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¿Terminó por fin la transición? Opinión

¿Terminó por fin la transición?

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile y exsubsecretario de Defensa, FFAA y Guerra.
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Como se pronosticara en momentos aciagos, están surgiendo otros hombres y mujeres que superarán las heridas de nuestra Historia.  En su esfuerzo, también asimilarán los sacrificios y los logros de muchas generaciones que desde hace más de dos siglos, se han turnado para construir un Chile mejor, próspero para todos, querido y respetado entre las Naciones.  Habitado por hombres y mujeres felices, que no estamos en guerra con nadie.


Una transición política es el período que media entre un régimen político y otro.  Una de sus características es la coexistencia de instituciones del viejo régimen con otras del nuevo.  Concluye cuando se supera esa coexistencia y emerge una nueva forma política, acorde por cierto, al nuevo período histórico que inaugura.

El período que transcurrió entre septiembre de 1973 y marzo de 1990, los 17 años del pinochetismo, se instaló sin transición.   En 24 horas, la república fue destrozada y reemplazada por una dictadura cívico-militar que gobernó sin contrapeso y sin estado de derecho.  Pero su final sí inauguró un proceso de transición.  Ella se inició en marzo de 1990, aunque su gestación venía antecedida por el histórico No del plebiscito de 1988.

La transición combinó elementos del nuevo régimen democrático, como un Congreso electo por la ciudadanía y la legalización de los partidos políticos, junto a elementos del viejo régimen: como los senadores designados, un Consejo de Seguridad Nacional de amplias atribuciones.  Un novedoso y limitado sistema de representación, el llamado binominal, que favorecía a la minoría (de derecha) e impedía el libre ejercicio de la mayoría.  Todo consagrado en la Constitución de 1980.  Muchos se preguntaran porque la mayoría democrática aceptó estas limitaciones.  Sencillo, porque no tenía fuerza para imponer una ruptura democrática.  Pero también por el convencimiento de que un sistema de equilibrios neutralizaba un transito violento y evitaba una guerra civil.

A muchos que no vivieron ese periodo les cuesta entender ese momento fundacional de la transición chilena.  Pero en aquellos días la prioridad estaba clara para la mayoría democrática, había que ponerle fin a los 17 años y abrir un nuevo Chile.  No todos los temores eran políticos, en esos convulsos días pos plebiscito, me contó una vez un alto dirigente de la Concertación,  que fue visitado por el alto clero, preocupado por la posición que el nuevo gobierno tendría frente al divorcio, la respuesta fue asertiva: estamos preocupados de sacar a Pinochet.

Por cierto los 17 años no transcurrieron en vano, y además del cambio de régimen político, los chilenos experimentamos un brusco cambio económico y pasamos a la desregulación, la privatización y la apertura unilateral.  En lo cultural se implantó el conservadurismo, la prensa quedó reducida a los medios incondicionales del régimen y los otros expropiados o silenciados.  En las universidades paso algo similar y ahí sufrieron en especial las ciencias sociales.  Se trató de imponer un nuevo sentido común, ultranacionalista, de guerra fría, negador de la diversidad y de una concepción preconciliar del catolicismo.

El viejo régimen planificó bien su retirada.  Esta es una de las maniobras mas difíciles de la estrategia.  Se abandona una posición para refugiarse en otra, y para proteger el movimiento se tienden trampas, cazabobos, se dinamitan puentes, en fin.  Se hace todo lo que desgaste el avance rival, para que pierda fuerza y así un tsunami social devenga en un manejable oleaje.  Las llamadas leyes de amarre fueron eso.  Cumplieron la misión de proteger la retirada del viejo régimen.  Recordemos que hasta el propio Pinochet, luego de mandar mas de 30 años al Ejército, se convirtió en senador vitalicio.

Se inició de este modo la transición chilena, bien recibida en todos los rincones del planeta.  El nuevo gobierno asumió un política exterior basada en su reinserción internacional.  Era a su vez una época de cambios, se acababa la Guerra Fría y asomaba un nuevo Orden Mundial con grandes dosis de hegemonía estadounidense. Chile entró de lleno a la globalización de la mano de su apertura económica y mediante sucesivos TLC.  El país se transformó en un virtual dutty free latinoamericano, que permitió el acceso fácil a todo tipo de bienes y tecnologías.  Como la mayoría de la población tenía bajos ingresos, la demanda se operó gracias a una masificación del crédito privado y así florecieron todo tipo de tarjetas.  Remember Bancard.  La movilidad social fue de la mano con el endeudamiento, al tiempo que el consumismo y el individualismo disolvían el tejido social.  Ideológicamente fue el triunfo del liberalismo ramplón, con mucho consumo y poca erudición.  Merced a la privatización buena parte de los derechos sociales quedaron al cuidado de entidades privadas, desde la salud hasta la educación.

El régimen político si bien sufrió embates y remiendos, logró preservar la estructura básica de la Constitución del 80 durante buena parte de este período, merced a la tenaz defensa que hizo la derecha política, empresarial y los principales medios.  Pero poco a poco fue cediendo, entre los desmontes mas significativos estuvo el fin de los senadores designados, y posteriormente el fin del sistema binominal.  Eso sí, la derecha vendió cara su derrota política: negoció el fin del voto obligatorio y la reducción del mandato presidencial a cuatro años (ante el inminente triunfo de Bachelet).  Todo ello en medio de una economía que crecía pero distribuía muy poco, el salario real se fortaleció vía redistribución presupuestaria, y el resto del consumo familiar de la mayoría siguió la ruta del endeudamiento: para financiar la educación de los hijos, para pagar la casa, para comprar un auto, en fin.

En suma, la transición entró a su etapa final.  Los historiadores dirán cuándo se produjo el punto de quiebre: ¿cuándo murió Pinochet? ¿Cuándo se acabó la Concertación? ¿cuándo la derecha ganó las elecciones?, tarea para la interpretación histórica.  Lo cierto es que hoy culminó el ciclo de la transición inaugurada en marzo de 1990.  La Convención Constituyente ha iniciado su labor y de ella saldrá el nuevo pacto social.

También están cambiando los protagonistas. La generación que protagonizó la transición o ya fue, o esta por irse.  La ex Concertación se acabó hace algún tiempo, en el PC ya no está Gladys.  Los coroneles de la UDI pasaron a Capredena.  En los 90 en RN se constituyó un audaz equipo: la llamaron la Patrulla Juvenil, ahí estaba Andrés Allamand, Piñera, Espina, Evelyn, entre otros, y competían bailando twist en los canales.  Hoy cuesta imaginarlo.

La Concertación hizo grandes cosas, democratizó el sistema político, normalizó el país, tuvo éxito en abatir los índices de pobreza, dotó de una formidable red de carreteras al país, en fin.  Otras cosas las hizo a medias, y otras simplemente no las hizo, o no las supo hacer o derechamente no quiso hacerlas: entre ellas resalta no haberse preocupado por la generación de reemplazo.  Y eso hoy se nota.

El siglo 21 empezó a mostrar una nueva sociedad, sin las mochilas del pasado, con otro chip tecnológico y sin haber sufrido (que bueno¡) los desgarros de la guerra fría. Un país que de la mano de Bielsa se empezó a acostumbrar a guapear también en el futbol.  Una sociedad que creció sin el Mamo Contreras ni Dinacos, con alta escolaridad y cada vez más conectada a la nube.

Durante buena parte, a la elite política le costó asumir su transitoriedad.  A ello contribuyó la reelección perpetua de los parlamentarios, y la conformación de una verdadera “oligarquía” de congresistas que por lo general controlaron a los partidos políticos.  A sus achichincles les llamaron operadores y crearon toda una doctrina, con principios tan poco democráticos como “el que tiene, mantiene”.   Su relación con la sociedad civil asumió los contorno de un creciente clientelismo y las plataformas programáticas fueron quedando atrás para ser reemplazada por lo que pasó a llamarse “agendas personales”.  Una elite así, obviamente empezó a ser vista con distancia por la ciudadanía, ni hablar de los privilegios de los que se dotó.  ¿Porque se extrañan hoy de que la sociedad le tenga un alto nivel de rechazo?  Por supuesto, en todas las bancadas han habido notables excepciones, pero asumamos que no es la mayoría.

La transición fue agotando su épica originaria, los nuevos desafíos empezaron a drenar la legitimidad del sistema, y lentamente se fue incubando el malestar.

Y vino el estallido, lo siguió la pandemia.  Chile se sacudió hasta sus cimientos, y lo que parecía inamovible, la Constitución del 80,  ya no tuvo defensores.  Saltaron los problemas históricos (como el trato a los pueblos originarios) y ya no quedaba paciencia para el gradualismo.  Los desafíos surgidos por “el modelo” se hicieron urgentes aunque algunos venían siendo reclamados desde hacia años (como la demanda por una educación publica de calidad y por un régimen humanitario de pensiones).

La historia reciente la conocemos.  Todos vimos asumir la presidencia de la Convención a la doctora Loncón.  Todo un símbolo nacional y de resonancia mundial.  Bien por ella, bien por esa hasta entonces desconocida funcionaria del Servel que navegó con destreza y prudencia las agitadas olas de la inauguración.  Aún tenemos funcionarios de Estado, nobles hijos de la República.   Porque el pacto social que surgirá de la labor de la Convención,  ha de tener la marca de la mas plena inclusión.  Está naciendo un nuevo régimen, la transición entra en el ocaso.

Como se pronosticara en momentos aciagos, están surgiendo otros hombres y mujeres que superarán las heridas de nuestra Historia.  En su esfuerzo, también asimilarán los sacrificios y los logros de muchas generaciones que desde hace más de dos siglos, se han turnado para construir un Chile mejor, próspero para todos, querido y respetado entre las Naciones.  Habitado por hombres y mujeres felices, que no estamos en guerra con nadie.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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