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La hora del Buen Vivir en Chile: el poder vuelve a sus legítimos dueños Opinión

La hora del Buen Vivir en Chile: el poder vuelve a sus legítimos dueños

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Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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El Buen Vivir es, al mismo tiempo, una utopía y una posibilidad cierta. Es una utopía, porque constituye el sueño de un país distinto, integrado por todas y todos quienes acepten una convivencia en la diversidad, en condiciones de mayor equidad y con un respeto irrestricto por la madre tierra. Pero también es una posibilidad cierta, pues los pueblos indígenas vivieron miles de años bajo este precepto. En efecto, la unidad básica de la civilización humana es la tribu. En ella, cada uno necesitaba del trabajo del otro, hasta conformar una comunidad estrechamente interdependiente. Esto es lo que hoy nos hace presente la pandemia, en que, si tú te cuidas responsablemente, le salvas la vida al otro. En esa época tribal, el que cazaba un animal lo hacía para la tribu, no para vendérselo al mejor postor. En realidad, no venimos a plantear ideologías afuerinas, sino lo que realmente somos.


Luego de producido el “estallido social”, muchos quedaron en un estado de total desconcierto. El sistema político tradicional creyó, con una suerte de ingenuidad infantil, que esto no sería más que un mal sueño y que, más temprano que tarde, volverían a tomar el control de un espacio que sentían les pertenecía por derecho propio.

Sin embargo, los acontecimientos se han desenvuelto con una consistencia porfiada, y aquellos códigos que permitían una interpretación anticipatoria de los escenarios, ya no funcionan. Categóricamente, los hechos ponen a la casta política hasta ahora dominante en el lugar que se han ganado haciendo méritos de sobra: la más completa irrelevancia. 

Como lo recuerda el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en los tiempos que corren, debe asumirse que, para incidir en el correcto desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común, se debe entender que la “realidad es superior a la idea”. Y esa realidad, de la mano de la gente común, ha abofeteado el rostro de una casta insensible y sin escrúpulos, a través de un acto tan simple como extraño a sus ojos: refrescar la memoria en cuanto a que el poder siempre radica en la soberanía popular.

Quienes se acomodaron en sus privilegios, creyendo que esa condición les correspondía por una especie de destino irrevocable, olvidaron que estaban ahí para servir al bienestar de todas las personas. Tanto perdieron la brújula, que aún deben estar recriminando la ingratitud de ese pueblo que les dio la espalda, sin una causa justificada (para ellos).

El epicentro de las decisiones se ha trasladado a la casa de cualquier habitante, de cualquier lugar de este país. Y la gente ha decidido confiar en la vecina o el vecino que han visto crecer, buscando la certeza de una representación efectiva y no sostenida sobre promesas de campaña. La partidocracia fue demolida, y la dignidad del cargo de Presidente de la República ha sido socavada gravemente por un empresario disfrazado de político, dominado por un narcisismo patológico.     

Las últimas elecciones terminaron por poner las cosas en su lugar. Quedó en evidencia aquello que está transformando Chile desde abajo. En palabras de Moisés Naím, lo que pasa, no está relacionado con la rivalidad entre megaactores, sino con el ascenso de los micropoderes y su capacidad de desafiar a los poderosos con éxito.  

Quienes siguen mirando al cielo buscando explicaciones, no se han dado el trabajo de mirar lo que tienen ente sus narices. Sería recomendable que realizaran el ejercicio de mirarse al espejo, para que vean el rostro de un fracaso que ha causado desesperanza, frustración y abandono. Se cosecha aquello que se siembra. 

Quienes formamos parte de una gran mayoría que ha sido objeto de injusticias sistemáticas, somos quienes conocemos y comprendemos los problemas que nos aquejan. Y hoy, hemos decidido recuperar el poder, para hacer exactamente lo que hay que hacer. 

La democracia ha vuelto a sus legítimos dueños. Pero es un poder de nueva generación. Es el poder de mirar el bien común y establecer los límites que ese bien superior aconseja. Se trata de abrir el bienestar, para que nadie se quede atrás y todas y todos dispongan de aquello que la dignidad humana reclama. Estamos hablando del Kume Mongen o Buen Vivir, que nos enseñaron nuestros antepasados mapuche, aymara, quechuas, rapa nui, licanantay y muchas de aquellas primeras naciones que pretendieron ser exterminadas y que hoy vuelven como tabla de salvación de la humanidad.

La experiencia nos ha demostrado que el Buen Vivir solamente ocurre cuando la gente común se involucra, se compromete y se une para exigirlo. La conciencia comunitaria de la necesidad de este cambio resulta también crucial. Como lo señalaba proféticamente el filósofo Pietro Ubaldi: “El próximo salto evolutivo de la humanidad será reconocer que cooperar es mejor que competir”.

Hemos demostrado que un voto puede cambiar vidas y, si puede cambiar vidas, puede cambiar el país. Hoy más que nunca en la historia debemos unirnos, no solo para escribir la nueva Constitución, sino también para escribir la historia, ya no más como espectadores. 140 años en el caso de mí pueblo mapuche y 200 años en el caso del pueblo de Chile, ya es demasiada espera. Lo que hagamos hoy, repercutirá en las generaciones venideras. 

Las viejas prácticas y la decadente institucionalidad acomodada en élites fueron rechazadas para la constituyente y ahora habrá que ver cómo esto se manifiesta en las presidenciales. Indígenas y chilenos(as) debemos unirnos y recoger la riqueza que habita en nuestra diversidad para hacer frente al extraordinario desafío en común: restaurar la democracia y un auténtico Buen Vivir para todos. 

En ese camino, elegido por una mayoría que despertó, el Buen Vivir, inclusivo y abierto a todas y todos, se transforma en un elemento de unidad política y social de los pueblos, y quienes se sientan convocados con este objetivo transformador. 

Sabemos que esto no será fácil. Sin embargo, nada puede frenar el poder de millones que piden un cambio. Nos han dicho que nosotros mapuche y chilenos excluidos nunca podríamos cambiar Chile, que no debíamos intentar una aventura tan arriesgada, no podríamos vencer a los partidos unidos en nuestra contra. Sin embargo y precisamente por esos obstáculos es que nos hemos comprometido con esta tarea, que nos viene encomendada desde mis ancestros que entregaron la vida por la libertad de nuestro pueblo y también por tantas personas que nos han alentado a buscar condiciones de igualdad para todas y todos quienes creen en el Buen Vivir.  

El Buen Vivir es, al mismo tiempo, una utopía y una posibilidad cierta. Es una utopía, porque constituye el sueño de un país distinto, integrado por todas y todos quienes acepten una convivencia en la diversidad, en condiciones de mayor equidad y con un respeto irrestricto por la madre tierra. Pero también es una posibilidad cierta, pues los pueblos indígenas vivieron miles de años bajo este precepto. En efecto, la unidad básica de la civilización humana es la tribu. En ella, cada uno necesitaba del trabajo del otro, hasta conformar una comunidad estrechamente interdependiente. Esto es lo que hoy nos hace presente la pandemia, en que, si tú te cuidas responsablemente, le salvas la vida al otro. En esa época tribal, el que cazaba un animal lo hacía para la tribu, no para vendérselo al mejor postor. En realidad no venimos a plantear ideologías afuerinas, sino lo que realmente somos.

Algún lector podrá pensar que estas declaraciones son solo aspiraciones de un grupo de idealistas. Se podrá pensar que esto suena bien, como una elaborada poesía romántica. Pero lo mismo dijeron a Martin Luther King cuando luchó contra el racismo; a Gandhi, en la India, con la no-violencia; a Nelson Mandela, cuando decidió terminar con el apartheid; y a Pelantaro, mi ancestro, cuando le dijeron que no podrían vencer jamás a los conquistadores españoles. Y todos esos agoreros se equivocaron rotundamente.

No pretendo compararme con esas figuras, solo puedo afirmar que tengo convicciones que han impulsado mi vida, desde que descubrí las dificultades de ser mapuche, pobre y discriminado por mi origen. Esto, lejos de anidar en mí el ánimo de venganza, me ha hecho valorar la verdad, la justicia, la libertad, la fraternidad, la igualdad y la paz, como fundamentos de la convivencia social y del desarrollo humano integral.

Busco, humildemente, demostrar que el Buen Vivir no solo es posible sino además imprescindible en este momento de nuestra historia. Haremos ese cambio a favor de las mayorías ciudadanas que lo exigen, bajo condiciones que se sustenten en el diálogo sin exclusiones, en el mayor esfuerzo por alcanzar consensos, asegurando la paz social y acudiendo a las reglas democráticas que defina la nueva Constitución.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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