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Gloria Münchmeyer y los prejuicios políticos: “He conocido comunistas de mierda y fachos encantadores” CULTURA

Gloria Münchmeyer y los prejuicios políticos: “He conocido comunistas de mierda y fachos encantadores”

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La actriz cree que no hay nada peor que los prejuicios políticos o del tipo que sean. Dice que ella los tenía con su tocaya, Gloria Benavides, con quien comparte escenario en “Viejas de Mierda”, pero que, tras conocerla y convivir en decenas de giras, la encuentra fantástica persona. Es lo bueno de tener años, “que uno tiene libertad para hacer y decir lo que piensa, sin tener que dar explicaciones”.


–¿Por qué a los periodistas les gusta poner la edad de una entre paréntesis, después del nombre? ¿Desde cuándo la edad se convirtió en una definición de identidad? Es como si quisieran señalar un gran descubrimiento: miren la cantidad de años que tiene y sigue activa, ¿acaso no saben que las actrices empezamos en esto cuando empezamos y terminamos cuando nos morimos?

Esa es la filosofía de vida de la talentosa y prolífera Gloria Münchmeyer, que a sus 82 años tiene en el cuerpo 22 películas, 34 teleseries, 12 miniseries; ha obtenido premios internacionales relevantes, como el Volpi en el Festival de Venecia, por La luna en el espejo, de Silvio Caiozzi; y, en general, se le da muy bien hacer de mala.

Ella encarnó a la asesina de Patricia en La Madrastra, la teleserie de mayor sintonía de la historia televisiva nacional, que hace poco cumplió 40 años de su debut. Entonces se convirtió durante meses en la enemiga pública número uno de todo Chile, lo que le significó el acoso de la prensa y la condena del público que no separaba ficción de realidad. Muchos también le atribuyen haber inventado la expresión “peinar la muñeca”, porque en la escena final de Los Títeres, otro blockbuster televisivo local, que es para muchos la mejor teleserie chilena de todos los tiempos, su personaje, la pérfida Adriana Godán, enloquecía y –literalmente– peinaba a su muñeca. 

A contrapelo, ahora comenta: “Ser la asesina de Patricia en La Madrastra fue pura mala cueva. Me tocó no más. No hay otra explicación. Una ocurrencia de Moya Grau que nos hizo grabar la misma escena a los 4 posibles asesinos: Jaime Vadell, Mario Lorca, la Silvia Santelices y yo. Mi personaje no tenía ni un motivo para matar a esa flaca, pero me cayó a mí de puro quemada y me significó tener que dejar mi casa para evitar el verdadero acoso de la prensa y la furia del público”.

Ahora, en cambio, Gloria está feliz. La pandemia, reconoce con algo de pudor, le cayó de perilla. “Yo soy una antisocial, nada me gusta más que estar encerrada en mi casa. Nunca he sido de choclones. Mi idea del purgatorio es estar dos o tres horas de pie en un cóctel con una copa en la mano y la otra en un canapé, hablando con gente que no conozco ni me interesa. Lo peor de todo es que, por lo general, los pisco sours en esos eventos son pésimos. El otro día fui entrevistada por la Gloria Laso en un evento que hicieron en la Cineteca Nacional. Fue por Zoom, pero me destapé, conté esto mismo que te estoy diciendo. Se me fue la lengua y dije todo lo que se me ocurrió”. 

Modesta, no cuenta que la entrevista hecha por su colega y tocaya Gloria Laso era en el contexto de un homenaje que le hizo la Cineteca Nacional a fines de abril por sus más de 4 décadas de trayectoria teatral, televisiva y cinematográfica. Entonces se mostraron seis títulos representativos de su trabajo actoral: La casa en que vivimos (Patricio Kaulen, 1970); Los deseos concebidos (Cristián Sánchez, 1982); La luna en el espejo (Silvio Caiozzi, 1990); Los agentes de la KGB también se enamoran (Sebastián Alarcón, 1992); Padre nuestro (Rodrigo Sepúlveda, 2006); y El rey de San Gregorio (Alfonso Gazitúa, 2006). También se exhibió el documental Viejos amores (Gloria Laso, 2016), protagonizado por ella y otras actrices chilenas. La conversación, donde dijo todo lo que se le ocurrió está disponible online y es un interesante ejercicio entre dos “gloriosas” mujeres. 

Ahora, cuando conversamos en el contexto de “Piensa en Grandes”, la iniciativa público-privada donde entrevistamos a grandes personajes grandes, explica el rol que juega Catalina Guerra en estas “caídas de tarro” suyas: “Mi hija Cata siempre me advierte que tenga cuidado con lo que digo, pero qué importa: una de las grandes ventajas de envejecer es que vas ganándote el derecho a opinar lo que se te ocurra. Esa libertad es maravillosa”.

-¿Y qué sería lo malo de envejecer?
-Algunas cosas que dejan de funcionar. A mí lo primero que me falló fueron las rodillas. 

-Dicen que un signo de envejecimiento es que se arrugan…
-No, eso no me ha pasado. Las tengo estiraditas, pero me empezaron a crujir al subir las escalas. La cabeza, en cambio, no me ha fallado nunca. Dicen que la memoria es un músculo y, por eso mismo, hay que ejercitarlo. Yo vivo en eso: memorizando textos, aunque hay cuestiones simples que se me olvidan –responde, y un ejemplo es que no recuerda cómo se llama el juego de internet que le gusta a su hermana Celia. “¡Solitario!”, exclama, cuando lo recuerda.

-¿Te asusta el deterioro asociado a la vejez?
-Por supuesto, me parece terrorífico terminar no siendo una, no sabiendo quién es una. Eso es tremendo. 

Y se pone a pensar en películas que hablan de ese estado y que conviene ver para reflexionar sobre uno mismo. Las mejores películas sobre esta etapa de la vida son para ella Amour, con Jean-Louis Trintignant, tremenda historia sobre el Alzheimer, y Youth («Juventud»), con Michael Caine, mucho más reflexiva que transcurre en una elegante terma en Los Alpes suizos. “Por favor, véanlas”, recomienda. 

Casada con un genio

También comenta El Agente Topo.

-Sergio Chamy, el protagonista, está convertido en un héroe nacional. Yo amo a la Maite Alberdi, que con su dulzura es capaz de pasar unos mensajotes tremendos, como este que debe golpear a los que abandonan a sus mayores, que los encierran en esos lugares, donde los abandonan y los olvidan, y es una tremenda crítica social. He hecho teatro con Maite. Ella fue la guionista de Living, la obra donde unas mujeres mayores comentan sobre la vida en un espacio que parece ser una casa, pero que, al final y por un notable efecto escenográfico, se revela qué es. Yo amé Los Niños, su documental sobre personas con síndrome de Down y tuve mis reparos sobre el carácter documental de El Agente Topo, pero al final sucumbí a su invaluable mensaje. 

Gloria ha sido, junto a Gabriela Hernández y su tocaya Gloria Benavides, protagonista de la versión femenina del éxito teatral Viejas de mierda, montaje que inicialmente le despertó reticencias. 

-Yo no quería hacerla, me parecía oportunista salir con una versión femenina del exitoso Viejos de mierda. Lo hallaba medio burdo, pero al final pensé: ya, tomemos conciencia de que es una copia, que es oportunista, pero hagámoslo bien. Ahora resulta que las Viejas superó en taquilla a los Viejos. Fue muy bonito ver cómo arrastraba público, cómo los seguidores de la Gloria llegaban en masa. Es impresionante cómo la siguen.

-¿Cómo es tu relación con ellas, con Gloria y Gabriela?
-Yo tenía prejuicios respecto de Gloria por la cuestión política, por con quien estuvo casada, pero te digo: he conocido comunistas de mierda y fachos adorables. No existe nada peor que los prejuicios ideológicos. Ella es una mujer adorable, buena, querible. Hemos hecho muchas giras juntas y en los viajes se prueban los caracteres. Ahí ella prueba lo fantástico ser humano que es. 

-¿Y con Gabriela?
-Con ella peleamos todo el rato. Es que ambas somos tigres en el Horóscopo Chino. 

Cuenta que extraña verlas. Que la relación se ha mantenido a puro teléfono, pero que, como para la vida social tiene un límite de a lo más seis personas juntas, el confinamiento le ha sido más que leve.

Celia, su hermana 4 años mayor, es su compañera de vida. Viven juntas desde hace mucho tiempo. 

Gloria estuvo casada durante 8 años con el fallecido Jorge Guerra, creador del muñeco Pin Pon, y padre de sus dos hijos: Jorge, que es biólogo, y la ya aludida Catalina, que es actriz, como ella, y con quien tiene una complicidad total. De esa única relación matrimonial, dice:   

-El Jorge que yo conocí era un genio: era poeta, músico, actor, pintor, yo tengo cuadros suyos acá en mi casa. Yo me enamoré hasta las patas de él; es que era maravilloso. Yo estuve casada 8 años con él y fui profundamente feliz. El Pin Pon se empezó a crear como al tercer año de nuestro matrimonio. Yo le ayudaba con los libretos, le ayudaba en todo, yo moría por Jorge Guerra… con decirte que dejé de ser actriz. Dejé de ser actriz, porque él era un genio y no cabían dos genios en la misma casa. 

Hoy es feliz con su soledad, a la que llama su mejor amiga. Y le preocupa muchísimo el destino de sus nietos, de sus bisnietos, en un mundo que le provoca espanto por su rumbo, su clima, su estado. 

Finalmente, luego de declarar lo buena que es la libertad que dan los años, comparte una clave existencial que aprendió en su infancia: “A mí la principal enseñanza que me dieron mis padres fue que yo debía ser una buena persona. Nunca me dijeron: sea millonaria, sea exitosa, sea competitiva. Simplemente me dijeron: Sea una buena persona”.

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