El Presidente decidió navegar contra la corriente y no escuchar a nadie –salvo a Larroulet– y recurrió al TC. Fue la representación trágica de la desconexión total de Piñera con la gente, de su escasa empatía y, por sobre todo, de la torpeza política. Ese día el Mandatario le puso fin –simbólicamente– a su accidentado segundo mandato, porque, de aquí en adelante, no le quedará más que administrar lo que pueda. Para salir jugando, el Jefe de Estado anunció su propio proyecto –poniendo impuestos al retiro y “regalando” $200 mil a quienes han quedado sin fondos–, como una especie de niño taimado que solamente permite que jueguen con su pelota.
El Presidente, Sebastián Piñera, llegó a La Moneda con casi 54% de los votos en la segunda vuelta de 2017. La euforia de la derecha era razonable. Se dijo que volvían para quedarse, para estar 20 años en el poder, que atrás quedaba un Gobierno desastroso que tenía al país sumido en la delincuencia, que La Araucanía estaba ingobernable, que podíamos crecer mucho más, y que la migración no tenía control. Se dijo que Piñera se convertiría en el “mejor Presidente de la historia”. Vaya paradoja con el momento actual.
Y aunque en los meses previos ya existían señales de que las cosas no marchaban como lo esperado, el gran quiebre se produjo el 18 de octubre de 2019. Porque el Presidente no solo proyectó un mal manejo político, sino que pasó a convertirse en una suerte de ícono del descontento acumulado –en eso la responsabilidad les toca a todos(as) quienes gobernaron desde 1990 en adelante–, al representar simbólicamente a los poderosos, a los empresarios, a los ricos. A los autores intelectuales de la incomodidad y percepción de desigualdad, colusión y privilegios en un país agotado de la falta de empatía de unos pocos con el resto de la población.
Y luego vino la pandemia, que puso entre paréntesis el estallido social y que, gracias al plebiscito del 25/0, algo descomprimió. Pero vendría el segundo error fatal del Primer Mandatario, cuando vio en el proceso de vacunación masiva –con una operación logística y comercial que trajo de vuelta al empresario Piñera– la oportunidad para revertir su desconexión con la ciudadanía.
El Jefe de Estado optó por un relato tan predecible como equivocado. Dijo que al fin veíamos la “luz al final del túnel”, volvió a hablar de Chile como “líder mundial” en materia de vacunación y control de la pandemia. Con una población agotada luego de un año y medio de anormalidad –que partió el 18/0– necesitaba señales. El Gobierno no solo se las entregó sino que, además, flexibilizó las medidas, entregando un permiso de vacaciones, reabriendo los cines, bares, gimnasios, y redujo el toque de queda. También se negó a cerrar el aeropuerto de Santiago, pese a que ya sabía que Chile fue el cuarto país en ingresar la cepa británica B.117 y comunicó también que los estudiantes volvían a clases presenciales. La “normalidad” –ese concepto que ya le había dado dolores de cabeza en 2020– estaba de vuelta.
Pero, en pocas semanas, el COVID-19 volvió a dispararse. Primero fue en las regiones a las que la gente acudió de vacaciones y, luego, en la región a la que regresaron –la Metropolitana–. Las clases tuvieron que suspenderse, la gente volvió a confinamiento y millones de personas volvieron a vivir la pesadilla del desempleo o la caída abrupta de sus ingresos. El miedo había regresado.
Para rematar, La Moneda llegó tarde y solo a última hora postergó las elecciones programadas para los días 10 y 11 de abril, abriendo un espacio de negociación y provocando –un verdadero milagro– la unidad artificial de la oposición.
Ya en marzo el efecto vacunación se había ido por la borda, la molestia de las personas por la falta de ayuda aumentaba y, por supuesto, el cansancio acumulado mostraba a una ciudadanía más irritable y más desesperanzada al enfrentar de nuevo miles de contagiados diarios y ver cómo las personas seguían muriendo, aunque esta vez eran jóvenes. La promesa de la salida “al final del túnel” se convertía en una cruel ironía
La Moneda –nuevamente llegando tarde– anunció un paquete económico por US$ 6.000 millones para paliar las dificultades económicas de millones de chilenos. La reacción de la gente, la oposición e incluso sus partidarios, fue unánime: era insuficiente. Pero el Gobierno careció de inteligencia a la hora de bajar concretamente la ayuda, sin una idea clara y presionado por los propios, los que incluso le propusieron alternativas –como la idea de Lavín & Desbordes para que las personas pudieran sacar recursos de su fondo de cesantía–, pero que tampoco fueron escuchados.
En el oficialismo se dieron cuenta de que la molestia iría en aumento y que les traería serías consecuencias en las elecciones del 15 y 16 de mayo –si es que se pueden realizar–, por tanto, varios optaron por sumarse al tercer retiro. La Moneda, en un nuevo error de cálculo, se confió en el que Bono Clase Media e IFE lograrían parar la iniciativa. Pero no contaban con que mucha gente aumentaría su rabia al recibir una cruz roja de “rechazo” al intentar postular. Las críticas descolocaron al Gobierno, que se vio obligado a aumentar las coberturas. Pero ya era tarde. Además de una respuesta insuficiente, la idea del tercer retiro se había instalado como un derecho, algo que Piñera no supo leer o aún no entiende.
Pero faltaba el error mayor. El Presidente decidió navegar contra la corriente y no escuchar a nadie –salvo a Larroulet– y recurrió ante el TC. Fue la representación trágica de la desconexión total de Piñera con la gente, de su escasa empatía y, por sobre todo, de la torpeza política. Ese día el Mandatario le puso fin –simbólicamente– a su accidentado segundo mandato, porque, de aquí en adelante, no le quedará más que administrar lo que pueda. Pase lo que pase con el 10% –el proyecto aprobado o el que ingresará hoy el Ejecutivo al Congreso–, Piñera ya se autoinfligió una derrota catastrófica e irreversible.
Y la cadena de errores continuó, develando la confusión de La Moneda. Rumores de renuncia de Karla Rubilar, cartas de ministros al diario, Desbordes pidiendo la salida de Larroulet, declaraciones rotundas de que no se retiraría el requerimiento al TC, parlamentarios de Renovación Nacional, Yasna Provoste y los presidentes de los partidos rogando, suplicando al Mandatario que revirtiera su decisión. Bellolio despotricando contra la oposición y llamando al diálogo en el mismo día, hasta que al final, Piñera, anoche, anunció su propio proyecto –poniendo impuestos al retiro y “regalando” $200 mil a quienes habían quedado sin fondos–, como una especie de niño taimado que solo permite que jueguen con su pelota.
El Presidente criticó anoche en su intervención a quienes aprobaron el proyecto en el Congreso, como si hubiera sido votado solo por la oposición. Olvidó que fueron los propios parlamentarios de su coalición quienes inclinaron la balanza, debido a la falta de reacción de La Moneda. La oposición ya advirtió que no negociará el proyecto sellado la semana pasada en las dos Cámaras. Veremos cómo esta semana se resuelve esta crisis, porque mucha gente necesita urgente la ayuda. Y, por supuesto, Piñera estará pensando cómo subir del 9% que le atribuyó –incluso– Cadem, la cifra más baja que ha tenido un Jefe de Estado desde la vuelta a la democracia.