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La confusión entre comunicación y propaganda Opinión

La confusión entre comunicación y propaganda

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Luis Ibacache Silva
Por : Luis Ibacache Silva Médico Psiquiatra. Taller de Estudios en Salud Dra. Tegualda Monreal.
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Lo que hemos visto son conferencias de prensa donde nos dicen que somos líderes en Sudamérica en el número de PCR realizadas, que ocupamos el primer lugar en el mundo en la velocidad de vacunación y que la red de salud está funcionando sin problemas y se siguen aumentando las camas críticas. Este mensaje, repetido hasta el cansancio por cualquier autoridad que tenga tribuna, relativiza toda petición de sacrificio que se le haga posteriormente a la población.


Cuesta entender por qué el Ministerio de Salud y el Gobierno en general, lo han hecho tan mal en la comunicación de riesgo durante la pandemia. Un año después de los primeros casos y habiendo alcanzado más de 30 mil personas muertas (30.671 fallecidos al 28 de marzo, según último informe epidemiológico), comunicacionalmente estamos donde mismo estábamos al inicio: se anuncian medidas confusas y contradictorias y la población no las cree. El ministerio gasta millones de pesos en asesorías comunicacionales; tiene periodistas, cientistas políticos, expertos en comunicación estratégica y, sin embargo, no es capaz de trasmitir un simple mensaje: cuidémonos entre todos o el costo será aún más alto.

En una crisis sanitaria como la que vivimos, la comunicación de mensajes claros y efectivos y la educación de la población en las formas de cuidarse y de cuidar a otros juega un papel central. Sin embargo, cuando las autoridades intentan explicar esta trágica segunda ola, responsabilizan a las personas de no acatar las medidas dictadas por el Ministerio de Salud. La población tiene dificultades reales y objetivas para hacer un confinamiento efectivo y percibe la injusticia que significa que la mayor parte de los chilenos pagamos los costos de las cuarentenas, mientras grandes empresas, como las Isapres, bancos y AFP, obtienen ganancias.

[cita tipo=»destaque»]Desde el inicio de la pandemia hemos escuchado que lo estamos haciendo fantástico (como si las 30 mil personas fallecidas hubiese que pasarlas a la columna de costos) y hemos visto puestas en escena con la bandera chilena colgada en el contenedor que trae ventiladores mecánicos y un piloto holandés de la línea KLM, que nunca entendió por qué llegaba el Presidente a hablarle, con toda la televisión detrás. Estas acciones corresponden a lo que la misma RAE define como propaganda, es decir, la “difusión o divulgación de información, ideas u opiniones de carácter político… con la intención de que alguien actúe de una determinada manera, piense según unas ideas o adquiera un determinado producto”.[/cita]

Para empeorar las cosas, existe un descrédito general del Gobierno y sus políticas para enfrentar la crisis, porque no ponen en primer lugar la salud de los trabajadores y de la población, sino el funcionamiento de la economía. A todo ello se suma el abandono del Ministerio de Salud de una de sus funciones fundamentales: la de ser comunicador y educador en salud, para asumir, en cambio, el rol de propagandista del Gobierno.

De acuerdo con el diccionario de la RAE, comunicar es “manifestar o hacer saber a alguien algo”. Así de simple. ¿Qué mensaje es el que hay que comunicar? El mensaje que más claramente dé cuenta de la situación en que nos encontramos: que las consecuencias de la infección por COVID siguen siendo graves, que el virus es altamente contagiante y se propaga de persona a persona, que el efecto de las vacunas sobre la propagación del virus en la población recién se va a ver a fines del primer semestre, que todo el sistema de salud está agotado y que hemos llegado al límite de camas críticas disponibles. Por lo tanto, la conclusión cae de cajón: debemos cuidarnos entre todos de contraer y propagar el virus.

En cambio, lo que hemos visto son conferencias de prensa donde nos dicen que somos líderes en Sudamérica en el número de PCR realizadas, que ocupamos el primer lugar en el mundo en la velocidad de vacunación y que la red de salud está funcionando sin problemas y se siguen aumentando las camas críticas. Este mensaje, repetido hasta el cansancio por cualquier autoridad que tenga tribuna, relativiza toda petición de sacrificio que se le haga posteriormente a la población.

Desde el inicio de la pandemia hemos escuchado que lo estamos haciendo fantástico (como si las 30 mil personas fallecidas hubiese que pasarlas a la columna de costos) y hemos visto puestas en escena con la bandera chilena colgada en el contenedor que trae ventiladores mecánicos y un piloto holandés de la línea KLM, que nunca entendió por qué llegaba el Presidente a hablarle, con toda la televisión detrás. Estas acciones corresponden a lo que la misma RAE define como propaganda, es decir, la “difusión o divulgación de información, ideas u opiniones de carácter político… con la intención de que alguien actúe de una determinada manera, piense según unas ideas o adquiera un determinado producto”.

Es decir, los mensajes que hemos estado recibiendo durante más de un año no cumplen con la función esencial de comunicar, educar y guiar a la población en su autocuidado y en la solidaridad para enfrentar la pandemia, sino que constituyen simple propaganda.

Para salir de la actual crisis sanitaria y como una tarea ineludible para un futuro Ministerio de Salud al servicio de la población, necesitamos que el Minsal retome su función de educador en salud y deje de lado su papel de propagandista del Gobierno. Solo así podrá lograr la participación activa de la comunidad organizada en función de objetivos y estrategias claras y coherentes.

Muchos años atrás, con un país mucho más pobre, con enfermedades infecto-contagiosas que mataban miles de niñas y niños, con muchos menos recursos, el Estado –con la conducción del Ministerio de Salud– era capaz de liderar campañas que salvaron miles de vidas, con un mensaje claro y coherente que la población entendía y, por supuesto, seguía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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