Podemos esperar dos grandes escenarios para la noche del domingo y la mañana del lunes. El primero, y lamentablemente el más probable, será el amplio despliegue de armas blancas tanto para la autodefensa como para el ataque. De cuchillos largos a estoques, este despliegue de fuerza bruta se basará en la frustración de las culpas cruzadas y el incremento de hostilidad, para matar la poca confianza que queda. Heridos vamos a tener. De ser así, la oposición –como una mayoría que pudiese dar gobernabilidad a Chile, pero por sobre todo cumplir con el imperativo ético de ser una alternativa especialmente para quienes hoy sufren– tiene una alta probabilidad de terminar agonizante en la maletera.
Triunfar o perder en una elección, a pesar de lo objetivo que suena, suele terminar siendo una interpretación relativa. Cada cual, con su propia lectura, puede tener suficientes razones para celebrar o llorar. Uno siempre puede decir que se ganó instalando ideas. Esta subjetividad política y eternamente contestada, hace que el hablar de ganadores y perdedores sea menos relevante que analizar las reacciones que vendrán después de los resultados y el impacto que estas van a tener en el futuro del país.
El escenario posresultado está marcado por la incertidumbre. Si bien han existido días donde se celebran cartas unitarias decoradas con nombres y firmas diversas, lo que ha primado han sido las calificaciones y juicios innecesarios. Este comportamiento podría importar poco si solo se tratara de la coyuntura política en un escenario de normalidad. Pero no lo es. Esto ocurre en los momentos en que el país sigue siendo azotado por una pandemia sanitaria, un maremoto económico del cual recién pareciera nos estamos recuperando y el fragüe de una crisis social que hace que los estallidos sociales se mantengan a flor de piel.
[cita tipo=»destaque»]La tarea es compleja, pero no imposible. Soy tal vez parte del grupo de ilusos que todavía cree que, a solo un puñado de días de la inscripción de una primaria, hay posibilidades de que esta sea amplia, desde la DC al PC hasta el FA. Que la gente y no unos pocos decidan quién nos representa. Si el golpe de hoy es en el lugar correcto, la generosidad y el reconocimiento de la existencia del bien superior –que es el bienestar de quienes habitamos en este espacio nacional compartido– podría impedir que terminemos en la maleta y, lo más grave, que nuestros destinos sean conducidos por Joaquín Lavín al volante.[/cita]
Con todo, al otro lado de la vereda opositora, se encuentra un Gobierno que se ha mantenido en un coma autoinducido prácticamente desde el estallido social, abusando del Estado de Catástrofe como tanque de oxígeno para gobernar, permitiendo que crezcan la vulnerabilidad, el desamparo, la inseguridad y que incluso algunos pasen hambre.
Bajo este contexto es que podemos esperar dos grandes escenarios para la noche del domingo y la mañana del lunes. El primero, y lamentablemente el más probable, será el amplio despliegue de armas blancas tanto para la autodefensa como para el ataque. De cuchillos largos a estoques, este despliegue de fuerza bruta se basará en la frustración de las culpas cruzadas y el incremento de hostilidad, para matar la poca confianza que queda. Heridos vamos a tener. De ser así, la oposición –como una mayoría que pudiese dar gobernabilidad a Chile, pero por sobre todo cumplir con el imperativo ético de ser una alternativa especialmente para quienes hoy sufren– tiene una alta probabilidad de terminar agonizante en la maletera.
El segundo escenario es menos probable, pero el necesario. Para algunos sería casi un acto milagroso, pero no por ello imposible. Ahí la generosidad de los liderazgos políticos y sus partidos generarían con sus acciones y gestos un éxtasis tal, que se abrirían los diálogos y conversaciones con sentido de urgencia y bajo una épica del bien común. Permitiendo, así, que florezca el grado más amplio de unidad posible entre quienes tienen y creen en la posibilidad de ofrecer un proyecto común y bajo mínimos de buen trato. En vez de terminar en la maleta, aquí la oposición puede terminar al volante, con la clara posibilidad de conducir el país a contar del 2022 y trabajar de forma unida en la Convención Constitucional.
Para ser una alternativa real para conducir los destinos de todas y todos quienes habitan en este espacio compartido, se requiere ganar elecciones. Tal y como está el escenario hoy en día, la dispersión solo es funcional a que un UDI autoconverso a una farsa de socialdemócrata, el alcalde de las playas en el Mapocho, de la lluvia artificial y de volar drones en matinales, llegue al poder y consigo acarree todo su populismo y ambigüedad, dando un respiro más a la coalición que ha gobernado Chile de la peor manera desde el retorno a la democracia.
Sería, en otras palabras, un escenario trágico marcado no solo por perder siendo mayoría, sino que esta mayoría le abriría la puerta para gobernar. ¿Cómo se le gana a Lavín? Con una propuesta sólida, incluyente y parida de la generosidad y representatividad más amplia del extenso mundo de la hoy oposición política y ciudadana. Duela a quien le duela, al menos hasta hoy, no hay liderazgo alguno que logre por sí mismo cumplir con esta capacidad.
La tarea es compleja, pero no imposible. Soy tal vez parte del grupo de ilusos que todavía cree que, a solo un puñado de días de la inscripción de una primaria, hay posibilidades de que esta sea amplia, desde la DC al PC hasta el FA. Que la gente y no unos pocos decidan quién nos representa. Si el golpe de hoy es en el lugar correcto, la generosidad y el reconocimiento de la existencia del bien superior –que es el bienestar de quienes habitamos en este espacio nacional compartido– podría impedir que terminemos en la maleta y, lo más grave, que nuestros destinos sean conducidos por Joaquín Lavín al volante.
Las próximas horas y días serán cruciales. Es de esperar que quienes tienen el poder de tomar decisiones, entiendan el peso de la responsabilidad que tienen por delante, pudiendo decidir en cuál lugar de la historia vamos a estar.