Tras el sonriente rostro del esforzado reformador meritocrático, se oculta un torvo economicista, alzado por una operación fáctico-económica a gran escala, capaz de arrasar con la institucionalidad de los tres partidos que llevaron precandidatos presidenciales. Es llamativo, en este sentido, que, tempranamente, cuando faltan todavía meses para las elecciones, se hayan sumado a esa candidatura dos centros de estudios –el CEP y el IES– que, hasta ahora, habían mantenido importantes grados de ecuanimidad y un prestigio mucho mayor que los usuales centros instrumentales, la FPP y LyD.
Junto a su esforzada vida personal y a sus méritos intelectuales y morales, Sebastián Sichel tiene un lado menos amable, en el que reparó, a su modo, en enero pasado, Evelyn Matthei. Lo llamó, en El Mostrador, «el candidato de los empresarios que no quieren perder privilegios, de los institutos de estudio que no quieren perder influencias y de los políticos que no quieren perder poder”.
La candidatura de Sichel fue levantada por poderosos del dinero, como Juan José Santa Cruz, Rafael Guilisasti, Jorge Errázuriz, Patricio Artiagoitía, Jorge Claro, Fernando Agüero, y hasta Nicolás Ibáñez la sustenta. La operación contó, además, con el apoyo de dos nombres que están actuando desde hace un tiempo como factótums de la política: Andrés Allamand y Andrés Chadwick.
Es la derecha económica y economicista la que está tras el candidato de marras, esa para la cual el discurso, finalmente, cuando se la aprieta, cuando el asunto se pone serio, tiende a reducirse a esto: a defender la hacienda y el presupuesto (olvidando que, aunque por cierto la economía es importante, sin embargo, “una nación no es una tienda, ni un presupuesto una biblia”).
Si se revisa el programa de Sebastián Sichel, de los cuatro “pilares” o aspectos fundamentales que él consigna, tres y parte del cuarto son económicos: “economía basada en el emprendimiento”, “que el Estado haga mejor la pega” (sic), “más transferencias directas” y una “sociedad inclusiva” (que abarca “inclusión digital”, “pobreza”, “discapacidad”, “género”, “ruralidad” y, casi como apéndice, “pueblos originarios”). Tras el sonriente rostro del esforzado reformador meritocrático, se oculta un torvo economicista, alzado por una operación fáctico-económica a gran escala, capaz de arrasar con la institucionalidad de los tres partidos que llevaron precandidatos presidenciales.
Es llamativo, en este sentido, que, tempranamente, cuando faltan todavía meses para las elecciones, se hayan sumado a esa candidatura dos centros de estudios –el CEP y el IES– que, hasta ahora, habían mantenido importantes grados de ecuanimidad y un prestigio mucho mayor que los usuales centros instrumentales, la FPP y LyD.
El Centro de Estudios Públicos está, ciertamente, vinculado a grupos empresariales con una vocación política. Si bien tiene una línea editorial clara, hasta la fecha ella era mucho más amplia, más plural y reflexiva que los estreñidos límites de una candidatura presidencial como la de Sichel. No debe olvidarse que al CEP le corresponde el mérito perenne de haber sido un espacio de diálogo entre sectores efectivamente diversos cuando en Chile los espacios de diálogo estaban severamente restringidos. Ahora, en cambio, nos enteramos por La Tercera de que el cuerpo de investigadores del CEP o parte fundamental de él, cierra filas y se ha puesto a trabajar en la campaña de Sichel.
[cita tipo=»destaque»]Sería relevante, deseable, exigible, alguna reflexión sobre este punto: ¿qué lleva al Instituto de Estudios de la Sociedad y al Centro de Estudios Públicos, en el momento de la decisión, a soslayar su talante amplio y reflexivo, respectivamente, su socialcristianismo, el IES, y su liberalismo plural, el CEP, para pasar a sumarse, con sus cuadros, al trabajo partisano de la mentada candidatura?[/cita]
El Instituto de Estudios de la Sociedad, por su parte, si bien es una organización creada y financiada por personas del Opus Dei, vale decir, tiene una agenda bastante precisa, también se había mantenido en el nivel conspicuo de los grandes debates, la publicación de estudios relevantes y la reflexión de largo aliento. Cuando eventualmente colaboraba con candidaturas, era un individuo el que lo hacía. Hoy, en cambio, nos avisan que se suma, también, con la parte gruesa de sus investigadores, a la candidatura de Sebastián Sichel.
¿Qué mueve a estas organizaciones o a parte fundamental de ellas, a cambiar el talante de sus actividades más usuales de investigación, reflexión y deliberación pública?
Repárese en esto: el IES y el CEP no están apoyando a un eventual presidente en ejercicio llamado Sebastián Sichel. No se trata aquí de influir en el gobernante desde dentro del gobierno, como otrora pretendiera hacer el bueno de Tomás Moro con Enrique VIII. No estamos ante la tarea de reparar hechos consumados y ayudar a que el gobierno se reoriente. En cambio, nos hallamos ante una campaña, vale decir –precisamente– ante el esfuerzo por llevar a Sichel y lo que él implica al poder. A Sichel, o sea, al candidato que, como digo, tras eventuales fachadas es, finalmente, el testaferro de grupos económicos y de fácticos políticos, y cuyo programa es severamente economicista.
Sería relevante, deseable, exigible, alguna reflexión sobre este punto: ¿qué lleva al Instituto de Estudios de la Sociedad y al Centro de Estudios Públicos, en el momento de la decisión, a soslayar su talante amplio y reflexivo, respectivamente, su socialcristianismo, el IES, y su liberalismo plural, el CEP, para pasar a sumarse, con sus cuadros, al trabajo partisano de la mentada candidatura?