La votación de Marco Enríquez-Ominami ha ido cayendo sistemáticamente. Ya no representa ninguna novedad. Su discurso es añejo y dejó hace rato de ser el niño terrible de la política chilena. Sin embargo, considerando que compiten siete candidatos –luego de la vergonzosa exclusión de Ancalao y Lorenzini–, la dispersión será alta, por tanto, un pequeño porcentaje puede marcar la diferencia para quienes pasen a segunda vuelta. Si eso es lo que esperaba transmitir a sus pares de la ex Unidad Constituyente para luego negociar, se equivocó medio a medio. De hecho, la invitación a levantar un programa común que les a hizo a Boric y Provoste, tuvo un rotundo NO de vuelta.
“… Marco Enríquez-Ominami había logrado concretar su estrategia. ‘Yo prefiero ser candidato por cuarta vez y llegar hasta el final. No me sirven las primarias, ni le sirven las primarias al PRO, porque nuestra capacidad de negociación quedaría muy reducida. Debemos provocar a los otros partidos para forzar una competencia abierta en primera vuelta, con un pacto para la segunda. Yo me voy a jugar por esa carta’, planteó Marco en una reunión ampliada del PRO…”. La cita es ficción, está en el capítulo 36 de mi última novela política, La historia de cómo Andrónico llegó a ser Presidente, que terminé de escribir hace diez meses.
La verdad es que, más que mi capacidad de acertar –a través de la ficción, con un hecho político que se terminó por convertir en realidad–, lo que hice fue simplemente plantear una posibilidad, de acuerdo a la predecible conducta de Marco Enríquez-Ominami. El exdiputado concretó la semana pasada su cuarta postulación seguida a la Presidencia de Chile. Un hecho inédito, un récord Guinness, como la búsqueda frenética de un tetracampeonato. Es probable que ME-O anhele quedar inscrito en los libros de historia del país. Aunque, tal vez, solo responda a una necesidad personal, porque lo cierto es que esta vez nada, absolutamente nada, justifica que el cineasta esté en la papeleta en noviembre.
A solo unos pocos días de inscribir –sorpresivamente incluso para su propio partido– su candidatura, el Cuarto Tribunal Oral en lo Penal de Santiago lo absolvió de eventuales irregularidades en la rendición de cuentas de una de sus aventuras presidenciales previas, en el caso denominado OAS. Sin embargo, condenó a Cristián Wagner. Curioso y paradójico.
El asesorado libre de polvo y paja, y el asesor –que trabajaba para él– pagando los platos rotos. “… Se ha hecho justicia, les agradezco a todos los que confiaron en mí y me apoyaron en esta dura persecución, esto me alienta más para llegar a ser Presidente de Chile y terminar con las injusticias y los abusos, como el que intentaron conmigo…” (página 280, La historia de cómo Andrónico llegó a ser Presidente). La frase es casi idéntica a la que ME-O pronunció –emocionado– el miércoles 25, mientras Wagner se desconectaba en silencio y cabizbajo de la audiencia virtual.
Enríquez-Ominami había logrado dar el golpe, gracias a que el Servel informó, el día previo a que se acabara el plazo de inscripción, que el exdiputado mantenía sus derechos políticos producto de un fallo del Tribunal Constitucional, en otro caso en que también estuvo involucrado, SQM. “… A solo tres días de la inscripción de los candidatos presidenciales, recibió una notificación del Servel que le permitía postular a la Presidencia…” (página 280, La historia de cómo Andrónico llegó a ser Presidente). Bueno, en la ficción –que escribí diez meses antes– me equivoqué, no fue en tres días, sino en dos.
En su primera aventura de 2009, Enríquez-Ominami obtuvo una altísima votación (20,13%) y estuvo a punto de amargarle el paso a segunda vuelta a Eduardo Frei. Fue la época en que rompió con sus viejos aliados y también cuando sus viejos aliados lo pusieron en la lista negra. A partir de ese momento se alejó de sus raíces –fue diputado por el PS–, acompañado de su padrastro, que también era senador por ese partido. En 2013 se presentó de nuevo. Esta vez impidió que Michelle Bachelet ganara en primera vuelta –donde alcanzó 46,67%–, sin embargo, la votación de ME-O se redujo a la mitad (10.98%). Ya poco se acordaba de su paso por la Concertación, e hizo de su campaña un ataque frontal contra Bachelet, tanto que apenas tocó a la representante de la derecha, Evelyn Matthei. Su tercera candidatura fue en 2017. Pero esta vez quien provocó un daño importante a la Nueva Mayoría fue Bea Sánchez. ME-O fue irrelevante y volvió a bajar fuertemente su votación (a 5.7%) y apenas alcanzó el quinto lugar. En esa campaña nació su relato del “duopolio”, con que criticó por igual a Guillier y Piñera.
¿Qué es lo que ha llevado a ME-O a presentarse cuatro veces a la Presidencia? En 2009 fue su molestia y rabia –con razón–, debido a que solicitó a su partido medirse en primarias contra Eduardo Frei, recibiendo un rotundo no. La verdad es que lo que partió como una dulce venganza, terminó convirtiéndose en una aventura exitosa. El cineasta comprendió que tenía más capital de lo que él mismo pensaba.
Allí partió la carrera presidencial permanente que ha mantenido durante largos doce años. Sus argumentos políticos se fueron diluyendo y ME-O terminó transformándose en algo similar a lo que criticaba. Pero, más allá de lo político, Marco se inventó un personaje y se propuso mantenerlo vivo. Vestido siempre igual –como los personajes de caricatura–, apelando a un aire juvenil que ya no le sienta tan bien y un discurso antitodo, especialmente contra la ex Nueva Mayoría.
Sin embargo, en los últimos dos años pareció que hacía un giro. Comenzó con un tímido acercamiento al mundo de la ex Nueva Mayoría y las puertas se le volvieron a abrir. Claro, en política la memoria es frágil. ME-O aprovechó la vuelta y comenzó a hablar como si fuera un miembro habitual de la coalición. Recorrió los matinales, programas virtuales, volvió a dar entrevistas. Se le veía entusiasmado y proyectaba ganas de aportar. Así estaba cuando anunció su sorpresiva candidatura y les dio un nuevo golpe a sus aliados, esta vez, a la candidatura de Yasna Provoste.
ME-O demostró que maneja al PRO a su entero antojo. Usando un estilo similar a los partidos “del duopolio”, que tanto critica, Enríquez-Ominami descolocó a los candidatos al Parlamento de su partido –al correr como lista autónoma y no con Nuevo Pacto Social, el nuevo nombre de Unidad Constituyente–, despojándolos de toda opción de salir electos. No tengo idea de qué reacción esperaba del conglomerado de centroizquierda, porque la verdad es que la respuesta fue de ruptura total. Fin al pololeo previo. Fin a la opción de cualquier posibilidad de pactos.
Creo que Marco Enríquez-Ominami va a tener una votación muy menor en noviembre, probablemente cercana al 2% o 3%. Su votación ha ido cayendo sistemáticamente, ya no representa ninguna novedad. Su discurso es añejo y dejó hace rato de ser el niño terrible de la política chilena. Sin embargo, considerando que compiten siete candidatos –luego de la vergonzosa exclusión de Ancalao y Lorenzini–, la dispersión será alta, por tanto, un pequeño porcentaje puede marcar la diferencia para quienes pasen a segunda vuelta. Si eso es lo que esperaba transmitir a sus pares de Unidad Constituyente para luego negociar, se equivocó medio a medio. De hecho, la invitación a levantar un programa común que les hizo a Boric y Provoste, tuvo un rotundo NO de vuelta.
Y aunque sus motivaciones políticas fueran ciertas, la explicación para presentarse por cuarta vez creo que son más simples. ME-O es una persona autorreferente y con un egocentrismo a toda prueba. En estos días ha circulado en redes sociales, incluso, que tendría un interés económico apostando al reembolso de platas por voto ganado. Aunque a estas altura da igual qué esté buscando con esta aventura, ME-O ya cumplió su etapa política –concediéndole que tuvo el rol de remecer hace más de una década a la desgastada Concertación–, pero eso ya es pasado. Y muy lejano.