En un proceso electoral impecable a pesar de las dificultades objetivas, en primer lugar, se transparenta un reordenamiento de las fuerzas políticas (una redefinición de alianzas) con el fracaso de la derecha, de su Gobierno y de los partidos de la ex Concertación. Esto recién empieza y la Convención Constitucional junto a una ciudadanía activa tendrán la dura labor de reflejar el estado diverso del país, acompañado de un nuevo Gobierno que sintonice.
El país acaba de vivir una megaelección (15-16 de mayo): dos días, más de 16 mil candidatos, cuatro papeletas: una para Convención Constitucional (1.373 candidatos para 155 cargos, con paridad de género y 17 escaños reservados para pueblos originarios), otra para gobernador regional, otra para alcalde y otra para concejales. El resultado fue claro en favor de los movimientos sociales organizados sin la sombra de los partidos, de independientes diversos y la izquierda (Frente Amplio y Partido Comunista), es decir, todos los que se sumaron a las protestas y al cambio, mientras que los grandes perdedores fueron la derecha (Chile Vamos) y su Gobierno y los expartidos de la Concertación (Unidad Constituyente). Con esta elección, cuya alegría y esperanza evocan la épica de tiempos pasados (particularmente ese 4 de septiembre de 1970 cuando fue electo el Presidente Allende y el plebiscito del 5 de octubre de 1988 que da inicio a una larga transición), Chile entra en un proceso inequívoco de cambio hacia un estado social y progresista, dejando atrás el neoliberalismo, con o sin maquillaje, que lo acompaño desde la dictadura cívico-militar.
Fue una elección compleja con cuatro papeletas (algunas hasta con ochenta nombres) en medio de una tremenda pandemia, con toque de queda y confinamientos. Una que se había postergado (originalmente era el 11 de abril) por miedo a los contagios y la complejidad del proceso. Una con escasa información gubernamental y de la prensa, más allá de la promoción de algunos candidatos(as) en las noticias y matinales de la TV. Una que fue el resultado de las protestas del 2019 (movimiento que no ha parado) y que obligó a los partidos tradicionales a buscar una salida institucional a través de una Convención Constitucional, la que fue aprobada en un plebiscito (25 de octubre) por un 80% de los 7.5 millones de votantes (50% del padrón). El Servicio Electoral (Servel) cifró la participación en estas elecciones múltiples en 43,35%, lo que equivale a 6.458.760 personas, lo que es bueno comparado con otros procesos en la década, aunque sean 1.069.236 ciudadanos menos que en el plebiscito de octubre del año pasado.
El resultado final fue un terremoto para la elite política, económica y sus medios, que han dominado la política en Chile desde el retorno a la democracia. Partiendo con la paridad de entrada en las listas y la corrección de paridad a la salida, y gracias a las buenas candidatas que pusieron los partidos y las listas independientes, resultaron electas 81 mujeres y 74 hombres (siete hombres entraron por mujeres y cinco mujeres entraron por cinco hombres con la corrección, es decir, hubo mayor subsidio femenino).
Segundo, en Chile Vamos (la derecha) tenían claro que habría un voto de castigo por la mala gestión del Gobierno y la baja evaluación del Presidente Piñera (bajo el 10%), pero aleonados por encuestas metodológicamente poco fiables de las cuales se hicieron eco analistas perdidos de la calle (“vamos a ganar 3 a 0”, decía con soberbia el ministro Jaime Bellolio, y el diputado y experto electoral, Pepe Auth, le asignaba al mismo conglomerado un 31% de los votos y un 43% de los escaños), y por el hecho de ir unida frente a una oposición fragmentada, jamás pensaron que tendrían un fracaso tan rotundo. Es la peor derrota de la derecha y de su gobierno en décadas.
El partido más golpeado fue la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido sostén de la dictadura, que presentó 63 candidatos a la constitucional y eligió solo 17, bajó de 391 concejales a 294 con 1.776 candidatos, bajó asimismo en alcaldes de 56 a 32 y tienen 4 candidatos a gobernadores regionales en segunda vuelta. A nivel de constituyentes el oficialismo no logró llegar al tercio de la Convención Constitucional (52 escaños) para tener poder de veto (solo logró 39); a nivel de gobernadores la derrota fue aplastante (de las 3 zanjadas, no ganaron ninguna); y en las municipales perdieron casi todas las comunas emblemáticas, como Santiago, Viña, Ñuñoa, Maipú, San Bernardo, Estación Central, entre otras. Con ello su eterno candidato presidencial que cambia su discurso con la temperatura, queda complicado, aunque ya venía desgastándose en las encuestas.
También seducidos por el influjo de encuestas que querían crear realidad y no reflejarla, más el desgrane de algunos sectores del Frente Amplio que se sumaron a este pacto (el Partido Liberal más otros dirigentes), aleonaron al otro gran perdedor: la Unidad Constituyente. Alejados de la realidad había tiempo y transformados en partidos electoralistas (dejaron su esencia programática y transformadora), esta decidió ir separada del resto de la oposición con el propósito de, además de controlar y mediatizar los cambios en la Convención Constitucional en una perspectiva de reformas paulatinas (la buena cocina), instalarse como primera mayoría en la oposición en función de la próxima elección presidencial y parlamentaria del 21 de noviembre próximo. Pensaron que un triunfo catapultaría a sus candidatos a un primer lugar . Esto no ocurrió (hoy ninguno de ellos tiene más de 5% de adhesión) y se dio el peor escenario posible que estaba sobre la mesa: quedaron en cuarto lugar con 25 escaños, detrás de los independientes de diversas tendencias (48), la derecha (37) y la izquierdista Apruebo Dignidad (28) y solo delante solo de los inamovibles escaños reservados a pueblos originarios (17).
La Democracia Cristiana fue la gran derrotada, acompañada de cerca por el Partido por la Democracia (3 constituyentes de 32 presentados), el Partido Socialista y los otros acompañantes, incluso con el método D’Hont que premia la cohesión, una lista bien organizada y aquellas fuerzas políticas que tienen ya una representación previa. Esto ha terminado generado un terremoto grado 10 que llevó a la renuncia del presidente de la DC y la abierta posibilidad de cambiar a su abanderada presidencial; al Partido Socialista con la posibilidad de desgrane si no hay una nueva política de alianzas hacia la izquierda; a un Partido por la Democracia inmovilizado con sus dos o más almas y a la insignificancia del resto, más allá de la retórica alegre de algunos de sus dirigentes. Sus candidatos presidenciales quedan en mal pie y con escasa posibilidad de hacer una primaria creíble.
Claramente ni la derecha ni los partidos Concertación leyeron bien las la señales de cambio que mostró el estallido social del 18 de octubre de 2019, donde desde la diversidad se agruparon todas las demandas contenidas durante 30 años (no eran 30 pesos). Incluso encuestas serias como TúInfluyes decían que un 81% de los electores prefería votar por candidatos independientes o provenientes del mundo social y no de los partidos, o de estudios cualitativos como el del Centro de Estudios del Conflicto y Cohesión Social (COES) y el que emanó de la instancia de diálogo nacional Tenemos que Hablar de Chile (TQHDC) y que expresaban con claridad la distancia de la ciudadanía con la política tradicional.
Y si alguien salió damnificada fue la diputada humanista y expanelista de la farándula, Pamela Jiles (de acuerdo a encuestas de baja calidad como Cadem, esta llegó a liderar las presidenciales). Su marido, el “Abuelo” Pablo Maltés, estuvo lejos del resultado que la “Abuela” había pronosticado. Entre el espectáculo cotidiano que da (una puesta en escena disruptiva) y su relato permanente de retiro de los fondos de pensiones, no le alcanzaron como contenido-propuesta para movilizar a sus “nietitos” (concepto populista-paternalista para describir a la ciudadanía) en este nuevo escenario, lo que estancaría su aspiración presidencial (su segunda apuesta es ir al Senado e instalar a su cónyuge como diputado), pero la gente parece que quiere más.
Menos razones tiene el nacionalista-autoritario José Antonio Kast para sacar cuentas alegres, cuando hace mucho juraba que los republicanos lograrían afianzarse como una opción competitiva. Salvo por la muy controvertida Teresa Marinovic (que fue en cupo de Renovación Nacional y salió electa constituyente), el partido pareció restarle más que sumar a Chile Vamos, realidad que también le pone gran carga a su aspiración presidencial.
Claramente los triunfadores leyeron mejor el malestar de esas décadas de neoliberalismo donde, a pesar de los éxitos económicos del país convertido en un pequeño paraíso para hacer negocios, subsiste una pasmosa desigualdad, una gran marginalidad más allá de la disminución de la pobreza, donde la injusticia, usura y el autoritarismo son habituales, esa realidad que hizo arder las calles con el estallido social del 18 de octubre en un signo claro de populismo democratizador, usando a Ernesto Laclau. El COVID transparentó más la desigualdad y precariedad (los grupos económicos se hicieron más ricos, la clase media se precarizó y los pobres más pobres), en medio de la negación del Gobierno del Presidente empresario (liderazgo transaccional de marcados sesgos ideológicos) de dar la ayuda necesaria para la subsistencia de la población vulnerable. A contrario sensu tuvo que ser el Parlamento el que saliera al rescate con una ley que permitía retirar parte de los ahorros previsionales sorteando al Tribunal Constitucional (en el tercer retiro este voto a favor, dejando al Gobierno en vilo).
El Frente Amplio, el grupo de partidos y movimientos que emergió en 2011 con las protestas secundarias y universitarias (de la educación), fue uno de los grandes ganadores al empatizar mejor con el estado térmico del país. Ninguneado por parte del liderazgos de la ex Concertación, el triunfo de la tesis de profundización de las reformas (izquierdización le llaman) y la alianza con el Partido Comunista (PC) y otras fuerzas de izquierda en la lista del Apruebo con Dignidad, si bien le implicó algunas deserciones, junto a su fuerte trabajo en terreno, le dio 16 convencionales y triunfos en comunas (12 alcaldes) simbólicas dirigidas por la derecha, como Maipú con Tomás Vodánovic, Viña del Mar con Macarena Ripamonti y Ñuñoa con Emilia Ríos, entre otros, pero particularmente con Karina Oliva en el caso de la gobernación de la Región Metropolitana, porque en sus análisis más positivos apostaban por que se ubicaría tercera, pero logró pasar al balotaje con el DC Claudio Orrego (el FA tiene dos candidatos en balotaje en gobernaciones). Esto, sin dudas, ha generado efectos presidenciales positivos para su candidato, Gabriel Boric –desde ya consiguió las 34 mil firmas para participar en primarias–, y abre la posibilidad de una primaria más amplia (Lista del Pueblo y el Partido Socialista, por ejemplo).
Respecto al PC, también despreciado por los partidos “tradicionales” (injustamente se le trata de extremo), los resultados logrados indican que la gente tiene más confianza en él de lo pronosticado por la elite. El PC, que formó parte lealmente del segundo Gobierno de la Presidenta Bachelet (2014-2018), aumentó sus alcaldes de 3 a 6, sus concejales de 80 a 156, y consiguió 7 constituyentes. Si bien no sacó ningún gobernador, se quedó con la alcaldía de Santiago, la más simbólica de las 345 existentes y se la arrebató a un derechista de apellido tradicional, Felipe Alessandri, con la joven economista Irací Hassler. Estos resultados dejan en una gran posición presidencial dentro de la oposición a Daniel Jadue, el que fue reelecto como alcalde de Recoleta con el 64% y con amplia mayoría en su concejo municipal.
Finalmente, los movimientos sociales que sobre la base de la rebelión desde octubre del 2019 iniciaron el camino de deconstrucción (Jacques Derrida) del entramado de la dictadura cívico-militar, obtuvieron un logro histórico: pusieron fin al oligopolio político y, de paso, a los pedestales de la economía neoliberal. Las distintas expresiones independientes (léase Lista del Pueblo con 22 escaños, Independientes No Neutrales y listas de organizaciones sociales locales regionales) obtuvieron 48 escaños. A ellos se agregan los escaños de pueblos originarios, cuya mayoría electa está relacionada a movimientos transformadores y autónomos. Así, del Pueblo Mapuche, por ejemplo, resaltan las primeras mayorías de Adolfo Millabur, la machi Francisca Linconao, Natividad Llanquileo e Isabel Cayul.
En un proceso electoral impecable a pesar de las dificultades objetivas, en primer lugar, se transparenta un reordenamiento de las fuerzas políticas (una redefinición de alianzas) con el fracaso de la derecha, de su Gobierno, y de los partidos de la ex Concertación, y el triunfo de los partidos de izquierda y los movimientos populares e independientes.
Esto, en segundo lugar, marca una izquierdización del país en medio de un apartidismo activo o populismo democratizador, ese que dice nunca más sin la gente.
Tercero, la irrupción masiva de las mujeres ganando en los principales espacios electorales pone fin al ciclo machista que ha dominado a la política.
Cuarto, se da una pluralidad constituyente de calidad y diversidad por primera vez en la historia nacional y, por lo mismo, la Constitución tendrá una génesis y esencia democrática.
En quinto lugar, esta realidad nacional pondrá fin a una transición inconclusa, donde convivieron en una suerte de “transplacement” la democracia con una Constitución con fuertes corsés autoritarios.
Sexto, se reafirma una realidad presidencial liquida, parafraseando a Zygmunt Bauman, pero con predisposición clara favorable a las fuerzas del cambio (la izquierda).
Por último, este proceso alienta promisorias expectativas no solo para Chile sino también para toda Latinoamérica, al cambiar el equilibrio regional con el cambio del proyecto neoliberal por un estado social de derecho, cambio que favorecerá el fin de un paradigma y la articulación y cooperación regional.
Esto recién empieza y la Convención Constitucional junto a una ciudadanía activa tendrán la dura labor de reflejar el estado diverso del país, acompañado de un nuevo Gobierno que sintonice. Tal como lo expresó el Presidente Salvador Allende en la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), la noche de su triunfo: “Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”.