Es más que claro que en el Estado hay espacios para mejorar eficiencia, controlar dispendio, eliminar programas sin impacto, acortar listas de espera, atender mejor en la cola, digitalizar, profesionalizar más la administración pública, etc. Debemos hacerlo, a la brevedad, no para ganar puestos en los rankings, sino en beneficio de las personas. Pero también es posible afirmar con mucha certeza que en Chile se puede y debe incrementar el gasto público de manera significativa, sobre todo en salud, pensiones y un ingreso universal garantizado, para paliar nuestra desastrosa inequidad, y no vivir de estallido en estallido las próximas décadas.
¿Es ineficiente nuestro Estado? La respuesta breve es: NO.
Con José Inostroza estamos trabajando en un grupo de propuestas programáticas sobre salud, educación y modernización del Estado, que pronto se publicarán. Como parte de ese trabajo encontramos estos datos que de seguro les interesarán.
¿Cómo nos atrevemos a decir esta barbaridad de que NO somos ineficientes, si la prensa está salpicada de frases tales como que “la burocracia del Estado es enorme, ineficiente o anticuada”? La respuesta a esta pregunta anterior es simple: porque los datos internacionales, publicados por la OCDE y por el World Governance Index (WGI.com), así lo demuestran. Pero a los ideólogos neoliberales esta afirmación les resulta contranatura y, por ende, el fake news de la ineficiencia se ha repetido y sigue repitiendo como mantra hasta que se convirtió y sigue convirtiendo en verdad revelada.
La eficiencia (efficiency) del gasto público se define como el total de lo que logra un Estado en educación, salud, infraestructura, equidad de ingresos, crecimiento económico, ambiente regulatorio, control de corrupción, derechos de propiedad, etc. (a esto lo llaman performance, es decir, desempeño)… dividido por el total de lo que gasta el Estado, expresado como gasto público/PIB. Es como los “km de desempeño estatal por litro de gasto público”, con una metodología que permite hacer comparaciones internacionales.
Pues bien, la eficiencia chilena ha sido de las más altas del mundo, del 2006 hasta 2017, último año del estudio. Además, según el WGI con otra metodología, Chile también ha estado entre los más altos del mundo por 25 años. Chile además ha sido establemente superior a toda América Latina, por lejos. Por cierto, nosotros hicimos este mismo cálculo, con la misma metodología de OCDE, en 2005[1], y resultó que éramos la 5ª del mundo. No ha variado casi nada. Cuando intentamos publicarlo en los medios impresos, logramos algo así como 20 cm2 de espacio. Era un dato, como hoy, contranatura.
En los datos de OCDE para 2017, Chile solo es superado en eficiencia por Corea, Irlanda y Austria. Somos la 4ª eficiencia más alta del mundo, y superamos a los países nórdicos, Inglaterra, USA y Nueva Zelanda.
Aclaremos, eso sí, que el desempeño (performance) de Chile, es decir, lo que logramos en términos absolutos, es el valor más bajo de la OCDE. Para que quede claro, estamos peor que todos en el promedio de educación, salud, infraestructura, equidad, estabilidad, etc. Lo que ocurre es que nuestro gasto público, 23% del PIB en 2017, es tan bajo comparado con los demás, que la eficiencia resulta ser muy alta. Dicho en castizo: a lo poco que gastamos le sacamos mejor trote que la mayoría.
Agreguemos además que nuestro PIB per cápita es bastante más bajo que en el resto de la OCDE. Si el cálculo comparativo se hiciera respecto al PIB per cápita, nuestra eficiencia pública resultaría por lejos la primera del mundo, así como lo lee.
Como paliativo para quienes se “disgustan” con estos datos, hay que decir que del 2018 en adelante el gasto público subió a 25.5 % del PIB (sin contar la pandemia, que impulsó a todos los países a gastar mucho más). Sin embargo, aun así, nuestra eficiencia seguiría quedando por arriba de la gran mayoría de los países avanzados. Otro paliativo podría ser que varios de los indicadores, como corrupción o ambiente regulatorio, no se basan en datos duros sino en encuestas de percepción, pero siendo los chilenos tan pesimistas y mala onda como somos, es dudoso que en esas comparaciones de percepción se nos esté beneficiando para efectos del cálculo.
Hay por cierto otro gran paliativo, que aquellos con mentalidad neoliberal ya deben estar a punto de rebatirnos en furiosos posteos: en Chile las personas gastan mucho en AFP e Isapre (y hasta el 2017, en educación), con lo cual no es necesario tanto gasto público. Eso es absolutamente verdadero, como también es verdadero que quienes hacen ese gasto están en el 30% más rico de la población, y ese gasto va en beneficio de ellos mismos, generando así todavía más segregación en los servicios de salud e inequidad de ingresos en las pensiones. Este es precisamente el fruto de nuestro individualista y pernicioso modelo económico por 40 años. Yo me rasco con mis propias uñas y ahí tú verás qué haces. En países más equitativos, la mayor parte de ese gasto lo hace el Estado con cargo a impuestos generales.
En cualquier caso, es más que claro que en el Estado hay espacios para mejorar eficiencia, controlar dispendio, eliminar programas sin impacto, acortar listas de espera, atender mejor en la cola, digitalizar, profesionalizar más la administración pública, etc. Debemos hacerlo, a la brevedad, no para ganar puestos en los rankings, sino en beneficio de las personas.
Pero también es posible afirmar con mucha certeza que en Chile se puede y debe incrementar el gasto público de manera significativa, sobre todo en salud, pensiones y un ingreso universal garantizado, para paliar nuestra desastrosa inequidad, y no vivir de estallido en estallido las próximas décadas.
[1] “La Reforma del Estado en Chile 1990-2005: De la Confrontación al Consenso”, M. Waissbluth y J. Inostroza, PUBLIC (www.esade.edu/public) 2006