Con este artículo, El Mostrador inicia una serie de ocho artículos basados en documentos desclasificados sobre distintos aspectos de la dictadura militar que lideró Augusto Pinochet por 17 años. Diversos reportes dejan en evidencia lo que era un secreto a voces: que Pinochet tenía una gran cantidad de creencias sobrenaturales y que en los últimos años estuvo convencido de estar cumpliendo un mandato divino, por medio del cual debía erigirse en una especie de salvador de Chile. Uno de los papers incluso describe con lujo de detalles una especie de altar que tenía detrás de su escritorio en La Moneda.
Durante muchos años en Chile se especuló con las supuestas creencias esotéricas de Augusto Pinochet: que tenía una o más “brujas”, que tomaba decisiones basado en la numerología o que consultaba el tarot, eran algunas de las cosas que se decían de él.
Quien despejó de un modo bastante evidente las dudas fue el exasesor de prensa del dictador, Federico Willoughby, el cual relató en su libro La guerra: páginas íntimas del poder 1957-2014 que Pinochet creía en duendes, que efectivamente se guiaba por los números y que “necesitaba actualizar su carta astral cada dos meses”, la que era confeccionada por la alcaldesa de Puerto Cisnes, Eugenia Pirzio-Biroli.
Asimismo, aseveró que en la familia Pinochet “todos eran supersticiosos”. Aunque no hay forma de contrastar los dichos de Willoughby (ya fallecido), algunos hechos parecen darle la razón, al menos en lo relativo a Jacqueline Pinochet, que hace poco más de cuatro años generó varias notas de prensa al viralizarse un posteo de Facebook de ella en el cual decía (sic): «Hola buenas noches, quería contarles que ofrezco servicios de brujería, sesiones privadas y confiables en mi casa o lugar que usted prefiera, con largos años de estudio en este rubro les ofrezco una gran seguridad en mí… Espero que me hablen por interno, buenas noches besitos».
[cita tipo=»destaque»]Un segundo documento, de julio de 1987, está firmado por el embajador Harry Barnes y es una síntesis de conversaciones sostenidas por él con empresarios chilenos. En el inicio del texto, el diplomático escribió que “la comunidad de negocios chilena preferiría ver a un civil como presidente transicional y no a Pinochet, porque él se ha convertido en parte del problema, de hecho, en la parte principal de este”, agregando que “Pinochet no está escuchando a nadie en Chile, porque cree que está en medio de una misión divina por salvar el país”. En el punto 8 de su reporte, Barnes profundizaba lo anterior, detallando que una fuente cuyo nombre está tachado, pero que se indica era algún empresario chileno cercano a la Junta de Gobierno, le había señalado que “Pinochet está convencido de que es el único hombre que puede salvar al país y cree que tiene la continua protección de la Virgen María en esta misión”.[/cita]
Como sucede en muchos casos de sincretismo religioso, Pinochet mezclaba sus creencias paganas –por denominarlas de algún modo– con un catolicismo muy acendrado, que practicó toda su vida. Juan Cristóbal Peña, autor de Los fusileros y La secreta vida literaria de Augusto Pinochet, detalla que el primer rasgo evidente en dicho sentido data de 1937, cuando logró graduarse como alférez “tras una trastabillada carrera académica”.
Luego, precisa el investigador y académico, el entonces joven oficial se dirigió a la iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro en Valparaíso “y allí instaló una placa que decía: gracias, madre mía, ayúdame siempre”. En otras palabras, explica Peña, “Pinochet se graduó a duras penas de la Escuela Militar y de alguna forma, atribuyó su egreso a la ayuda divina, fruto de una manda”.
Su devoción por la Virgen del Perpetuo Socorro reapareció en 1986, luego del atentado de que fue objeto en la cuesta Las Achupallas. Ese año, sus relaciones con Estados Unidos estaban en uno de sus puntos más bajos.
Si bien luego del golpe de Estado los documentos desclasificados estadounidenses muestran bastante entusiasmo por Pinochet, incluyendo algunas biografías muy halagüeñas de él, la opinión fue cambiando en forma drástica a partir de 1975, cuando se empezaron a intensificar las críticas al régimen por las violaciones a los derechos humanos.
Los vínculos comenzaron a quebrarse definitivamente en 1976, con el asesinato de Orlando Letelier y Ronnie Moffit en Washington, y se fueron complejizando mucho más con el paso de los años.
Un nuevo punto de crisis sobrevino en julio de 1986, cuando una patrulla militar quemó vivos en Santiago a Carmen Gloria Quintana y al fotógrafo Rodrigo Rojas De Negri, de solo 19 años. La muerte del joven pegó fuerte en la capital norteamericana, pues él residía allí desde hacía 10 años y, por ende, hubo una fuerte presión de parte de parlamentarios y autoridades políticas estadounidenses en contra de Pinochet.
Es por ello que solo unos meses después, cuando el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) intentó asesinarlo, Pinochet creyó que la emboscada había sido organizada por la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU., la CIA, algo que siguió repitiendo por mucho tiempo más, incluso cuando ya no había duda alguna acerca de la autoría del entonces aparato armado del PC.
Otra idea fija que mantuvo por mucho tiempo fue que, si se había salvado de la muerte, había sido gracias a una intervención divina. Al respecto, Mario Amorós escribió en su libro Pinochet: biografía militar y política que, días después del ataque, el dictador comentó que “ella me salvó. Me ha protegido desde que era joven”. En efecto, durante mucho tiempo Pinochet pensó que un signo de aquello era la figura de la Virgen del Perpetuo Socorro, que él decía ver en la ventanilla lateral de su Mercedes Benz, un vidrio antibalas que recibió tres disparos de fusil.
Peña complementa lo anterior indicando que aquella creencia “le surgió en los días posteriores, cuando los autos que iban en la caravana fueron expuestos en La Moneda”.
El primer documento desclasificado estadounidense en el cual consta dicha idea, es un cable que da cuenta del encuentro que sostuvo con el representante (diputado) republicano estadounidense, Robert J. Lagomarsino, con quien se reunió en agosto de 1987 en Santiago, junto a funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en Chile.
De aquel encuentro privado, sin embargo, quedó una extensa acta contenida en un documento ahora desclasificado, en cuyo punto 11 se relata la versión de Pinochet del atentado que había sufrido el año anterior: “Describió el intento por asesinarlo, en el cual dos rockets y 400 balas pegaron en su auto. Los rockets fallaron en explosar y él salvó milagrosamente sin daños. Dijo que dios lo había salvado y que su intención es continuar su autosacrificio por el bien de Chile, hasta el final de sus días”.
En la síntesis de la reunión, quedó constancia además de que “Pinochet fue menos agresivo y dominante de la conversación que en otros encuentros con visitantes de Estados Unidos, en parte quizá por un esfuerzo consciente de dar una buena impresión, en parte quizá porque parecía genuinamente interesado en escuchar lo que el grupo tenía que decir. Pese a ello, salieron muchos de los temas estándar: la amenaza comunista, el peligro de una democracia no tutelada y el interés de la divina providencia en su misión personal”.
Un segundo documento, de julio de 1987, está firmado por el embajador Harry Barnes y es una síntesis de conversaciones sostenidas por él con empresarios chilenos. En el inicio del texto, el diplomático escribió que “la comunidad de negocios chilena preferiría ver a un civil como presidente transicional y no a Pinochet, porque él se ha convertido en parte del problema, de hecho, en la parte principal de este”, agregando que “Pinochet no está escuchando a nadie en Chile, porque cree que está en medio de una misión divina por salvar el país”. En el punto 8 de su reporte, Barnes profundizaba lo anterior, detallando que una fuente cuyo nombre está tachado, pero que se indica era algún empresario chileno cercano a la Junta de Gobierno, le había señalado que “Pinochet está convencido de que es el único hombre que puede salvar al país y cree que tiene la continua protección de la Virgen María en esta misión”.
Sin embargo, el del Cajón del Maipo no es el único hecho en el cual Pinochet creyó ver una mano sobrenatural. En febrero de 1988, la prensa anunció el hallazgo de una enorme cantidad de explosivos enterrados en la pista del aeropuerto de La Serena, donde el 28 de ese mes el entonces gobernante llegaría en una visita que, sin embargo, se suspendió un poco antes. Ante ello, un informe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) del 2 de marzo de 1988 explicaba con muchos detalles que el Partido Comunista había llegado a la conclusión de que se trataba de un montaje del Gobierno y que otra fuente de la CIA (cuyo nombre está eliminado) coincidía, aseverando que “fue un fraude destinado a incrementar la popularidad de Pinochet, a medida que se acerca el plebiscito”.
Otro motivo que generaba suspicacias en la CIA era que el 17 de febrero Lucía Hiriart, la esposa de Pinochet, había dicho en Arica “que estaba preocupada de que fuera a haber otro atentado en contra de la vida de su esposo”. Real o no, el hecho es que luego de conocerse el supuesto ataque, el mandatario de facto aseguró que “canceló su viaje debido a una ‘tincada’ y atribuyó su indemnidad a la buena suerte y al señor”, según decía textualmente el cable de la CIA, en el cual escribieron “tincada” en español, explicando que se trataba de un presentimiento.
Retrocedamos de nuevo a 1987. Ese año Pinochet recibió a una peculiar visita estadounidense: el político Charles Robb, uno de los pocos demócratas a quienes accedió a ver alguna vez, lo que hizo porque los unía el pasado militar del norteamericano y un fuerte sentimiento anticomunista.
El acompañante de Robb, cuyo nombre está borrado en el texto, aunque seguramente era un asesor de este, cuenta que luego de ser acompañados al Palacio Presidencial por el entonces embajador Barnes y su asesor político, John Keane (quienes no entraron), se encontraron con el dictador en la puerta de su oficina, pero a diferencia de la mayoría de los cables diplomáticos, que suelen ser muy escuetos, este contiene muchos detalles, tantos, que incluso describe cómo vestía Pinochet ese 11 de diciembre de 1987 a las 9.37 de la mañana: con un traje gris de sastre, camisa blanca y una corbata roja y azul con dibujos de patrones geométricos, la que sujetaba con un prendedor con un gran perla. Llevaba calcetines grises traslúcidos y mocasines negros. Con un gran sentido dramático, el informe señala que “nos saludó de mano a cada uno, haciendo y manteniendo contacto visual, como si quisiera efectuar una lectura inicial de nuestras personalidades”.
Luego, los invitados y Pinochet se sentaron en unos sillones verdes y un cuarto asiento, ubicado a unos cinco metros de donde estaban, fue ocupado en silencio “por otro hombre vestido de civil que no nos fue presentado, pero al que después se referirían como el general”. En la pared situada detrás de Pinochet y del general había “un magnífico tapiz” que, al final, llevaba el lema de “por la razón o la fuerza”. Sin embargo, lo que más llamó la atención al visitante fue una pequeña mesa que estaba detrás de la silla de Pinochet, “en la cual había una especie de altar improvisado sobre la que se encontraban un crucifijo, un pequeño tríptico de la virgen y una Biblia abierta sobre un apoyo. Detrás de este, enmarcados, había dos grandes medallones del papa Juan Pablo Segundo”.
En medio de los sillones, en tanto, figuraba una mesita de café “ocupada por un libro de gran tamaño que en su portada tenía una imagen del papa en bronce”. De fondo, relataba el norteamericano, se escuchaban sones marciales que provenían desde la calle y Pinochet “se sentó cómodamente, sin cruzar las piernas, con los brazos en los brazos de su silla y sin pestañear, enfocado en su interlocutor americano”.
La conversación se inició en torno al tema del comunismo internacional. En medio de ello, Robb alabó a Pinochet destacando su vitalidad. Ante ello, el aludido respondió que “no soy joven, pero tengo mucha vitalidad, no porque yo sea personalmente fuerte o incluso porque el pueblo de Chile me haga fuerte”, suspendiendo unos segundos el diálogo para luego apuntar al altar y agregar que “yo obtengo mi energía, mi fortaleza, desde dios. Obtengo mi energía de la Biblia”.
Después de que Robb le preguntara extensamente por las violaciones a los derechos humanos y el plebiscito que tendría lugar en 1988, finalizó la entrevista. Se estaban poniendo de pie, cuando el acompañante del gobernador le preguntó a Pinochet si el libro que estaba en la mesa de café había sido un regalo del papa. Ante ello, Pinochet se acercó a él y lo guio hasta su “mesa altar” como es descrita en el reporte: “Sí y estos también son un obsequio del santo padre”, respondió, apuntando a los dos medallones enmarcados. En sus conclusiones, el autor del informe señalaba que “pese a su obsesión con el comunismo y su recién encontrado fanatismo religioso, Pinochet no puede ser señalado como un dictador de ópera bufa”.
Cabe mencionar que existe un segundo documento que también describe esta reunión, aunque se trata de un informe mucho más breve y que lleva el sello del Departamento de Estado, el cual agrega una conclusión por parte del redactor en orden a que Pinochet “reiteró que dios le daba energía para cumplir con lo que debía hacer, infiriéndose que él estaba en una misión divina”.
Uno de los documentos más duros realizados por alguna repartición estadounidense respecto de Pinochet fue un perfil sicológico que prepararon de él en febrero de 1989. En dicho documento aseguran que tenía cambios de humor bipolares y una personalidad paranoica, aseverando que en 1984 había recibido litio, como parte de un tratamiento médico.
El mismo reporte detalla que el 25 de octubre de 1988, una semana después del plebiscito del Sí y el No, Pinochet efectuó un discurso destinado a los trabajadores de CEMA Chile, en el cual “se comparó a sí mismo con Cristo, cuando la gente lo rechazó en favor de Barrabás”. Ante ello, se cita a una fuente cuyo nombre está borrado, pero que pertenecía a un grupo de sicólogos y otros profesionales que estaban analizando la conducta de Pinochet, los cuales habían concluido que este “vive constantemente a la defensiva, tiene un sentido del deber mesiánico, está obsesionado con la lealtad personal y con su imagen de omnipotencia”.
Poco después de eso, personal de la Embajada de Estados Unidos en Santiago se reunió con el general Humberto Gordon, el exdirector de la Central Nacional de Informaciones (CNI) y por ese entonces integrante de la Junta de Gobierno. Tras conversar sobre una serie de temas, preguntaron a Gordon por el ánimo de Pinochet. Ante ello, quien o quienes escribieron dicho texto explicaron que, según el militar, “había que comprender el estrés bajo el cual estaba Pinochet y en dicho entendido excusó los dichos de unos días antes, cuando Pinochet se comparó a sí mismo con Cristo, tras haber perdido el plebiscito”, agregando que “este tipo de comentarios no deberían volverse en su contra”.
Por cierto, no era el único que pensaba que dios era una influencia palpable en su vida. Como recoge otro reporte norteamericano, cuando el arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez, fue remplazado por Juan Francisco Fresno, Lucía Hiriart, la viuda del dictador, expresó con alegría: “Dios nos ha escuchado”.