Aunque a sus 83, se siente un privilegiado, alega contra ese “modo que tiene el aspecto de ser cariñoso, pero que, en el fondo, es una tremenda discriminación”. Cuando los que no son tus nietos, se permiten tratarte de “abuelito” o cuando lo que hablas no es considerado o es tratado como “cosas de viejito”. Con un claro sentido del relato dramático, parte esta entrevista mencionando su canción favorita y termina con ella y su mensaje: Nature Boy, sobre amar y ser amado.
«Nature Boy”, canción popularizada en 1948 por Nat King Cole, un clásico del jazz y del pop, es la favorita del conocido actor, director, académico y dueño del Teatro Camino, Héctor Noguera (83 años). “Me gusta en todas sus versiones, pero me quedo con la de David Bowie que está en Moulin Rouge, esa película tan bonita. Es una canción que conozco desde niño, que aprendí entonces, tengo presente siempre y me ha seguido a lo largo de mi vida”, dice con su voz característica, recluido en su casa de La Reina, para el programa Piensa en Grandes.
Héctor es grande de edad y de trayectoria, pero se ve pleno, plácido y pintoso siempre. ¿Cómo lo hace?
“Yo creo que no es una sola cosa la que te mantiene bien. Son muchas, una suma. Si fuera una sola, sería fácil mantenerse bien, bastaría con descubrirla. Creo que ayuda mucho tener un trabajo, un proyecto propio, una familia, amigos. Tener un buen pasar económico que te permita hacer ejercicio, comprar libros y música. Todas esas cosas sirven. Yo tengo el privilegio de contar con todas esas cosas que ayudan a una mejor vida, que le dan calidad a la existencia. Y eso es un privilegio, porque sé que la mayoría no lo tiene”.
-Eres un hombre consciente de tu cuerpo. ¿Cómo haces para mantenerte sano?
-Ya no camino ni corro como antes. Troto, apenas. Me canso. Pero practico yoga, eso hago, y no me ha fallado la voluntad para hacer ejercicio. Tengo contacto con mi cuerpo, lo conozco. No soy de grandes comilonas. Soy medido para comer y para fumar. No tomo. Tengo una estenosis aórtica y algo no funciona bien en mis riñones, pero estoy bien.
-Ahora mismo están dando dos teleseries que fueron grandes éxitos en su momento, donde tienes roles protagónicos: “Machos” y “Romané”. ¿Cómo te ves cuando te divisas en la pantalla o prefieres no mirarte?
-Me veo más joven, evidentemente. Es así y no lo puedo negar; el tiempo pasa. Pero no me afecta realmente el cambio físico en tanto pueda hacer las cosas que me gustan: actuar, por ejemplo. Aunque ahora sea en estas nuevas plataformas, ya que la pandemia nos limitó los escenarios y el contacto directo con el público. Seguir comunicado con el público aunque sea por Zoom es muy importante. Los actores tenemos algo muy saludable, que es el contacto con la gente. Nosotros no somos nada, no existimos, sin ese contacto humano. El público es el que nos transmite nuestra energía.
-A propósito de Machos, donde encarnas a Ángel Mercader, el patriarca machista y autoritario, ¿cómo ha evolucionado el machismo desde tu juventud hasta ahora?
-Indudablemente ahora hay una mucha mayor conciencia del machismo, pero yo creo que no se ha superado del todo. Estamos más avanzados, vamos por un mejor camino, porque cuando uno toma conciencia de la enfermedad, tiene más esperanzas de sanar. Es muy importante que exista ahora, en este momento, conciencia del machismo, de cómo hemos sido y de cómo deberíamos ir mejorando para desprendernos totalmente de él en el futuro.
Héctor tiene dos camadas de hijos. Las mayores, dos mujeres, Piedad y Amparo, fruto de su matrimonio con Isidora Portales, y Claudia, que murió a las horas de nacer, Diego, Emilia y Damián, con Claudia Berger, a quien alguna vez llamaron “la coach de las estrellas”, con quien se casó en 1980.
-¿Qué tipo de padre eres?
-Qué pregunta más difícil, creo que habría que preguntarles a ellos. Yo adoro y admiro a mis hijos. Son todos tremendamente talentosos. Soy respetuoso de sus vidas, no me meto, no intruseo, los respeto por sobre todas las cosas. Y creo que ellos saben que tienen un papá en el cual pueden confiar en cualquier momento. Ellos aprecian en mí que me guste mi profesión, mi trabajo, lo que hago.
Dos de ellas, Amparo y Emilia, son actrices; Piedad está a cargo del Teatro Camino, su empresa, además de otra sala; con Damián tiene un proyecto en común por estos días. De todos, habla con evidente orgullo y destaca sus talentos musicales, artísticos y creativos.
En 2015, Héctor presentó en el GAM “El Epicedio”, monólogo de Iakovos Kambanellis, padre del teatro contemporáneo griego. En la obra, a través de la llamada telefónica que un escritor mayor le hace a un colega enfermo, hablan del funeral de otro escritor, que siempre les pareció mediocre, pero al que, como suele pasar en estos eventos fúnebres, se le llenó de inmerecidos elogios. A raíz de esto, se plantean planificar sus funerales para lograr al menos fama póstuma. Epicedio significa, justamente, obra poética que alaba a un muerto.
-Ahora en pandemia y vía Zoom reestrenaste “El Epicedio”. Aunque suene medio macabra la pregunta, ¿te has imaginado el tuyo?
-La verdad es que sí, a veces, un poco, pero nunca me he detenido en ese pensamiento. Estoy por cumplir 84 años en julio próximo y sé que la muerte está cerca, pero es un pensamiento que aparece y se vuela rápido, no me detengo en él. Pienso que la muerte no es responsabilidad de uno, que no hay nada que hacerle cuando llega, salvo esperar que sea lo mejor posible, con el menor sufrimiento.
-¿Cómo has vivido las tantas muertes de actores que se han producido últimamente?
-Ha sido muy triste. Es muy golpeador recibir cada tantos días la noticia de que alguien querido, cercano, admirado se ha ido. Es muy fuerte. En esta profesión y en el mundo de la actuación la amistad es muy poderosa, porque se funda en emociones, aventuras, proyectos, sueños comunes, y eso forja un cariño sólido.
-¿Te has sentido discriminado por ser una persona mayor?
-Sería una falsedad tremenda decir que yo haya sido discriminado. Pero sí percibo sutiles discriminaciones en el trato. Por ejemplo, cuando los que no son tus nietos te tratan de “abuelito” o cuando hay una sobreprotección o cuando lo que dices no siempre es escuchado sino que es tomado como “son cosas de viejitos”. Con el trato paternalista uno percibe que hay un mundo que trata de achicarte, de sacarte del medio. Eso no significa que yo me sienta discriminado, pero sí un poco pequeño a veces.
-¿Crees que la pandemia ha acentuado ese trato paternalista hacia los grandes?
-Sí, ha existido y existe ese sobreproteccionismo. Con el fin de protegerte, te obligan a quedarte encerrado sin darse cuenta que eso es más dañino. O te ocultan la realidad, porque te puede afectar y así te van aislando. Nosotros, como cualquiera, queremos saber lo que pasa; queremos ser parte de la vida; no nos gusta que nos digan “usted no se preocupe, descanse, quédese tranquilo”. Ese es un trato que tiene el aspecto de ser cariñoso, pero que, en el fondo, es una tremenda discriminación.
Héctor, pese a verse privado del contacto directo con el público, lo ha pasado bien en pandemia. Dice que ha hecho lo que más le gusta: leer, escuchar música, observar los objetos que quiere y que le gustan, estar en su casa. Porque aunque asegura andar ligero de equipaje por la vida, al punto que no es de esos actores que atesora recortes con notas de prensa, sí le gustan las cosas bellas.
-¿Cuál ha sido el más malo, el más bondadoso y el más parecido a ti de tus personajes?
-El más malo de todos es el que hice en una teleserie que se llamaba “Mujeres de Lujo”, era un asesino en serie, dueño de unos prostíbulos de lujo, donde asesinaba a las mujeres que ahí trabajaban. Ese fue el más requetemalo de todos los que he hecho. ¿Y el más bueno? No he hecho tantos personajes buenos, todos siempre tienen su lado oscuro. Uno medio verde, ecológico y buena onda fue Ignacio Meyer, en “Oro Verde”. Yo creo que todos los personajes, buenos o malos, salen de uno mismo, de la experiencia que uno tiene, nacen de tu propia humanidad. Así es que alguna manera me parezco en algo a todos.
-Sabemos que estás escribiendo tus memorias.
-Yo no escribo, yo cuento cosas y mi hijo Damián escribe. Él es el que más escribe. Estamos trabajando juntos estas memorias teatrales, que eso son, en realidad. Memorias de cómo ha ido evolucionando el teatro a través del tiempo. Recuerdo ahí ciertos montajes, lo más icónicos o especiales, como “La Pérgola de las Flores”, el “Rey Lear”, y algunas películas, como “El Chacal de Nahueltoro”. Son experiencias, propias, de otros, enseñanzas del teatro. Espero que se publique este año.
-¿Qué lección de vida transmitirías a tus contemporáneos, esos que te admiran y te consideran exitoso?
-Yo diría que una cosa muy buena, muy linda, que tiene el teatro, es que uno encarna personajes muy diversos y cada personaje implica un punto de vista, una manera de ver el mundo. Desde el más malo hasta el más bueno, todos tienen una visión de la vida y, al representarlos, eso da una gran comprensión del ser humano. Hace sobre todo que uno sienta mucha compasión por el ser humano, por el otro. Creo que el cariño por los demás es lo más importante. Mi lección de vida sería que, si uno quiere a los demás, los demás te quieren a ti. Eso es lo más importante en el mundo: amar y ser amado, tal como dice la canción que escogí como mi favorita: “Nature Boy”, que trata de un niño que recorre el mundo y finalmente descubre que «The greatest thing you’ll ever learn/ Is just to love and be loved in return». O sea: «Lo mejor que aprenderás en tu vida, es solo amar y ser amado a cambio”.