¿Será demasiado pedirles que transparenten por qué están tratando de forzar a que se apruebe entre gallos y medianoche? ¿No será simplemente porque el haber perdido el plebiscito (y por aplanadora) los lleva a buscar desesperadamente formas de emascular la nueva Constitución en lo económico? ¿Qué tal decir que lo que realmente quieren es mantener lo más posible de la actual Constitución, ilegítima y tramposa, y sus leyes de amarre en sus aspectos económicos? Algo que fue hecho a la medida para hacer las cosas de una forma particular y obstaculizar cualquier otra. Y el TPP-11 les viene como anillo al dedo para eso.
¡No hay derecho a tanta hipocresía!, como la de Allamand & asociados ―especialmente la de sus aliados “progresistas”―. Siempre he respetado las ideas ajenas, pero lo mínimo que se pide es que se expongan con honestidad, algo totalmente ausente en tantos que salen en defensa del TPP-11, en especial en su apuro para aprobarlo antes de la nueva Constitución.
¿Será demasiado pedirles que transparenten por qué están tratando de forzar a que se apruebe entre gallos y medianoche? ¿No será simplemente porque el haber perdido el plebiscito (y por aplanadora) los lleva a buscar desesperadamente formas de emascular la nueva Constitución en lo económico? ¿Qué tal decir que lo que realmente quieren es mantener lo más posible de la actual Constitución, ilegítima y tramposa, y sus leyes de amarre en sus aspectos económicos? Algo que fue hecho a la medida para hacer las cosas de una forma particular y obstaculizar cualquier otra. Y el TPP-11 les viene como anillo al dedo para eso.
De llegar a aprobarse el TPP-11, con el apoyo de toda la derecha y de los pocos aliados que aún le quedan en la centro-“izquierda” (ahí citábamos a tres que acaban de transparentar su hipocresía), esto va a pasar a la crónica política del país como una de las mayores hipocresías de la historia de Chile y eso que la competencia es grande. Aquí van nueve de ellas (hay varias más).
[cita tipo=»destaque»]Lo fundamental en esto es que el TPP-11, a diferencia de otros tratados comerciales de verdad, no busca armonizar políticas económicas e institucionales entre sus países miembros. Lo que busca es rigidizar a cada país donde está, como una película que repentinamente se para donde va. Como me decía mi nieto, es tipo el “un, dos, tres, momia es”. Por tanto, dentro del tratado algunos países van a poder hacer algunas cosas que otros no podrán hacer y eso, simplemente, porque ya las hacían el día de firmar. De eso se trata el TPP-11: ¡parar el tiempo! Y si en ese minuto un país tenía un royalty de verdad, una legislación laboral que asegure de verdad la igualdad de género, una regulación adecuada del medioambiente, de derechos de pueblos originarios (como Nueva Zelanda), etc., ellos van a poder seguir haciéndolo. No hay problema. Pero otros, como nosotros, que el día de firmar no hacíamos nada de eso, de llegar a hacerlo, le vamos a tener que pagar indemnización a cuanta corporación se sienta afectada en su rentabilidad.[/cita]
1.- La primera hipocresía es que el Gobierno se aprovecha, con la sicopatía del caso, del horror de la pandemia; también lo hace de la división de la oposición en listas de convencionales. En ese entorno, quiere pasar un gol de media cancha. En lo de la pandemia, el fin justifica hasta ese medio, pues esta no solo saca la atención nacional de problemas menos inmediatos que la sobrevivencia, sino también dificulta que vuelva a salir a la calle otro millón de personas en todo el país a decirles lo que realmente piensan de ellos. En lo otro, el Gobierno también se aprovecha de la coyuntura: la inscripción de convencionales para la nueva Constitución ha creado una importante división entre los que estaban por el Apruebo y eso, de alguna forma, los paraliza. Por eso, el “timing” del Gobierno es notable.
Pero poco parece importarle que, con cosas como estas, está construyendo un país ingobernable. Es tal “el derecho de propiedad” que creen tener sobre el país, que a los que estamos tratando de construir uno que sea de todos nos dicen (a lo Luis XV) «después de mí, el diluvio».
Los que lideran todo esto son los mismos que perdieron el plebiscito; esa minoría de no más de un 20% que quería que continuase la Constitución de Pinochet y sus leyes de amarre, que como perdieron de forma vergonzosa, ahora buscan desesperadamente obstaculizar el proceso constituyente.
2.- La segunda hipocresía de Allamand y Cía. (bien limitada) es decir que la urgencia es por las oportunidades comerciales que se están perdiendo, sin dar ejemplo alguno, solo se menciona un número de productos (el cual sube día a día), los cuales en su gran mayoría son totalmente irrelevantes para nuestras exportaciones. Además, olvidan decir que Chile ya tiene tratados comerciales con los otros 10 países del TPP-11, donde lo realmente relevante para nosotros ya está incluido y que sin el TPP-11 igual vamos a poder seguir comerciando “libremente” con ellos.
Por eso, el argumento de un exconcertacionista que, de no firmarlo, nos estaríamos “excluyendo” del comercio mundial, es un absurdo que no tiene nombre, pues ya tenemos tratados comerciales hasta con la orden de los curas trapenses.
Si tuviesen un mínimo de honestidad deberían reconocer que la razón de la urgencia es otra, muy distinta: es el aprobar el TPP-11 antes de la nueva Constitución, pues como explico en otra columna, si el TPP-11 se aprueba antes, el TPP manda; si se aprueba después, la nueva Constitución es la que manda. Es tan simple como eso. Lo demás es telenovela (y de esas bien histéricas). Si se llegase a aprobar antes, como decía en la columna citada, el debate entre convencionales sobre materias económicas va a ser como un partido amistoso, que por muy entretenido que fuese, su resultado es irrelevante.
3.- La tercera hipocresía es ignorar la teoría económica que supuestamente los guía; solo piensan con la ideología y el bolsillo. Fuera del cobre y en parte el salmón, somos un país relativamente pequeño en cuanto a participación de mercado en los productos que exportamos. Simplificando, dada la elasticidad de la oferta de los competidores, esto significa que la elasticidad precio relevante para nuestros productos de exportación es mucho mayor que la del producto en sí (en un múltiplo inverso a dicha participación). Esto significa que, dados los tratados que ya tenemos, el rol genérico de la OMC y la apertura de tantos otros mercados al tipo de productos que exportamos, basta con ser mínimamente competitivos para que nuestras exportaciones puedan seguir creciendo tranquilamente (sin la necesidad de pagar costos ridículos como el TPP-11).
Lo que pudiese aportar como “extra” el TPP-11 es algo mínimo (arándanos a Japón en varios años más, un producto que igual tiene muchos mercados alternativos) y eso viene a un costo sideral en lo político-institucional, en la capacidad para hacer política económica (sin la pesadilla de tener que pagar compensaciones eternas), en lo del medioambiente, en soberanía nacional, en lo que hay que hacer para mayor igualdad de género, en los derechos de nuestros pueblos ancestrales y tanto más. Salvo que uno esté a favor del TPP-11 como camisa de fuerza para la nueva Constitución (pues no va a ser más que eso: una nueva “ley de amarre”), no hay dónde perderse en lo del análisis costo-beneficio.
Como decíamos, se ignora la necesidad fundamental de mantener un amplio espacio de maniobra en materias de política económica y políticas públicas, para enfrentar los desafíos de las múltiples distorsiones y fallas de mercado de una economía global (y local) altamente distorsionada y de un paradigma tecnológico rápidamente cambiante. Parece que nunca les enseñaron el teorema fundamental de la teoría neoclásica en materias de políticas económicas: el de Lipsey y Lancaster (para un análisis ver aquí): en un mundo lleno de distorsiones y altamente cambiante, lo más preciado de la política económica es su flexibilidad. Esto es, el rango de maniobra dentro del cual podemos movernos sin tener que estar pidiéndole permiso a nadie, ni menos pagando compensaciones por nuestro derecho de Nación para ajustar nuestras políticas a las nuevas circunstancias que se nos ponen por delante.
Por eso, he propuesto desde el comienzo que en lo económico la nueva Constitución tiene que ser “habilitadora”, no un tongo como sería si el TPP-11 se aprueba antes que ella. ¡Eso sería el mayor insulto a la democracia desde el golpe de estado del 73!
También se ignora que, dentro de la perspectiva de la teoría que ellos dicen creer, para el desarrollo de una economía exportadora como la nuestra no solo importa cuánto se exporta, sino también qué es lo que se exporta. Y para eso hay que diversificar la economía hacia la industrialización de las materias primas y el énfasis en lo verde (como la agricultura orgánica), etc. Y para eso, precisamente, se necesita un gran espacio de maniobra en materias de política económica que el TPP-11 nos quita vía tener que compensar todo lo viejo que queramos modernizar, lo de alta polución, lo atrasado tecnológicamente, y todo lo que lleva a un bajo crecimiento de la productividad y de salarios. Solo recordemos que el crecimiento promedio de la productividad en Chile fue de 0.4% anual en más de la década anterior al estallido social. Tenemos un modelo agotado, que ya dio, y hace mucho, todo lo que podía dar. Y ahora solo marca el paso y vive de rentas y financiarización (ver además).
4.- La cuarta hipocresía es repetir ad nauseam que la prueba de fuego de por qué el TPP-11 es supuestamente tan bueno es que países “modelo”, como Australia y Nueva Zelanda, lo han firmado. Más aún, como dice la columna de nuestros tres senadores de oposición a favor del tratado ya citados, si Jacinda Ardern (la nueva “Madre Teresa”) está a favor, cómo no vamos a estar nosotros.
Lo que se les olvida mencionar es que el tratado fue negociado por el gobierno anterior al de ella y que cuando asumió (septiembre del 2018), eso fue apenas un mes antes de su ratificación en el Parlamento de su país (octubre del 2018); y que ella era primera ministra en un gobierno de coalición, donde su partido era minoría en el Parlamento, y donde algunos de sus aliados y la oposición de derecha hacían mayoría en esta materia. Además, desde entonces ella ha tratado de renegociar algunos de los peores aspectos del tratado en forma bilateral, como por ejemplo que las demandas corporativas contra su Estado no sean llevadas a estas nuevas cortes internacionales de fantasía –donde abogados de las multinacionales son jueces y parte en los conflictos–, sino que tengan que ser resueltas en las cortes nacionales.
Lo fundamental en esto es que el TPP-11, a diferencia de otros tratados comerciales de verdad, no busca armonizar políticas económicas e institucionales entre sus países miembros. Lo que busca es rigidizar a cada país donde está, como una película que repentinamente se para donde va. Como me decía mi nieto, es tipo el “un, dos, tres, momia es”. Por tanto, dentro del tratado algunos países van a poder hacer algunas cosas que otros no podrán hacer y eso, simplemente, porque ya las hacían el día de firmar. De eso se trata el TPP-11: ¡parar el tiempo! Y si en ese minuto un país tenía un royalty de verdad, una legislación laboral que asegure de verdad la igualdad de género, una regulación adecuada del medioambiente, de derechos de pueblos originarios (como Nueva Zelanda), etc., ellos van a poder seguir haciéndolo. No hay problema. Pero otros, como nosotros, que el día de firmar no hacíamos nada de eso, de llegar a hacerlo, le vamos a tener que pagar indemnización a cuanta corporación se sienta afectada en su rentabilidad.
Ese es uno de los mayores problemas para nosotros del TPP-11: nos rigidiza en el tiempo cuando más necesitamos avanzar en una amplia gama de materias. Y el hecho que otros países puedan hacer determinadas cosas no va a ser razón para que nosotros las podamos hacer. El TPP-11 no busca nivelar la cancha, solo rigidizar las diferencias ―los países van a seguir para siempre en la misma posición en que van en la tabla de posiciones en el minuto de firmar–. Por eso, si los que están arriba están a favor del TPP-11, eso no es argumento para los que van abajo en la tabla también lo estén. Si lo que se busca es cerrar brechas entre los países (catching-up en todo sentido), eso puede ser argumento para hacer lo contrario ―para no ponerse una camisa de fuerza que rigidice las diferencias–.
5.- La quinta hipocresía es que a los que realmente favorece el TPP-11 es a nuestra oligarquía criolla, las corporaciones chilenas “internacionalizadas” (para lo cual una oficina en Lima con tres funcionarios clasifica). Desde un punto de vista darwiniano, lo característico de la evolución es que genera incertidumbres en los agentes dominantes ―para qué decir momentos como este―. Por lo cual ellos siempre hacen todo lo posible por “parar el tiempo”. Por decir algo obvio, por eso los de arriba son siempre “conservadores” ―¡sistema político-institucional que sea!―, y como gastan tanta energía tratando de “parar el tiempo”, poca les queda para el desarrollo.
Y como no solo en Chile sino en muchos países la gente está perdiendo la paciencia con este sistema rentista neoliberal, tan ineficiente como concentrador y excluyente, las corporaciones norteamericanas convencieron al Gobierno de turno para crear un tratado de este tipo, que rigidice todo. Lo demás es telenovela criolla. Y como para hacer esto tenía que ofrecer algo a cambio, ahí salió la parte comercial: EE.UU. les ofrecería a cambio algo de acceso a sus mercados. Pero como en Chile ya teníamos un acuerdo comercial con Estados Unidos, de los otros 11 países éramos el que menos ganaba (como quedó en evidencia en los modelos econométricos de simulación de ganancias que se hicieron al respecto).
Eso no era el caso para países como Japón, Australia o Nueva Zelanda, a los que se les abrían áreas significativas para su comercio, y que se “rigidizaban” en una etapa mucho más alta de desarrollo (ya con otro tipo de regulación del medioambiente, de asuntos de género, de respeto a pueblos originarios, con otro tipo de salario mínimo, diversificación productiva, política industrial, etc.).
6.- La sexta hipocresía es decir que, si ya tenemos tantos tratados comerciales, ¡qué tanto uno más! El TPP-11 es un tratado comercial totalmente diferente a todos los anteriores. No solo lo comercial es apenas un aspecto menor del acuerdo, sino que su razón de ser es otorgarles “derechos corporativos” a las multinacionales (incluidas las chilenas internacionalizadas) “contra el cambio” ―por necesario, razonable y democrático que sea―.
Estos se definen como garantías contra cualquier “interferencia” que pueda afectar las “expectativas razonables e inequívocas de retorno a la inversión”. Más aún, los conceptos de “interferencia”, “expectativas razonables” e “inversión” se definen en forma tan genérica, que les otorgan un gran espacio de interpretación a las nuevas cortes internacionales de fantasía que se crean para dirimir conflictos entre corporaciones y Estados. Tampoco se explica por qué tribunales chilenos no pueden ser los que dirimen los conflictos o, por qué solo las corporaciones pueden demandar al Estado, pero no al revés. Incluso con el TPP-11 corporaciones chilenas (que son las que más ganan, pero tratan de que no se note) van a poder demandar al Estado chileno en tribunales internacionales de entelequia.
Primero vivieron las garantías contra la expropiación de los activos corporativos tangibles (equipos de capital, estructuras, etc.) ―llamémosla “garantías de primera generación”―. Luego aquellas que resguardan los “derechos de propiedad intelectual”. Eso ya fue un gran salto en el vacío, pues confunde cuáles deben ser los incentivos para generar conocimiento con el restringir el acceso al conocimiento. De hecho, como he explicado en tantas partes (como por ejemplo aquí), en la forma que se han implementado se han transformado en un obstáculo y no en un estímulo a la innovación ―llamemos a esto “garantías de segunda generación”―. Finalmente, ahora se inventa un nuevo concepto: el de “expropiación indirecta”, el cual ―como decíamos― se refiere a las “expectativas razonables de retorno a la inversión”.
Peor aún, no especifica ni siquiera que dichos retornos se deberían proteger frente a cambios arbitrarios o mañosos en la política económica o políticas públicas en general. Eso nos lleva de facto a un “congelamiento regulatorio”, pues cualquier cambio pasa a ser muy caro (compensaciones a diestra y siniestra). Todo debe ser protegido frente a cualquier cambio, por razonable y necesario y democrático que sea: todo queda sujeto a compensación ―hasta mejorar la ineficiencia―.
Por ejemplo, una multinacional (Cargill) ya demandó a México por colocarle un impuesto a las bebidas azucaradas. Otra (Ethyl) demandó a Canadá por prohibir un aditivo tóxico en la bencina (el “MMT”). Otra corporación (Vattenfall) demandó a Alemania por querer sustituir la energía nuclear después del desastre de Fukushima Daini. Otra demandó al estado de Quebec por declarar una moratoria al “fracking”. Vodaphone también demandó al Estado indio por colocarles un impuesto a las ganancias de capital. Perenco demandó a Ecuador por colocarles un impuesto a las ganancias extras de las petroleras en un momento de precios altísimos del petróleo. Y el caso más citado es el de una multinacional francesa que demandó al gobierno de Egipto (en el único período de democracia en su historia) por subir el salario mínimo más allá de lo que ella consideraba “razonable”. Ese va a ser nuestro diario vivir con el TPP-11. Lo demás es cuento.
Los únicos “proteccionistas” son las corporaciones internacionales que quieren “proteger” el statu quo, pues el TPP-11 no es más que eso: un candado para garantizar el inmovilismo, para que solo se pueda seguir haciendo más de lo mismo al margen de lo que se requiera para nuestro desarrollo y soberanía nacional. ¡De democracia protegida a corporaciones protegidas!
Se repite hasta el cansancio que, de aprobarse, el TPP-11 sería tan inofensivo que no habría que cambiar nada de la legislación actual; obvio, de eso se trata precisamente, de rigidizar el statu quo que hay hoy en día.
7.- La séptima hipocresía es insistir en que el TPP-11 no restringe la posibilidad de “interferencia” de los estados. Lo que no se dice es que, de hacerlo, se exponen a tener que pagar compensación por el impacto que dicha “interferencia” pueda tener en las “expectativas razonables” de retorno la inversión de dichas corporaciones.
Sí, vamos a poder colocar un royalty de verdad al cobre, siempre que luego se lo devolvamos íntegro a las corporaciones del rubro en forma de compensación. Todo se puede hacer, siempre que después se revierta como compensación. Eso hace impagable el cambio, por mucho que sea necesario, lógico y democrático.
8.- La octava hipocresía es que no se dice que los “derechos corporativos” que se otorgan, por absurdos que sean, ni siquiera están sujetos a “obligaciones recíprocas”; estos derechos se dan en forma gratuita. Por ejemplo, todo lo que se dice respecto al resguardo del medio ambiente es que se deberá “alentar” a las corporaciones “a que adopten voluntariamente” su responsabilidad social en dicho aspecto (artículo 201.10). Que se “alentará” el uso de mecanismos “flexibles y voluntarios para proteger los recursos naturales y el medio ambiente en su territorio” (201.11). Con tanto “aliento”, seguro que nos salvamos del desastre climático y de la depredación de nuestros recursos naturales. Lo más probable es que a lo único que va a contribuir tanto “aliento” es al calentamiento global…
9.- La novena hipocresía es que, a diferencia de lo que dicen, se limita fundamentalmente el rango de maniobra de cualquier empresa pública. Esto tiene que ver con el aspecto “antimodelo chino” que está en la base del TPP-11. No se les vaya a ocurrir copiar lo mejor de dicho modelo, que es modernizar dicho sector (hasta transformarlo en las empresas más productivas del mundo), y luego articularlo inteligentemente con el privado. Eso sí que es herejía para el capitalismo rentista.
Las hipocresías son muchas más, pero como ya las hemos analizado en otras columnas (ver aquí y aquí), no es necesario extender esta más de la cuenta. Lo que queda claro es que aquellos que proponen el TPP-11 (pero que ahora prefieren el nombre realista mágico de CPTPP, donde la primera “P” es por “progresista”…) no tienen idea de lo que es el capitalismo, ni la naturaleza de los mercados competitivos, ni las necesidades urgentes el país ―incluido salir del pantano económico en el cual estamos atrapados ( y ver además)―. Tampoco entienden el concepto de “nación” (a diferencia del de “país”). Como se ha dicho tantas veces, y nadie mejor que Keynes, si lo que quieren es capitalismo, hay que defenderlo de ese tipo de capitalistas.
Aprobar el TPP-11 antes de la nueva Constitución sería el mayor insulto a la democracia desde el golpe de Estado del 73. Y esta vez con la ayuda de “progresistas”, en especial precandidatos presidenciales de la oposición tratando de salvar sus candidaturas, compitiendo entre ellos por lograr que la élite los reconozca como “hombres de Estado”. Si a estos precandidatos les resulta la movida, fantástico para ellos; si no, se sentarán a tocar la cítara mientras Chile arde. De las cosas peores que pudieron pasar fue que el cambio constitucional se mezclara con el comienzo de la campaña presidencial. Para tanto político y partido cortoplacista, las prioridades se mezclaron, y la derecha vuelve a dar cátedra de “acción colectiva” (llamando al orden a aquellos que inevitablemente quieren “free-ride”).
Como analizo en detalle en otro trabajo, con mínimas excepciones, la derecha no ha cambiado: lo que cambia son tanto sus tácticas (para seguir llevándose la tajada del león, y por apenas recolectar la fruta que está al alcance de la mano), y sus aliados. Y así poder seguir con el “más de lo mismo”, pase lo que pase, cueste lo que cueste.