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Chile y EE.UU.: dos realidades ante la pandemia Opinión

Chile y EE.UU.: dos realidades ante la pandemia

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Felipe Cabello Cárdenas
Por : Felipe Cabello Cárdenas MD Professor Department of Microbiology and Immunology, New York Medical College. Miembro de la Academia de Ciencias y de la Academia de Medicina, Instituto de Chile.
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En este momento en que la evolución de la epidemia en Chile llega al parecer a un punto crítico, afectando negativamente todos los aspectos de la vida en el país, incluyendo a la economía que, equivocadamente, se decía estar protegiendo, está claro que las banderas de alarma, levantadas por manos aisladas ya en los meses de marzo y abril del 2020, fueron y continúan siendo invisibilizadas por la prensa tradicional. Ha habido una gestión sanitaria con vacíos científicos, éticos y comunicacionales de proporciones, con una conducción política de ella confusa y zigzagueante, que habría requerido tempranamente de una inmediata y drástica corrección, para evitarle al país y su población males mayores y previsibles.


El análisis comparativo de los contenidos que describen la pandemia por COVID-19 en la llamada prensa establecida, tanto la chilena como la internacional de los EE.UU., revela una interesante dicotomía. En la prensa chilena (La Tercera, El Mercurio y otros) la epidemia en curso pareciera ser un asunto tal vez natural y tolerado, de evolución autónoma y fatalistamente inexorable, ajena a la influencia negativa de las defectuosas políticas de salud y económicas implementadas para potencialmente controlarla, distante de las responsabilidades administrativas, sanitarias y legales de las autoridades responsables, de las definiciones y de la ejecución de estas malogradas políticas.

La prensa internacional, en cambio, retrata descarnadamente la trágica realidad de la situación en sus diversos países, identifica claramente los fracasos epidemiológicos en la contención del virus y sus causas políticas y económicas, desmenuzando además sin ambages las defectuosas políticas de salud incapaces de limitar la diseminación viral, identificando a los individuos responsables de ellas, destacando sin tapujos su incompetencia, su ignorancia y, a menudo, su deshonesta malicia. Esta prensa, además, investiga y determina las innumerables causas que, conjuntamente con el virus, subyacen a estos letales acontecimientos, dejando también al desnudo el descalabro sanitario y el impacto trágico de este en la vida de millones de familias, con efectivos y gráficos contenidos periodísticos que impiden cualquier intento por minimizarlos.

[cita tipo=»destaque»]La bienvenida, aunque tardía y tímida carta de los exministros de Salud chilenos, contrasta con la resistencia precoz y enérgica de la mayoría de las organizaciones médicas y científicas y de la burocracia sanitaria estadounidense. Esta resistencia, logró aminorar en parte los aspectos más malignos de las políticas de salud de la administración Trump frente a la epidemia, sin la cual el número de muertos habría alcanzado la cifra de millones y, además, esta entereza fue un factor relevante en su derrota electoral.[/cita]

En este momento en que la evolución de la epidemia en Chile llega al parecer a un punto crítico, afectando negativamente todos los aspectos de la vida en el país, incluyendo a la economía que, equivocadamente, se decía estar protegiendo, está claro que las banderas de alarma levantadas por manos aisladas, ya en los meses de marzo y abril del 2020, fueron y continúan siendo invisibilizadas por esta prensa.

Este ofuscamiento de la realidad ha sido, además, facilitado desgraciadamente por la reticencia de las más variadas instituciones médicas, científicas y políticas nacionales en diagnosticar y exponer, precozmente y de manera enérgica, que se estaba frente a un desarrollo que llevaría a un fracaso en la contención de la epidemia. Todo esto, como resultado de una gestión sanitaria con vacíos científicos, éticos y comunicacionales de proporciones y con una conducción política de ella confusa y zigzagueante, que habría requerido tempranamente de una inmediata y drástica corrección, para evitarle al país y su población males mayores y previsibles.

La prensa nacional ha destacado, por ejemplo, el vergonzoso intento de Trump para alterar el resultado adverso de las urnas, recurriendo a falsedades y a la violencia política. Sin embargo, evita mencionar que en parte importante su derrota electoral fue el resultado de su conducción desatinada y cuasicriminal de la epidemia que, al igual que en Chile, ha estado muy alejada de la ciencia y de la ética médica.

En los comienzos de la epidemia, 10 meses atrás, quedó claro que el Sr. Trump y su partido consideraron que era más importante la llamada protección de la economía que la protección de salud y de la vida de sus conciudadanos, y que esta protección de la economía sería un pilar fundamental para su triunfo electoral. Está equivocada decisión ignoró la historia –que claramente ha demostrado en innumerables epidemias previas– que la actividad económica es un subproducto de niveles adecuados y resguardados de salud pública, como parece haberlo confirmado una vez más la marcha económica ascendente de China y de Nueva Zelandia.

En mi opinión, los luctuosos sucesos de Washington DC, ilustran nuevamente las relaciones recíprocas y estrechas entre epidemias, política y economía. Relaciones cuya historia remonta a la antigua Grecia, reafirmadas posteriormente por los estudios epidemiológicos del creador de la patología moderna, Rudolf Virchow, en la Alemania del siglo XIX, y en nuestro país, muy bien ilustradas por la actividad intelectual y política de dos consecutivos ministros de Salud: el conservador Eduardo Cruz-Coke, y el socialista Salvador Allende G.

En este contexto, las expresiones recientes del antiguo ministro de Salud, doctor Emilio Santelices, de que “estamos en una crisis sanitaria, derivada de una pandemia, que no puede politizarse y eso es clave, y yo me mantengo en esa línea y no me confundo ningún minuto” como respuesta a una carta pública de exministros de Salud que se refiere a la epidemia, revelan ignorancia de la historia de la salud pública universal, de la chilena y un mañoso y fingido decoro destinado, tal vez, a favorecer los intereses políticos y económicos de grupos cercanos a él.

Las confusiones éticas del doctor Santelices se hacen aún más claras al recordar que un tiempo atrás, enfrentado a la otra epidemia silenciada y en curso en el país, la de SIDA, en vez de reconocer las limitaciones de los servicios de salud bajo su dirección para enfrentarla, recurrió como una respuesta fácil a ella a un racismo al estilo Trump, responsabilizando a los inmigrantes de su incontrolada evolución.

La bienvenida, aunque tardía y tímida carta de los exministros de Salud chilenos, contrasta con la resistencia precoz y enérgica de la mayoría de las organizaciones médicas y científicas y de la burocracia sanitaria estadounidense. Esta resistencia, logró aminorar en parte los aspectos más malignos de las políticas de salud de la administración Trump frente a la epidemia, sin la cual el número de muertos habría alcanzado la cifra de millones y, además, esta entereza fue un factor relevante en su derrota electoral. De allí, tal vez, el hipócrita pundonor del doctor Santelices.

Sin embargo, es importante destacar que en los Estados Unidos esta resistencia ha tenido para algunos individuos un alto costo. Múltiples funcionarios sanitarios y científicos, estatales y federales y sus familias, han recibido amenazas anónimas, incluyendo amenazas de muerte, debiendo alterar sus rutinas de vida y, además, necesitando a veces de protección policial, destacando entre ellos el eminente científico y asesor presidencial, doctor Antonio Fauci. En Chile, con una mortalidad por COVID-19 todavía superior a la estadounidense, con uno de cada 800 chilenos fallecidos por la infección, con aproximadamente dos a tres chilenos falleciendo cada hora y con 150 a 200 nuevas infecciones en el mismo periodo, se añora la presencia de una vital y valerosa resistencia, basada en principios científicos y éticos, similar a la estadounidense, que pareciera ser fundamental para evitar en Chile un cataclismo demográfico.

Por ejemplo, el ministro de Salud, doctor Enrique Paris, entre sus repetidos desaciertos, vaguedades y non sequiturs, se permitió emitir hace unas semanas, sin que nadie lo interpelara (hablando de sus diferencias con el Colegio Médico), el farisaico comentario de que “la salud de los chilenos no debe pasar por temas de plata». Cuando está claro, por ejemplo, que para proteger la plata de sociedades constructoras, de transporte, pesqueras y acuícolas, el ministro ha implementado inconsistentes medidas epidemiológicas que han permitido la reciente diseminación del virus a altos niveles en toda la isla de Chiloé, territorio que carece de una adecuada infraestructura sanitaria para enfrentar a este deletéreo desafío, que ha sido sin duda arbitrariamente fabricado por la mano del señor ministro.

Está claro que las altas tasas de enfermedad y de muerte por el virus en Chile, deben ser rápidamente modificadas. Además de su impacto sanitario y humano inmediato, ellas propenden a dejar a cientos de miles de ciudadanos con la enfermedad crónica por COVID-19, que pueden abrir la puerta a la recombinación genética y a la mutación viral con la aparición de variantes más contagiosas, más patogénicas y capaces de escapar a la inmunidad provista por la infección y por vacunas y, por eso, ser capaces de reinfectar y también facilitar que el virus encuentre nuevos reservorios en la fauna chilena, aumentado sus potenciales fuentes de infección futuras.

En este adverso contexto, la pregunta de los 64.000 dólares, como dicen en los EE.UU., es: ¿por cuales medios democráticos se le pone el cascabel al gato? A diferencia de los Estados Unidos, en Chile no hay planeadas en el corto plazo elecciones en las cuales pudiera ser elegido un candidato como el señor Biden, que ha declarado que sus más importantes tareas son combatir las nefastas herencias de la administración Trump y, en primer lugar, la epidemia viral que ha provocado además un marasmo económico y social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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