La pandemia, enhorabuena, le ha dado a esa escuela tradicional, de disciplinamiento y normalización, de fechas uniformes y estandarizadas su último tiro de gracia y ella ha empezado a reinventarse, empezando por instalar formas diversas de iniciar este año escolar.
Hacía mucho tiempo que no veía al Presidente Piñera diciendo algo sustantivo y de sentido común como lo que señaló el día martes 23 de febrero en que, en un contexto de pluralidad, acompañado por la presidenta del colegio médico y del de profesores y en un cambio de giro notable del discurso oficial sobre el retorno presencial a clases indicó que ste “sería gradual, flexible y respetando la decisión de las comunidades escolares”.
Por primera vez el ingreso a clases no fue homogéneo, uniforme, ni solo presencial dando cuenta que la pandemia también ha terminado por transformar nuestra cotidianidad y rutina escolar.
De la escuela uniforme disciplinaria y portaliana a las escuelas autónomas y heterogéneas
Aquellos que por deformación profesional tuvimos que respirar durante años el polvo seco de los documentos del Archivo Nacional, nos hemos topado con testimonios del Siglo XIX, como el del estudiante Francisco Bello de la Escuela de Artes y oficios que en 1879, luego de ser sometido desde inicios de abril a diversos castigos físicos y psicológicos – golpes, aislamiento, suspensión, etc. – fue separado del establecimiento el día 24 de ese mes “por indisciplina”. Al revisar los castigos proporcionados al pequeño Francisco se observa que no tenían relación con su aprendizaje sino con el uso del tiempo, la rutina y la disciplina.
Y es que el modelo educativo que montó en Chile nuestra oligarquía a partir de la independencia tenía dos ejes: la Universidad de Chile como espacio de formación de la elite que gobernaría la nación y por otro, la enseñanza común para el disciplinamiento social o laboral de los grupos subalternos. No resultó casual entonces que dichas escuelas llevaran el adjetivo de “Normales”, tal como ocurrió también con la institución dedicada a formar preceptores.
La escuela y la educación a lo largo de los 90’ y 2000 no cambiaron mucho, prueba de ello es que las dos grandes revueltas políticas de la transición – el pingüinazo de 2006 y el universitario de 2011 – fueron encabezadas por estudiantes. Fue recién con Bachelet II que se entregaron algunas señales, eso sí un poco contradictorias, sobre la necesidad de un giro radical en educación, siendo a mi juicio uno de los más relevantes, algunos aspectos de la ley de inclusión que pretendían poner fin no solo a la profunda discriminación de nuestra sociedad, que se reflejaba en el modelo educativo de la homogeneización y la asimilación.
Siempre sostuve que esas transformaciones requerían remover cimientos profundos de nuestras estructuras mentales a menos que ocurrieran fenómenos o acontecimientos que por su magnitud obligarán a realizar transformaciones rápidas de nuestras maneras de concebir y comprender el mundo que habitamos.
Se vino entonces la pandemia que, como en ocasiones históricas anteriores, nos obligó a modificar rápidamente nuestras formas de relacionarnos y socializarnos.
Los modelos educativos cambiarán y tal vez se profundice la idea de un patrón distinto para cada colegio y comunidad educativa, en un contexto de un currículo cada vez más flexible, se apropiará cada vez más de su propósito, de lo que enseña y la manera en lo que hace.
Se fortalecerán de manera presencial todos los procesos de socialización y autonomización de los estudiantes – la educación física, la retroalimentación de algunos aspectos del currículo, el teatro, aniversarios, actividades significativas, como aniversarios y efemérides, etc. –, en cambio el tratamiento de las habilidades a alcanzar, desarrollo de contenidos y logro de objetivos, así como las reuniones de apoderados se harán más frecuentes en formato virtual.
Seguramente cambiará el currículo escolar y la educación y la escuela durante los próximos años serán laboratorios permanentes de transformaciones, donde probablemente aprenderán a acumular y a escribir sus experiencias y se evolucionarán hacía verdaderos centros de aprendizaje.
Se acabarán los años escolares tediosos, uniformes y planos y cada comunidad escolar, en un contexto de reglas generales de la nación, dispondrá cada vez más de mayor autonomía para fijar los periodos de enseñanza y las reglas de aprendizaje.
Ha muerto la escuela portaliana, ¡viva la educación!
A raíz de una columna que escribí el año pasado sobre cómo, pese a su efecto negativo inmediato, las pestes finalmente han transformado a la humanidad modernizándola. Ha pasado ya casi un año y ya nadie puede negar que el mundo se está transformando hacia un futuro abierto. Están mutando las formas de trabajo, de relacionarnos y comunicarnos, de comprender los límites de la acción humana, la economía así como la política, también la educación y junto con ella la escuela.
La pandemia, enhorabuena, le ha dado a esa escuela tradicional, de disciplinamiento y normalización, de fechas uniformes y estandarizadas su último tiro de gracia y ella ha empezado a reinventarse, empezando por instalar formas diversas de iniciar este año escolar.