», Adam Smith plantea que las personas adoptan sus decisiones entre dos pasiones: la vanidad y la simpatía. En palabras del autor, la vanidad busca la satisfacción personal, procurando el reconocimiento o beneficio propio por sobre un interés social o común. En cambio, la simpatía trasciende al individuo y consigue posicionarnos como seres sociales que no son indiferentes al sufrimiento o necesidades de otras personas. Prevé infortunio, en una sociedad que no consigue simpatía (empatía) con los que padecen la desgracia.


En el siglo XVIII el estudio de la economía fue parte de la cátedra de moral y no es de extrañar que un destacado académico y filósofo moralista de la época sea reconocido como uno de los primeros en desarrollar un abordaje sistémico en la teoría económica, a través de su Investigación de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones (1776), uno de los textos más discutidos y con frecuencia incomprendido hasta hoy. Su autor fue Adam Smith.

Pero este fue su segundo libro y probablemente esto ocurra por desconocer su primera obra, La teoría de los sentimientos morales (1759), donde realiza un desarrollo extraordinario reflejando el espíritu de este filósofo, sin el cual su obra queda totalmente descontextualizada y resulta presa fácil para una interpretación antojadiza, ya sea atacando los fundamentos de la teoría de mercado o abusando de una interpretación parcial.

Smith funda su visión de la economía en La teoría de los sentimientos morales. Asume que las personas adoptan sus decisiones entre dos pasiones: la vanidad y la simpatía.

[cita tipo=»destaque»]Así, nuestra desgracia se desplaza transversalmente por todos los tejidos de la sociedad, con protagonistas que permanecen presas de su vanidad e incapaces de empatizar con la realidad de la mayoría de los ciudadanos. Pareciera que nada consigue saciar su voraz apetito por el dinero y el poder, deambulando cual depredadores por su próxima presa para sacar de ellos cuanto sea posible.[/cita]

En palabras del autor, la vanidad busca la satisfacción personal, procurando el reconocimiento o beneficio propio por sobre un interés social o común. En cambio, la simpatía trasciende al individuo y consigue posicionarnos como seres sociales que no son indiferentes al sufrimiento o necesidades de otras personas. Prevé infortunio, en una sociedad que no consigue simpatía (empatía) con los que padecen la desgracia.

Más aún, en su segunda obra y en un punto notable para la época, señala que “las grandes fortunas acumuladas tan rápida y fácilmente en Bengala y las demás colonias británicas en las Indias Orientales, nos revelan que en esos países miserables los salarios son muy bajos y los beneficios muy altos». El interés del dinero también lo es, proporcionalmente. Para nosotros sería un verdadero déjà vu, del cual nuestra sociedad no ha podido escapar por cientos de años y nos mantiene en una estructura colonial insostenible.

Así, nuestra desgracia se desplaza transversalmente por todos los tejidos de la sociedad, con protagonistas que permanecen presas de su vanidad e incapaces de empatizar con la realidad de la mayoría de los ciudadanos. Pareciera que nada consigue saciar su voraz apetito por el dinero y el poder, deambulando cual depredadores por su próxima presa para sacar de ellos cuanto sea posible.

Cualquier actividad pública o privada no es más que un instrumento para saciar su vanidad enfermiza. Esto no es responsabilidad del mercado, es simplemente maldad de sujetos que, con su abuso, se han transformado en la desgracia de Smith.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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