¿Es razonable volver a la discusión sobre los recursos destinados a las artes, la ciencia y la educación superior? Si Chile busca un desarrollo comprometido con su historia, su territorio y sus habitantes, no será a través del incentivo a la competitividad ciega y desigual entre sus universidades, estimulando la noción de estudiantes como consumidores. Tampoco alcanzaremos el bienestar colectivo quitándoles financiamiento a instituciones culturales y artísticas.
En estos días se debaten los últimos ajustes del Presupuesto de la Nación en el Congreso y hay muchas miradas puestas sobre las partidas de determinados ministerios, especialmente después que se mermara sensiblemente el financiamiento a la educación superior y las universidades públicas.
¿Es razonable volver a la discusión sobre los recursos destinados a las artes, la ciencia y la educación superior? La grave crisis sanitaria, social y económica producto de la pandemia nos obliga a preguntarnos si acaso son necesarios esos “pesos de más”, en lugar de necesidades de “mayor importancia” para la comunidad, como la salud y el empleo.
Es necesario recalcar que el financiamiento a las actividades de creación artística, investigación y generación de conocimiento significa una apuesta por sociedades críticas, comprometidas con el desarrollo común, participativas y capaces de generar avances en áreas productivas, así como en formas de convivencia más inclusivas, diversas y colectivas.
[cita tipo=»destaque»]Al contrario, países como Francia, Alemania o Japón, otorgan históricamente financiamientos basales a la educación, las artes y la cultura, porque asumen que son dimensiones que les dan cohesión a los países y promueven sociedades críticas, propositivas y comprometidas con el progreso común. Por esto, en la discusión parlamentaria de estos días, no están en juego solo unos pesos de más o de menos. En el debate están el presente y el futuro del país que queremos.[/cita]
El desarrollo de saberes y prácticas creativas alienta comunidades respetuosas con su entorno, preparándolas para adaptarse a un mundo de profundos cambios que se despliegan aceleradamente.
En estas discusiones –esta “pelea chica”, según el ministro de Hacienda– está en disputa la concepción de nación. Se trata de defender una visión de nuestro país, que reconoce en sus pueblos originarios su fuente identitaria, que estimula la responsabilidad medioambiental, la defensa y promoción de los derechos humanos y que define un presente y futuro con mayor equidad de género y orgulloso de la multiculturalidad de la sociedad chilena actual. Un Chile con comunidades creativas, diversas, empáticas y sensibles.
Estos valores y principios no se alcanzarán si se promueve el mismo modelo de desarrollo sin invertir en más y mejor conocimiento generado en nuestro país. Tampoco alcanzaremos un cambio sustantivo intentando reanimar un sistema productivo que no incluye un mayor desarrollo humano, compuesto de mejor educación o con más posibilidades de expresar y desarrollar la creatividad. Niñas, niños y jóvenes deben contribuir con sus talentos y saberes, para proponer una diversidad amplia de soluciones a los problemas que nos plantea el presente.
Si Chile busca un desarrollo comprometido con su historia, su territorio y sus habitantes, no será a través del incentivo a la competitividad ciega y desigual entre sus universidades, estimulando la noción de estudiantes como consumidores. Tampoco alcanzaremos el bienestar colectivo quitándoles financiamiento a instituciones culturales y artísticas.
Al contrario, países como Francia, Alemania o Japón, otorgan históricamente financiamientos basales a la educación, las artes y la cultura, porque asumen que son dimensiones que les dan cohesión a los países y promueven sociedades críticas, propositivas y comprometidas con el progreso común. Por esto, en la discusión parlamentaria de estos días, no están en juego solo unos pesos de más o de menos. En el debate están el presente y el futuro del país que queremos.