En medio de la incertidumbre y una profunda desaceleración económica global producto de la pandemia, cuyo impacto va a continuar marcándonos este año, llegar a poner en práctica un equilibrio que contribuya a la vez a eliminar desconfianzas, ir generando diálogos empoderados por medio de una diplomacia activa, propositiva y profesional, son desafíos no menores para países comprometidos con un multilateralismo activo, participativo y propositivo. Más aún para aquellas economías que están literalmente jugadas cuando se procede a analizar fríamente, con estadísticas de intercambio e inversión en mano, la marcada dependencia que se tiene en uno u otro lado del mar que se comparte con los dos principales protagonistas del presente siglo.
Una serie de acontecimientos ocurridos en los últimos días y en distintos escenarios, nos permiten anticipar que los Estados Unidos continuará ejerciendo una verdadera política de Estado cuando se trata de sus relaciones con la República Popular China, sustentada sobre la base de una política exterior bipartidista en tiempos de marcada rivalidad estratégica entre ambas potencias, en una zona geográfica identificada desde hace algunos años por Washington DC y otros, como el Indo-Pacífico.
Lo anterior se produce a pesar de identificarse posibles espacios para la realización de contactos de alto nivel, como también del inicio de un proceso de diálogos bilaterales con mayor musculatura y liderazgo, orientados a identificar convergencias en materias tales como la desnuclearización de la península coreana, los efectos del cambio climático y la identificación de acciones para contener la propagación de la pandemia de coronavirus. Temas referidos a comercio, tecnología, derechos humanos y el llegar a sumar a China a conversaciones sobre los alcances/capacidades de arsenales nucleares, son una prioridad para la Casa Blanca.
También lo es llegar a encontrar prontamente –pero con una visión estratégica– puntos de encuentro con tradicionales socios y aliados en el Indo-Pacífico, como también con uno nuevo en el sudeste asiático, como lo es Vietnam. Con algunos de ellos, ya se han sostenido sendas conversaciones telefónicas incluso antes de la ceremonia de inauguración en el Capitolio, expresándose palabras, reconociendo compromisos y voluntades que no fueron del todo afirmadas durante tiempos pasados, con Twitter reemplazando el tan necesario “cara a cara”, que es requerido particularmente en reuniones multilaterales regionales especializadas en esas latitudes.
[cita tipo=»destaque»]Los próximos días y semanas serán claves para monitorear las prioridades que identificará los Estados Unidos en materias internacionales, teniendo claramente a la República Popular China al frente y al centro en todo análisis, discusión y consultas con sus principales socios, sean estos en Europa Occidental, incluyendo a aquellos que conforman la principal organización de seguridad en el planeta, la OTAN, o bien en el Medio Oriente con los países que conforman ASEAN en Asia, sus vecinos, Canadá y México, en fin, todo ello en tiempos que van a requerir de aproximaciones muy cercanas, con la lógica de intentar reconstruir confianzas, recomponer alianzas, identificar prioridades.[/cita]
Comentarios vertidos por personeros tales como el nuevo secretario de Estado de la administración Biden, el experimentado diplomático Anthony Blinken; la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki; la diplomática de carrera con 35 años de experiencia representando a los Estados Unidos, Linda Thomas-Greenfield, nombrada y ratificada por el Senado para desempeñar funciones como embajadora ante la Organización de las Naciones Unidas y, por cierto, a través de la declaración emanada de la oficina del presidente Joseph R. Biden Jr., luego de la conversación telefónica sostenida esta semana por él con el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, nos permiten comenzar a tomarle el pulso a lo que apuntará el gobierno demócrata en los próximos meses con y en China.
Todo ello no es algo menor para países como Chile, el cual estando distante observa con interés los sobrevuelos de bombarderos y su intercepción por parte de aviones de combate; las operaciones por parte de portaaviones y destructores para reafirmar la libertad de navegación; programas robustos de adquisiciones de material terrestre, aéreo y naval, con un acento en la construcción de submarinos y buques de superficie de proyección; el lanzamiento de satélites de uso dual y la presentación de nuevas tecnologías misilísticas, todo ello inserto en ámbitos tecnológicos, científicos y militares desplegados en los más variados teatros de operaciones, algunos de ellos de manera simultánea tanto en cuanto a su concepción como lógica. Es lo que corresponde cuando se mantiene un relacionamiento comprensivo tanto con Beijing como con Washington DC.
En efecto, vivimos tiempos que exigen minimizar riesgos ante cualquier tipo de cálculo erróneo, sea ello por efecto de aviones volando a gran altitud tipo U2, con capacidades para llevar a cabo tareas de recopilación de inteligencia; el despliegue y operación de misiles de largo alcance; la acción de un buque embistiendo a otro en plena navegación, o a través de la incursión involuntaria de soldados en territorio que se encuentra en disputa. Todo lo anterior ha ocurrido en años o en meses recientes, con sendas declaraciones o notas diplomáticas intercambiadas, en ocasiones produciendo más que un momento de tensión.
Es que en medio de la incertidumbre y una profunda desaceleración económica global producto de la pandemia, cuyo impacto va a continuar marcándonos este año, llegar a poner en práctica un equilibrio que contribuya a la vez a eliminar desconfianzas, ir generando diálogos empoderados por medio de una diplomacia activa, propositiva y profesional, son desafíos no menores para países comprometidos con un multilateralismo activo, participativo y propositivo. Más aún para aquellas economías que están literalmente jugadas cuando se procede a analizar fríamente, con estadísticas de intercambio e inversión en mano, la marcada dependencia que se tiene en uno u otro lado del mar que se comparte con los dos principales protagonistas del presente siglo.
Todo lo anterior potenciado aún más por medio del accionar de nuevos e influyentes actores que han ido abriéndose espacios en el escenario global, tales como India, Turquía, Arabia Saudita e Irán, entre otros, y también de aquellos más tradicionales y con una conocida diplomacia o expresiones de poder, como es la Federación Rusa, cuyo liderazgo no oculta su interés por proyectarse y seguir influyendo con un particular y marcado acento en los escenarios que le son prioritarios a Moscú, en la temática que se está gestando o ya está inserta en las tratativas que forman parte de la dinámica agenda de la política internacional contemporánea. Surgen asimismo con mayor fuerza instancias como el Quad, conformado por Australia, India, Japón y los Estados Unidos, con Canadá próximamente sumándose en un ejercicio naval denominado Sea Dragon 2021.
Claramente no deben pasar inadvertidas las palabras pronunciadas en los últimos días tanto por el presidente Xi Jinping ante el Foro Económico Mundial, como aquellas incorporadas en una declaración emitida por la embajada de la República Popular China en Washington DC, en donde se ha hecho notar el riesgo que conlleva llegar a tener una relación confrontacional. China ha señalado, en más de una ocasión, querer evitar cualquier tipo de conflicto con los Estados Unidos, sustentado ello a través de un trabajo descrito como colaborativo, de respeto mutuo y con miras a que ambas partes pueden llegar a beneficiarse (“win-win”).
Ha sido ya en varias ocasiones que la parte china, a través del canciller Wang Yi, ha indicado que tanto Beijing como Washington DC “deben llegar a encontrarse a mitad de camino”, para discutir, de manera constructiva, una no corta lista de desacuerdos que ambos países mantienen desde hace muchos años a la fecha, entre los cuales se encuentran temas comerciales, maniobras militares en el mar del Sur de China, asuntos referidos a propiedad intelectual, entre otros. De hecho, el ministro Wang llegó a proponer el año pasado identificar puntos comunes en donde hay una posición compartida, para desde esa meseta temática ir trabajando otros en donde persisten diferencias, paso a paso.
En tiempos recientes, eso sí, han ido apareciendo nuevos temas, tales como un despliegue más activo chino en el ártico, la pesca ilegal en los mares del sur, la militarización del espacio, el financiamiento de proyectos de infraestructura que forman parte de la iniciativa de la franja y de la ruta, unido a la capacidad que tienen países para enfrentar el peso de la deuda contraída.
Es cierto que la República Popular China no esquivará amenaza alguna en caso de producirse un hecho esencial en contra de lo que considera ser un atentado en contra de su soberanía e intereses superiores, preparando a sus cuadros profesionales, técnicos y militares, dotándoles de capacidades, infraestructura y tecnología para hacer frente ante aquellas situaciones de posibles amenazas, incluyendo los más variados escenarios y condiciones. La diplomacia china del presente siglo y todas las herramientas a su disposición, públicas y privadas, representan un fiel reflejo de una nación más segura de sí misma, asertiva, capaz, conocedora de su lugar en el mundo, en un siglo en donde somos testigos de reales transformaciones.
Los próximos días y semanas serán claves para monitorear las prioridades que identificará los Estados Unidos en materias internacionales, teniendo claramente a la República Popular China al frente y al centro en todo análisis, discusión y consultas con sus principales socios, sean estos en Europa Occidental, incluyendo a aquellos que conforman la principal organización de seguridad en el planeta, la OTAN, o bien en el Medio Oriente con los países que conforman ASEAN en Asia, sus vecinos, Canadá y México, en fin, todo ello en tiempos que van a requerir de aproximaciones muy cercanas, con la lógica de intentar reconstruir confianzas, recomponer alianzas, identificar prioridades.
Lo anterior, en momentos que la Administración Biden tiene que además hacer frente a presiones internas con desafíos notables, tanto en lo que se refiere a la pandemia, como además en todo lo atingente al engranaje político, económico, laboral, financiero y, tal vez más importante, la fibra social de un país que ha estado bajo una presión y división mayores.
América Latina, región que ha ido acrecentando sus vínculos e interacción con la República Popular China, debería ver nuevas aproximaciones diplomáticas, orientadas a reposicionar a los Estados Unidos en un engranaje de diálogo y cooperación a nivel bilateral, como también regional.
Con todo, siendo la República Popular China y los Estados Unidos dos países que marcan tan profundamente nuestras páginas actuales en materia de política exterior y sus múltiples alcances, de seguro que estar ajenos a lo que se viene por delante, simplemente, no es una opción. De ello, experiencias y buenas prácticas que resultan útiles provienen de países como, por ejemplo, Nueva Zelandia y Singapur o, bien, del proceso que ha sido llevado a cabo por parte de ASEAN, esta última organización conformada por 10 países del sudeste asiático, habiendo concebido el término de “la centralidad de la ASEAN”, para plantear formalmente su posición ante el concepto de Indo-Pacífico y la futura arquitectura de una región, en donde Chile es un protagonista de presente y futuro.