Conoce la precariedad de las pensiones y entiende la frustración de las personas. Lo que no comprende es que nadie le tome el peso a la prolongación de la expectativa de vida en Chile. “Si llegas a los 65, esa expectativa en ellos es de 87 y en ellas de 91. O sea, quedan 25 años de existencia en buen estado de salud física y mental. Trabajar permite participar en la sociedad, sentirse vital e integrado, y tener mejores ingresos”, dice entrevistado para el programa Piensa en Grandes.
El economista estadounidense chileno Joseph Ramos Quiñones (82) tiene la libertad de pensamiento que dan los años y una inteligencia diáfana, a la que no nublan ni las ideologías ni las modas, sino un único ideal: trabajar por terminar con la pobreza.
Por eso, de ingeniero eléctrico, pasó a estudiar economía; por eso, en 1968, llegó a Chile, interesado en la tercera vía al desarrollo que planteaba el presidente Eduardo Frei Montalva (“Un camino que no era el socialismo que se desarrollaba en la Unión Soviética, ni el capitalismo, sino una revolución en libertad”, dice con su castellano con marcado acento gringo). Por eso, sigue en este país que en 2002 le concedió la nacionalidad por gracia, dispuesto a seguir trabajando y colaborando por ese ideal, que aún cree posible, lo que le permite levantarse esperanzado todos los días.
-¿Cuál es, profesor, el mejor momento económico y social de Chile?
-No hay lugar a dudas que entre los años 1990 y 2010 e incluso 2020, se sitúa el mejor en términos de progreso económico y social de Chile, pese a todos los desafíos que hoy existen. Años excitantes y expectantes, en cambio, son los de inicios de Frei Montalva y de la Unidad Popular. Difícil encontrar momentos más excitante en la historia de este país… Yo llegué a Chile en 1968, porque quería trabajar en América Latina, en temas de desarrollo, por eso estudié economía. Yo creía que se podía poner fin a la pobreza en el siglo XX. De Chile, me atrajo el proyecto del presidente Frei Montalva que abogaba por una tercera vía de desarrollo, quise conocer esa experiencia y con el tiempo me fui quedando.
-¿Se siente chileno o aún le queda mucho de gringo?
-Me queda lo gringo en el ADN. En el 2002 tuve la suerte de que el Congreso de Chile me otorgara la ciudadanía por gracia, que la gracia que tiene, valga la redundancia, es que uno no debe renunciar a su ciudadanía como sucede en el caso de cualquier migrante, sino que se puede mantener la anterior y disfrutar de las dos nacionalidades. Ese fue un gran honor.
Cuando le preguntamos por qué que se casó con chilena y tuvo dos hijas en Chile, dice, entre risas: “¡Es que las chilenas son rebuenas! Yo me he casado dos veces con chilena. En 2006, enviudé y, al año y medio siguiente, me casé con una viuda, chilena, con quien llevamos juntos 13 años. Tengo dos hijas y tres nietas chilenas”.
-Bien chancletero, Joseph, como decimos en Chile
-Así es –responde y nos cuenta de una de sus hijas que vive en Suecia. Allá la pilló el COVID-19, se contagió y perdió el trabajo, pero durante un año recibió subsidio de cesantía e importante apoyo social del Estado sueco.
-¿Qué le falta a Chile para lograr dar ese nivel de respuestas sociales para sus ciudadanos?
-Bueno, para que eso sea posible en Chile tenemos que alcanzar la productividad sueca. Suecia no llegó a donde está con todo ese sistema de ayudas sociales para su población fabricándolas de la nada; son consecuencia de una elevada productividad, que hoy les permite contar con la sociedad de bienestar social que tienen. El seguro de cesantía en Suecia dura un año, es del 80% del último sueldo durante seis meses y luego baja a un 70%. Acá en Chile, el subsidio dura 6 meses; caduca al séptimo mes con un 45% del valor.
–En algún minuto propusiste que el seguro de cesantía se prolongara durante la pandemia…
-Sí, yo creo que eso es algo que se ha descuidado en Chile. Es cierto que el gobierno que tiene la mayor responsabilidad en esto no ha tenido la iniciativa, pero los parlamentarios tampoco han hecho bulla ni nada en ese sentido. La gente no está consciente de que el seguro de cesantía caduca al séptimo mes y esto es grave porque quiere decir que los trabajadores que quedaron cesantes en el apogeo de la pandemia, entre junio y septiembre del año pasado, ya no cuentan con él. Y todavía hay más de un millón de personas que no han vuelto a encontrar trabajar trabajo, por eso me parece que es obvio que el subsidio debería extenderse al menos hasta fin de año e idealmente hasta que encuentren trabajo. Esto debe ser así, porque nadie controla los tiempos de la pandemia.
-Llama la atención que el período que consideras de mayor crecimiento y bienestar en Chile, entre los años 1990 y 2010, sean satanizados por la mayoría y considerados los de mayor desigualdad y abuso, tal como se expresó en las protestas de 2019 y en los resultados de las recientes elecciones. ¿Cómo explicas eso?
-En Suecia, también hay insatisfacción. En España, que es el país al que miramos como modelo para alcanzar, hay gran insatisfacción, recuerda nada más el movimiento de los indignados. En Francia, que tiene mejor nivel económico y social que España, tuvieron las protestas de “los chalecos amarillos”. Los problemas y la inconformidad siempre están, en todas las sociedades. En Estados Unidos, con la crisis económica, se generó un gran movimiento que condujo el senador Barnie Sanders a hacer propuestas radicales para Estados Unidos. A mí no me extraña nada eso. Muéstrame una sociedad donde no exista el malestar. Si yo le digo a alguien que el salario mínimo real en Chile se ha más que triplicado en los últimos 30 años, me dirá: “Me importa un huevo; yo quiero ganar un millón de pesos. O sea, a mí no me interesa el mínimo”. A los españoles no los satisfaces si les dices que están mucho mejor que los chilenos y a los franceses tampoco si les haces ver que les va mejor que a los españoles. Cada sociedad se compara no sólo con sus vecinos y su pasado, sino que está en permanente conflicto con sus expectativas. En Chile, se critica a los servicios de salud, pero acá tenemos un año más de esperanza de vida al nacer que en Estados Unidos, y ese es el indicador más importante de bienestar humano. Eso no quita que haya muchos problemas en el sistema de salud chileno, pero hay que reconocer que ambas afirmaciones son verdad. El progreso y las insuficiencias respecto de las aspiraciones se verán siempre en contradicción.
-Otro gran tema de insatisfacción y rabia es el de las pensiones. Hace unas semanas se armó una tremenda pelotera, cuando la presidenta de la asociación de AFPs, Alejandra Cox, habló de la necesidad de prolongar la edad de jubilación y mencionó a figuras centenarias, como Nicanor Parra, que trabajaron hasta su muerte. Tú jubilaste a los 80 y sigues trabajando a tus 82, ¿cuál es tu posición sobre este polémico tema?
-Yo no lo encuentro nada de polémico. Obviamente, la gente que crítica a la señora Cox es porque piensa que las personas no deberían tener la necesidad de trabajar pasada cierta edad y que no corresponde que deban hacerlo debido a las bajas pensiones. Ese es un tema, la insuficiencia económica de las jubilaciones. Otro tema, tan importante como ése pero al cual efectivamente poco se le toma el peso en serio, es cuánto ha aumentado la expectativa de vida al nacer. En Chile, ya lo comenté, es de 81 años, uno más que en Estados Unidos. Lo más dramático es que si uno llega a los 65, la expectativa de vida de los hombres en Chile se extiende a los 87 y la de las mujeres a los 91 años. O sea, quedan 25 años de existencia para ellos y más de 25 para ellas. Si uno estuviera en silla de ruedas y gagá a los 65, obviamente eso sería atroz, pero, junto con la extensión de la esperanza de vida, las personas están llegando en mucho mejor estado físico y síquico a esas edades avanzadas. La mayoría es capaz de seguir trabajando y muchos quieren seguir haciéndolo porque esa es su manera de participar en la sociedad, de sentirse vitales, integrados, de tener amistades.
–¿Crees que avanzamos hacia una sociedad en que terminarán siendo los estados los que financien a las personas, porque no habrá trabajo para todos?
-No lo creo así. Esos temores existen desde la revolución industrial. Que los hombres íbamos a quedar obsoletos como los caballos con el automóvil… La tecnología genera tantos empleos como los que destruye, por así decirlo. Si uno trabaja en un área que se destruye, es una tragedia… Una cosa es estar en el Titanic, donde no hay salvavidas para todo el mundo, y otra que no haya salvavidas donde tú estás. En el caso de la automatización y el desarrollo tecnológico no es que no vaya a haber empleos para todos, sino que con el correr del tiempo uno va a tener que estar dispuesto a reconvertirse hacia nuevas tareas y funciones. Hoy mismo el que no se ha alfabetizado digitalmente está en una gran desventaja. Viven en otro mundo. Todos los trabajos modernos requieren de ese conocimiento. Obviamente que a los de la tercera edad nos cuesta más, pero somos capaces, sólo requerimos capacitarnos. Además, otra cosa propia del progreso es que la jornada se irá acortando. En el siglo XIX, se trabajaba de sol a sol, cuando llegué a Chile eran 48 horas semanales, ahora vamos en 45.
Joseph Ramos cree en las ventajas de la tecnología. Sigue convencido de que es posible terminar con la pobreza en el mundo. “Y eso hace todos los días me levante con muchas ganas. Cuando dejé de trabajar en la Universidad de Chile no fue por falta de ganas. Me parecía que ya era mucho tiempo de someter a los alumnos a las exposiciones de un abuelito”, dice, soltando una carcajada, quien ha sido uno de los decanos de Economía de la Universidad de Chile mejor evaluados. “Felizmente, me fui cuando las evaluaciones estudiantiles eran todavía muy buenas, antes de que dijeran cuándo se va a ir este viejo gagá” –afirma, haciéndose autobullying, aunque sabe que recién en 2020 sus pares lo eligieron “el economista del año”.
-¿Dónde te imaginas que estarás en 10 años más?
-Espero estar con nuestro Señor –responde y agrega: -Lo mejor de jubilarme fue dejar de programar el despertador. No es que ahora me levante tan tarde, pero es muy agradable no tener que estar en la misma parte siempre a la misma hora. Lo hice así durante 50 años, nunca llegué atrasado a clases, nunca, nunca. Esa libertad de ahora es maravillosa. Y tener trabajo a los 82 años también; hoy soy vicepresidente de la comisión de productividad y, como tal, me piden que opine sobre políticas públicas y haga recomendaciones, aunque no siempre me hagan caso. Yo creo que poder contribuir a esta edad es muy un privilegio y eso hace que la vida sea muy grata.