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¿Por qué es un error la tesis de la “unidad de la oposición”? Opinión

¿Por qué es un error la tesis de la “unidad de la oposición”?

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Ignacio Walker
Por : Ignacio Walker Abogado, expresidente PDC, exsenador, exministro de Relaciones Exteriores.
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La unidad de la oposición, entendida como izquierdización, lo que hace es alienar al voto moderado y de centro, al mundo de los independientes y de los sectores medios, y volcarlo hacia la derecha. Dos más dos son cuatro, incluso en política. Las matemáticas no mienten. Si nos corremos hacia la izquierda bajo la tesis de la unidad de la oposición, le estamos dando un subsidio a la derecha. ¿Alguien quiere eso? Pues que lo diga. ¡Yo no! La alternativa, claro está, es hundirnos juntos como submarino, derrotados pero juntos, aspirando (a lo más) a tener mayoría en el Parlamento.


Hay quienes piensan que la unidad de la oposición es la mejor forma de derrotar a la derecha. Yo pienso exactamente lo contrario: que es la mejor manera de asegurar un triunfo de la derecha, con miras a un próximo Gobierno encabezado por un hombre o mujer de sus filas.

La unidad de la oposición equivale a la izquierdización de la misma. Si fue difícil mantener una nave estibada de centroizquierda bajo el Gobierno de la Nueva Mayoría, con seis partidos de izquierda y la DC como partido de centro (aunque hay algunos camaradas a los que no les gusta esta autodefinición), cómo sería una alianza basada en la tesis de la “unidad de la oposición” con trece partidos de izquierda (me refiero a los 13 partidos que suscribieron, junto con la DC, la declaración de 12 de noviembre de 2019, que es lo más cerca que hemos llegado a la tesis de la unidad de la oposición).

La unidad de la oposición, entendida como izquierdización, lo que hace es alienar al voto moderado y de centro, al mundo de los independientes y de los sectores medios, y volcarlo hacia la derecha. Dos más dos son cuatro, incluso en política. Las matemáticas no mienten. Si nos corremos hacia la izquierda bajo la tesis de la unidad de la oposición, le estamos dando un subsidio a la derecha. ¿Alguien quiere eso? Pues que lo diga. ¡Yo no!

[cita tipo=»destaque»]¿Cuál debiera ser entonces la estrategia de la centroizquierda representada por Unidad Constituyente? Esta debiera plantearse como objetivo llegar con una candidatura propia a la primera vuelta con miras a pasar a la segunda vuelta electoral. Para ello, debiera concurrir a una primaria legal en julio (el PS y el PPD tendrán que decidir si llegan a esa medición con una o dos candidaturas). Sumadas sus fuerzas y con una buena campaña –lo hemos hecho tantas veces en los últimos 30 años– esa candidatura debiera ser capaz, en la dispersión entre Jadue y Jiles en primera vuelta –entre otras consideraciones–, de pasar a una segunda vuelta, mejorando las posibilidades de ganarle a la derecha. ¿O alguien piensa seriamente que Daniel Jadue o Pamela Jiles ganan en segunda vuelta?[/cita]

He sostenido –La Nueva Mayoría (reflexiones sobre una derrota), Editorial Catalonia, 2018– que fue la izquierdización del Gobierno de la Nueva Mayoría (mi Gobierno), la que explica el triunfo de la derecha en 2017 (Sebastián Piñera obtuvo un 55% en segunda vuelta tras haber obtenido un 36% en primera vuelta). ¿Alguien piensa que la derecha en Chile tiene un 55% del electorado? Evidentemente que no. A lo largo de los años ha estado en torno a un 40% de los votos. ¿Cómo es entonces que ganó la derecha con esa mayoría aplastante? Con los votos que le dimos desde una centroizquierda que se izquierdizó (la candidatura de Alejandro Guillier solo vino a confirmar los fantasmas del voto moderado y de centro y de los independientes y sectores medios que corrieron a votar por Piñera y por la derecha, sin serlo necesariamente). En esa elección se dio la situación inédita de que votaron más personas en segunda que en primera vuelta. Es que la gente estaba asustada.

Todos sabemos que hay varias oposiciones al interior de la oposición. Lo que queda del Frente Amplio (eran 20 diputados y quedan 11) optó por aliarse con el PC, desechando una alianza con Unidad Constituyente (que contendría, según el FA y el PC, a los antiguos partidos de la Concertación supuestamente partidarios de administrar el modelo neoliberal). RD hizo una consulta en que participaron por internet 700 militantes (de un padrón electoral de 30.000) y decidió una alianza con el PC y no con Unidad Constituyente. Ahí quedó formalizada la alianza entre el PC y el FA (legítimo por donde se le mire). Esa decisión explica la fuga de varios ex-FA.

El PC, por su parte, viene saliendo de las resoluciones de su XXVI Congreso que terminó en diciembre último con el triunfo de las tesis de Daniel Jadue en torno a una “ruptura democrática y constitucional”, que incluye –en las palabras del informe al Congreso partidario de Guillermo Teillier– “rodear con la movilización de masas” la Convención Constituyente (lo más parecido que conocemos a aquello es la asonada neofascista del trumpismo que llamó a la movilización de masas para tomarse el Capitolio el 06/01 recién pasado, poniendo en jaque a la democracia estadounidense).

Cabe recordar que las tesis del “orgánico” Jadue (así se le llamaba), miembro de la célula “La Chimba”, habían sido derrotadas en el XXIV Congreso de 2010, al imponerse las tesis defendidas por la conducción de Guillermo Teillier en favor de “un Gobierno de nuevo tipo”, entendido como un momento “de máxima flexibilidad táctica” con miras a una “democracia posneoliberal”. Fue esa la tesis –dicho sea de paso– que permitió la formación del Gobierno de la Nueva Mayoría.

El reciente Congreso del PC da por superada esa etapa, asume la crítica del segundo Gobierno de Bachelet (sin perjuicio de destacar algunos logros parciales) y se embarca en la tesis que ya hemos mencionado.

Surge, así, la alianza del PC y el Frente Amplio como una alternativa hacia la izquierda de Unidad Constituyente, acompañada de acusaciones sistemáticas y reiteradas en contra de los miembros de esta última, supuestamente representativos del neoliberalismo (sería interminable citar las abundantes referencias en tal sentido).

Simultáneamente el PS, PPD, PRSD –los que han hecho extensiva la invitación a los descolgados del FA, como el Partido Liberal de Vlado Mirosevic y los ex-RD Natalia Castillo y Pablo Vidal– están empeñados en definir el espacio de la socialdemocracia (una vieja y muy legítima –y muy lógica me atrevería a decir– aspiración del sector).

¿Y la DC? Bueno, casi nadie nos quiere. En el primer tiempo de esta administración nos acusaron desde casi todos los sectores de la oposición de trabajar para la derecha y el Gobierno de Piñera, de impedir la unidad de la oposición y hasta de traidores. Ahora el senador Guido Girardi –que nunca nos ha querido mucho– propone una primaria legal en julio sin la DC (con bastante aceptación al interior del PPD, según parece).

¿Y en medio de todo esto hablamos de “unidad de la oposición”? Compañeros y camaradas: cortemos la chacota y pongámonos serios.

Lo que creemos y siempre hemos querido –hablo por mí y por los muchos que hemos abrazado ese proyecto– es una convergencia entre la Democracia Cristiana y el socialismo democrático (ver mi artículo “Democracia cristiana y socialismo democrático”, en este mismo medio, el 26 de febrero último), seguiremos abogando por una alianza de centroizquierda, la que por la fuerza de los hechos, declaraciones y definiciones que conocemos, nos aleja de la alianza, ya formalizada para las elecciones de abril o mayo, entre el PC y el FA.

Y si todo lo anterior resulta difícil y hasta tortuoso, ¿qué pasa con Pamela Jiles y el Partido Humanista? ¿Alguna posibilidad de sumar a la tesis de la unidad de la oposición? Bueno, es que cuesta entender qué queda de todo aquello. El Partido Humanista se fue del FA, Tomás Hirsch (socio fundador) se fue del PH y entonces lo que queda es Pamela Jiles, una líder tremendamente efectiva que ha permitido que los trabajadores puedan echar mano de US$ 35.000 millones de sus fondos previsionales, posicionándose de paso como el personaje político mejor evaluado del país, contando, además de su inteligencia y sagacidad, con el auspicio de los diputados y senadores de RN y UDI, que dieron los votos para el primer y segundo retiro y que están a punto de hacerlo por tercera vez (ante la incompetencia absoluta de este Gobierno, pero ese será tema para más adelante). Con toda lo cariñosa (y efectiva) que es, la “abuelita” (como le gusta que la llamen) ya tiene sintonía directa con la opinión pública (y con sus “nietecitos”) y no necesita de otros partidos.

¿Cuál debiera ser entonces la estrategia de la centroizquierda representada por Unidad Constituyente? Esta debiera plantearse como objetivo llegar con una candidatura propia a la primera vuelta con miras a pasar a la segunda vuelta electoral. Para ello, debiera concurrir a una primaria legal en julio (el PS y el PPD tendrán que decidir si llegan a esa medición con una o dos candidaturas). Sumadas sus fuerzas y con una buena campaña –lo hemos hecho tantas veces en los últimos 30 años– esa candidatura debiera ser capaz, en la dispersión entre Jadue y Jiles en primera vuelta –entre otras consideraciones–, de pasar a una segunda vuelta, mejorando las posibilidades de ganarle a la derecha. ¿O alguien piensa seriamente que Daniel Jadue o Pamela Jiles ganan en segunda vuelta?

Nosotros –la Concertación y la Nueva Mayoría– ya hemos demostrado en cinco oportunidades que ello es posible, con mayoría absoluta en primera (Aylwin y Frei) o en segunda vuelta (Lagos y Bachelet en dos oportunidades).

Es la única forma en que los sectores moderados o de centro, el voto independiente y de los sectores medios, no se nos espanten (como ya ocurrió en 2017).

La alternativa, claro está, es hundirnos juntos como submarino, derrotados pero juntos bajo la tesis de la “unidad de la oposición”, aspirando (a lo más) a tener mayoría en el Parlamento (para que el sistema político siga bloqueado, pero ese sí que es tema para otro día, el viejo tema en la ciencia política del “Gobierno dividido”).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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