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Daniel Chernilo
Por : Daniel Chernilo Profesor Titular de Sociología en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago y Director del Doctorado en Procesos e Instituciones Políticas.
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Lo propio de la secularización religiosa es que todas las esferas de la vida que antes estaban pobladas por espíritus, fuerzas cósmicas y valores trascendentes, ahora han quedado “desencantadas” y son susceptibles de control y manipulación. Sin embargo, la historia de los últimos 200 años muestra un camino bastante más complejo y para interpretarlo debemos pluralizar la idea misma de secularización. Debemos comprender estas secularizaciones en al menos tres dimensiones diferentes: la desmitificación de la naturaleza, la dimensión simbólica y expresiva de la política, y diversidad valórica del mundo en que vivimos.


A primera vista, poco tienen en común fenómenos como la crisis climática, las primeras semanas de trabajo de la convención constitucional, los viajes especiales de algunos billonarios y la crisis en Afganistán. Sus causas, escalas y alcances responden a dimensiones muy distintas de la vida moderna. Sin embargo, hay un aspecto que si bien no los unifica sí permite comprenderlos como partes de un todo más general: la secularización.

Convencionalmente, el término secularización se refiere al debilitamiento de las creencias y prácticas religiosas en la población. La predicción es que, con el desarrollo de las sociedades, el retraimiento de la religión las hará devenir más racionales: donde antes dominaban creencias tradicionales hoy habrá de primar el conocimiento científico, la intervención tecnológica y la deliberación democrática. Lo propio de la secularización es que todas las esferas de la vida que antes estaban pobladas por espíritus, fuerzas cósmicas y valores trascendentes, ahora han quedado “desencantadas” y son susceptibles de control y manipulación. Sin embargo, la historia de los últimos 200 años muestra un camino bastante más complejo y para interpretarlo debemos pluralizar la idea misma de secularización. Debemos comprender estas secularizaciones en al menos tres dimensiones diferentes.

La primera se refiere a la desmitificación de la naturaleza. La idea misma de “recursos naturales”, tanto como el contenido utópico que viene asociado a paisajes aparentemente inmaculados, es la expresión más clara de la forma en que técnica y tecnología modernas transforman nuestras relaciones con el mundo. Después de siglos de relaciones exclusivamente instrumentales con plantas y animales, bosques y ríos, es urgente buscar formas de redefinir esos vínculos. La secularización de nuestras relaciones con el mundo natural no responde únicamente al modelo de medios y fines, sino que nos obliga aceptar que vivimos en mundos plurales donde nos necesitamos mutuamente.

La segunda se enfoca en la dimensión simbólica y expresiva de la política. Junto con el poder, el estado y la democracia, la política moderna es también un espacio de construcción de vínculos e identidades. La formación de las “comunidades imaginadas” que hoy conocemos como naciones es solo la primera de una larga cadena de nuevas formas de identidades religiosas, étnicas o sexuales que encontraron en la política un camino para hacerse visibles y respetables para la sociedad como un todo. La secularización de la política la hace más democrática no sólo producto de su dimensión deliberativa sino porque ha devenido también más inclusiva.

La tercera dimensión de la secularización dice relación con la diversidad valórica del mundo en que vivimos. La religión no ha desaparecido; muy por el contrario. Menos aún podemos afirmar que su debilitamiento haya venido acompañado por un fortalecimiento inequívoco de la ciencia y el debate puramente racional. Lo que sí constatamos es que las religiones tradicionales ya no disponen de otra posición de privilegio que sus vínculos históricos con las elites más antiguas de la sociedad. La entrada de nuevas cosmovisiones a la esfera pública implica reconocer que hay muchos para quienes los valores más establecidos no son solo ajenos, sino que han sido experimentados, por un largo tiempo, como formas de violencia y discriminación.

Esta pluralidad de prácticas y valores produce inseguridad, ansiedad y riesgos. Pero en un mundo desencantado, de secularizaciones diversas, relacionarse con la diversidad es un acto cotidiano, abrirse a lo nuevo es inevitable y la sustentabilidad un imperativo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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