Claudine, quien trabajó en un programa de prevención de explotación sexual comercial de niños y jóvenes en las poblaciones El Volcán y El Castillo en Puente Alto, sectores altamente vulnerables, dejó de hacer sicoterapia en esos grupos, cuando descubrió que “no sirve ´sicologizar´ la pobreza, porque ella es el problema y los conflictos sicológicos que genera son su consecuencia. “Descubrí que si quería trabajar en pobreza, la clínica no era lo mío. Ahora de lo que se trata es de exigir ese piso mínimo. De conseguir que esté en la nueva Constitución y se cumpla.
Es parte de una investigación que verá la luz en septiembre que se llama “Nacer y Crecer en Pobreza o Vulnerabilidad en Chile”, representa a Hogar de Cristo en la campaña “Cuentos para Despertar” y cree que los niños, niñas y adolescentes de nuestro país requieren de un Piso de Protección Social que asegure sus derechos básicos, partiendo por un ingreso mínimo garantizado y un trabajo decente para sus madres y padres.
–Los niños pobres minimizan sus propias necesidades. Prefieren sufrir de dolor de pies antes que quejarse porque las zapatillas les quedan chicas para no sumar más estrés a sus padres, a la familia –dice la psicóloga y jefa de desarrollo de la Dirección Social del Hogar de Cristo, Claudine Litvak (40), que participa de la investigación “Nacer y Crecer en Pobreza en Chile”.
Su juicio es coincidente con el de la dirigente vecinal y reportera comunitaria de Bajos de Mena, Melyna Montes, cuando nos comentó lo que más le había conmovido en las ollas comunes que han proliferado en esa zona de Puente Alto como en todo el país junto con la pandemia. Dijo: “Ver a un niño de cuatro años comerse sólo la mitad de un yogurt y reservar el resto para su hermano, ver esa conciencia de la situación familiar en un chiquito tan pequeño, me partió el alma”.
Claudine abunda en el punto: «Hay niños que se saltan comidas porque saben que no hay más o que si ellos comen, sus padres no lo harán, y empiezan a pasar de largo. Así, sus necesidades empiezan a ser inadvertidas, a volverse invisibles, lo que resulta muy tóxico a nivel cerebral para ellos. Son cuestiones muy dolorosas, que dejan una profunda huella».
Ahora, la psicóloga de la Universidad Diego Portales, doctora en estudios políticos y sociales de la Universidad de Bristol, madre de tres hijos, es la vocera de una campaña que buscar sensibilizar a los adultos sobre la situación de más de 900 mil niños y adolescentes que viven en situación de pobreza multidimensional en Chile; de más de 700 mil que no tienen una cama propia, una mesa para hacer sus tareas, porque el hacinamiento es su paisaje personal; de los 416.622 menores de 10 años que sufren de mal nutrición; de los casi 187 mil que estaban fuera del sistema escolar antes de la pandemia y de los cerca de 220 mil que deben trabajar para subsistir. “Cuentos para Despertar”, se llama la campaña patrocinada por el Centro Iberoamericano de Derechos del Niño, Colunga, Unicef, Núcleo Milenio para el Curso de la Vida y la Vulnerabilidad y Hogar de Cristo. Y hace un paralelo entre los clásicos cuentos infantiles que se les leen a los niños para dormir, aunque aquí el propósito en sensibilizar a los adultos. “Blanca y sus 7 herman@s” es uno de esos cuentos y alude al hacinamiento, a la falta de una casa digna.
-Contar con una vivienda adecuadamente aislada y calefaccionada, con servicios sanitarios, con los muebles necesarios, con una cantidad de espacio acorde a la cantidad de personas que la habitan, son algunos de “los desde” de esta dimensión del bienestar –explica Claudine Litvak. Y luego se pregunta: ¿Qué implicancias tiene para un niño habitar en una casa y en un barrio que no cumple con esos estándares mínimos? Muchísimas, partamos con que dificulta el acceso regular a servicios de salud de calidad; sigamos con que reduce la oferta de establecimientos educacionales accesibles, aumentando el riesgo de asistir a uno de mala calidad. También limita las posibilidades laborales de los padres, obligándolos a tener largos tiempos de traslado de la casa al trabajo, con todas las implicancias que esto tiene para sus posibilidades de cuidar a los hijos y acompañarlos en su trayectoria escolar. Las viviendas hacinadas o de mala calidad impiden un buen sueño con consecuencias tanto para la salud como para el desempeño académico. Un barrio segregado y periférico no ofrece acceso a parques y espacios públicos seguros, además muchas veces se enfrentan problemas de contaminación, de violencia y delincuencia –enumera y podría seguir con una verdadera letanía de impactos negativos, pero el resultado es uno y claro: el efecto corrosivo de la pobreza sobre los niños en las sociedades prósperas. “Nacer y crecer en pobreza o Vulnerabilidad en Chile”, el estudio del que es parte la psicóloga se centra en vivienda y barrio, trabajo e ingreso de los padres y salud y educación, será presentado en septiembre próximo y espera hacer partícipes a una treintena de jóvenes que nacieron y crecieron en condiciones de pobreza y/o vulnerabilidad para que desarrollen el relato retrospectivo de sus vidas y luego prioricen cuáles fueron sus carencias más significativas.
–¿Cuál es la diferencia entre ser pobre y ser vulnerable?
-Pueden ser cinco mil pesos de mayor ingreso para que quedes en situación de vulnerabilidad y no de pobreza. Hay un límite, que está cercano a los 450 mil pesos para una familia de cuatro, donde se ubica la línea de la pobreza, si el grupo familiar está sobre ella es vulnerable, no pobre. Los números son engañosos, porque cualquiera se da cuenta de que la situación de precariedad de ambos grupos es la misma. En Chile, ciertamente en materia de pobreza estamos mejor que hace 30 años, pero aún nos falta mucho para tener un sistema de protección social sólido que ayude a las familias que viven con ingresos totales de menos de 500 mil pesos, cifra que tampoco es la panacea. La media de los ingresos es muy baja en el país y la pandemia ha develado muchas cosas, como el sinfín de deudas y otras dificultades que enfrentan las familias para llegar a fin de mes.
Claudine obtuvo su doctorado en Inglaterra a partir de una investigación en terreno con 20 mujeres jefas de hogar de La Pintana. “Madres solteras viviendo en pobreza en Chile: Escuchando sus voces”, fue el título, por eso tiene conocimiento para analizar el duro golpe que ha significado para ese grupo la imposibilidad de generar recursos a causa de la pandemia.
-Falta mucho para que el Estado se ponga en los zapatos de esas mujeres que son las únicas responsables de sus hijos. Las transferencias de ayuda están llenas de condiciones y son de montos bajísimos, el marco de las políticas públicas es muy poco comprensivo de las realidades de las personas. Existe mucha esperanza en que el proceso constituyente y el texto constitucional resultante considere estas cuestiones y construya las políticas públicas con las personas que van a ser sus destinatarias.
-¿A qué atribuyes que hoy esas políticas no funcionen, no lleguen a quienes las necesitan?
-Ha habido falta de empatía, de comprensión de lo que significa para una mujer criar hijos sin un peso, vivir en una casa de 30 metros cuadrados, tener que desplazarse dos horas de ida y dos de vuelta para ir a trabajar, dejando a los niños solos con todos los riesgos y consecuencias que eso implica. Falta de empatía es lo que impide que los ministerios trabajen coordinados, que los programas sociales conversen unos con otros. Se trata de coordinar todo mejor, porque existe duplicidad en las intervenciones, no hay información unificada. Los beneficios y las transferencias de ayuda deben ser progresivamente universales y no estar hiperfocalizadas como sucede hoy –responde la sicóloga pensando en la situación de las madres, pero enfatizando el perjuicio que todo esto causa a sus hijos. Por eso la campaña “Cuentos para Despertar” busca crear un Piso de Protección Social para la infancia y adolescencia que garantice los derechos y prevenga futuras vulneraciones de niños, niñas y jóvenes.
-En simple, ¿en qué consiste ese Piso de Protección?
-En la creación, por parte del Estado, de un sistema que establezca los mínimos intransables en materia de derechos básicos en salud, vivienda, alimentación, educación para cada niño niña y joven que viva en Chile. No es pedir tanto, nuestro país tiene un producto interno bruto, un PIB, que nos lo permitiría, y mucho de la solución pasa por coordinar mejor las ayudas.
Claudine, quien trabajó en un programa de prevención de explotación sexual comercial de niños y jóvenes en las poblaciones El Volcán y El Castillo en Puente Alto, sectores altamente vulnerables, dejó de hacer sicoterapia en esos grupos, cuando descubrió que “no sirve ´sicologizar´ la pobreza, porque ella es el problema y los conflictos sicológicos que genera son su consecuencia. “Descubrí que si quería trabajar en pobreza, la clínica no era lo mío. Ahora de lo que se trata es de exigir ese piso mínimo. De conseguir que esté en la nueva Constitución y se cumpla.
-Ustedes están trabajando varias dimensiones que impactan en el nacer y crecer en pobreza: vivienda y barrio, trabajo e ingreso de los padres y salud y educación. ¿Cuál crees que es la genera más daño y angustia en niños y jóvenes?
-No me cabe duda que el trabajo y el ingreso de los padres. Los niños que sienten que sus papás no pueden llegar a fin de mes experimentan un estrés tremendo. Por eso un ingreso mínimo garantizado sin trabas administrativas, flexibilidad laboral para las madres trabajadoras, todo eso impactaría en la salud mental de las familias y significaría un ahorro significativo para el Estado. Nosotros sabemos que un niño en una residencia de protección cuesta un millón de pesos al mes, subsidiar la mitad de la jornada laboral de una madre pobre sería mucho más económico y mejor para muchos de esos niños y su familia, que tal vez evitarían entrar al sistema al menos por temas relacionados a la pobreza y la dificultad de cuidar en ella.
Si no se cree en esto por una cuestión de justicia, habría que entenderlo desde el punto de vista práctico, sostiene Claudine. “Como país tenemos que cuidar nuestro futuro. Con madres trabajando ocho horas y desplazándose otras cuatro para ir y venir del trabajo, tendremos generaciones de niños criados solos, en riesgo permanente de vulneración y violencia, en barrios y ambientes inseguros, muchas veces dominados por el narco, por eso creo que a la hora de priorizar acciones para combatir la pobreza lo principal es lo que tiene que ver con el ingreso y el trabajo digno de madres y padres”.
La psicóloga recuerda el caso de una mamá y una niña de 12 años, de alta vulnerabilidad, a las que trató hace años. “El grupo familiar lo integraban la madre y tres hijos. La mayor tenía 12 y era la responsable de un hermano de nueve y una niñita de siete. La mamá era reponedora en un supermercado en las noches y de día hacía aseo en el barrio alto y vivían en Bajos de Mena. Se levantaba al alba, los vestía, la mayor los llevaba al colegio, pasaban toda la tarde solos, en la calle, en un barrio con altos niveles de violencia, tráfico de drogas y explotación sexual comercial. El nivel de agotamiento de esa madre era extremo, porque incluso en su día de descanso hacía pololitos, no por ambiciosa, como comprenderás, sino porque no le alcanzaba para lo mínimo. Todo terminó con la mayor en una residencia del Sename. La chica había empezado a consumir, la calle la absorbió. Y, cuando entras al sistema de protección, se vuelve todo más difícil. Las exigencias a las madres son extremas, aunque ellas quieran hacer las cosas bien, todo se los dificulta. Es desolador y uno se da cuenta de que mantener ese sistema de protección es carísimo para el Estado, cuando ayudando a que esa madre tuviera un ingreso digno, trabajando menos y subsidiándole horas laborales para que se ocupara de sus hijos, sería todo más económico y, sin duda, más efectivo”.
-¿Tienes confianza en la transformación del Sename?
-Tengo muchas ganas de que funcione. Ojalá no sea el mismo huevo en otra paila. Espero verdaderamente que funcione.
Así como esperan todos los involucrados en la campaña Cuentos para Despertar que el país construya el Piso de Protección Social para la infancia y la adolescencia a partir del proceso constitucional, porque, citando a Gabriela Mistral, “el futuro de los niños es ahora”.