Asistimos a la capitulación del voto conservador que eventualmente podía retener el sucesor de Sebastián Piñera. Todo nos habla del eclipse absoluto del “espacio público”, si acaso se puede arriesgar tal término en el caso chileno. Una vez siniestrado el expediente del aliancismo-bacheletismo, lo que ha quedado en evidencia, tras los últimos sucesos, es que la derecha se llama Kast (hegemonía) y Sichel es la menguada competencia (electoralismo). De paso, y en un evento que va más allá de una cuestión de anécdotas publicitarias –o un gesto cándido–, el líder del Partido Republicano ha confiado su campaña al guionista de Stefan Kramer (Lalo Prieto), para cincelar la franja televisiva donde las formas visuales serán un manicomio discursivo de la comunicación atmosférica, posmoderna, dicho con ligereza. Hay que tomar nota de esto.
En nuestra cotidianidad asediada por matinales, el candidato del Partido Republicano fue certero para esperar el declive de Sebastián Sichel. El abandero de la derecha reformista se develó como un presidenciable codicioso, presuroso, desmemoriado y de una desenfadada “subjetividad neoliberal” que lo ha llevado a hipotecar su capacidad competitiva. Todo, pese al esfuerzo pirotécnico del ex-DC por promover el retiro del 100% de los fondos de pensiones (AFP).
La terquedad para hacer de su historia personal un nicho electoral también entra en una deriva muy incierta. Luego del reciente escándalo sobre la propiedad del proyecto Dominga, el piñerismo deviene en un pastiche de emprendizajes, crecimientos sin desarrollos, voces hueras, sueños de oportunismos, capitales semillas y ficciones de inclusión. Sichel queda como el epitafio de la insustancialidad ontológica y revela una absoluta obsolescencia en materia de retiro (10%), maltratando a su propio electorado, poniendo en riesgo su eventual crecimiento demográfico.
Y así, asistimos a la capitulación del voto conservador que eventualmente podía retener el sucesor de Sebastián Piñera. Todo nos habla del eclipse absoluto del “espacio público”, si acaso se puede arriesgar tal término en el caso chileno. Una vez siniestrado el expediente del travestismo visual (aliancismo-bacheletismo), lo que ha quedado en evidencia, tras los últimos sucesos, es que la derecha se llama Kast (hegemonía) y Sichel es la menguada competencia (electoralismo).
De paso, y en un evento que va más allá de una cuestión de anécdotas publicitarias –o un gesto cándido–, el líder del Partido Republicano ha confiado su campaña al guionista de Stefan Kramer (Lalo Prieto), para cincelar la franja televisiva donde las formas visuales serán un manicomio discursivo de la comunicación atmosférica, posmoderna, dicho con ligereza. Hay que tomar nota de esto.
Lo anterior tendrá múltiples relaciones con ese chileno viscoso, vaporoso, progre, selfie, de opciones líquidas en sus consumos suntuosos, peregrinos, o no, abriendo una “diarrea cognitiva” que fracturará las propias estructuras de sentido de la derecha, pero desde el mundo neoconservador. Por de pronto, el crecimiento de Kast –kastización– abre una recomposición hegemónica al interior de la derecha, que obligará a sus think tanks a desplegar una nueva disputa hegemónica. Con Sichel desgastado, pero no muerto electoralmente, se abre una posibilidad –no descabellada– donde Kast podría, a lo menos potencialmente, ganar camino hacia la segunda vuelta. Ello, a todo evento, desestabilizaría el próximo Gobierno de Boric. No es algo inminente, ya lo sabemos, pero tampoco es descartable de plano. Como tampoco es descartable que obtenga 15 puntos en primera vuelta, inscribiendo otro hito prevalente que será de una fuerte penetración en el electorado de Sichel (suponiendo que pasa a segunda vuelta el expresidente de Banco Estado).
Hay que rumiar sobre la morfología de esa eventual derecha, más aún cuando el guionista del Chile actual será el hombre de Kramer. Mis lectores “progres” dirán ¿cómo es posible tal regresión, luego de las secuelas del autoritarismo, las odas a Bolsonaro, la llegada del feminismo, el discurso antiabortista, cambios en los sistemas de preferencia, nuevos consumos culturales, derechos posmateriales y la feroz revuelta del 2019? Por de pronto, no está en riesgo el éxito de Boric. Kast es igual a un dios sádico para las izquierdas, pero el quid de la “política neoconservadora” debe religar el relato modernizador, conciliando tecnológicamente el ultraliberalismo en economía, el populismo mediático y el conservadurismo en lo cultural.
Ciertamente, Kast es parte de la subjetividad neoliberal, y de una modernización donde las formas visuales-perceptivas pasan por redes sociales y tecnologías. Dicho de otro modo, el sujeto de marras pide una vuelta a un mundo normativo, centrado en familias, cuerpos intermedios, fuentes dispensadoras de sentido y subsidiariedades, administrando los flujos hipermediáticos de la comunicación digital. Kast apela a las redes que exterminaron su mundo gremial, para reponer las categorías de la teología.
Es bajo este entramado donde Kast concita al “dispositivo Kramer”, porque comprende en toda su radicalidad la fuerza de la pornografía tecnológica y la plusvalía de los virus visuales. Pero ellos son una condición epocal que no se puede moralizar de bruces, ni menos agotar la discusión a nombre del “simulacro”.
El ex-UDI hace una aguda política comunicacional (“memética”). Aquí adquieren máxima relevancia los nuevos dispositivos de producción de audiencias, y el candidato conservador sabe asestar crossovers y parodias desde las tecnologías de turno. Para muestra un botón. En el caso Dominga, la arremetida fue directa para Piñera y también raspa a Sichel, “caiga quien caiga” fue la advertencia. ¿Qué tenemos entonces ante esta arremetida de comunicación digital en plena hipermediatización?: meme, fake news y Kramer (guionista). El “meme”, en tanto tecnología expresiva del presente, goza de un estatuto político y representa un estado de la contingencia que ha devenido una forma estructural de la comunicación “memética” en estas elecciones.
Tal estado ha transfigurado los límites entre las “fake news” y el “estatuto de lo real”. No es llegar y sostener que el “fake” es mero engaño” o “falsa conciencia”, como diría algún marxista. Dicho sea de paso, Kast está advertido del uso del WhatsApp, “favorable a Jair Bolsonaro en Brasil”, distribuyendo “desinformación” al menos en 100 grupos públicos de dicha aplicación a favor del candidato brasileño. Con todo cuidado con la teoría apocalíptica que abunda en ver “fascismos moleculares” por todos lados. Aquella vocación tremendista de las izquierdas no cesa.
En suma, Kast saca intenso provecho de este organigrama tecnológico –incluido lo impensable que debe aportar el mundo Kramer–. Y ello en su discurso está al servicio de las prestidigitación y el remate aleccionador. Más aún, para explotar el «decadentismo» de Sichel y la derecha aliancista, no basta con un tropel de modernizaciones, sino con un crecimiento moralizante que mediante la promesa de la corrección nos conduzca a la expiación de cuerpos herejes y las pulsiones hedonistas del consumo. Luego de un tiempo de travesías licenciosas en el mundo postransicional.
Todo ello en medio de una trama mordaz digna de audiencias que degustan el placer de la toxina verbal (meme, fake news y guionista de Kramer). Con todo, a la hora de analizar prácticas de comunicación digital en contextos electorales, no significa afirmar que los medios digitales tienen el poder de definir los resultados totales, pero ciertamente gozan de una dimensión poco explorada en el caso chileno.
Sin embargo, el quid no es que Kast obtenga 15% en primera vuelta, cuestión que prenderá las alarmas y será motivo de una disputa de hegemonías íntimas en el campo de la derecha, sino que su potencial de disrupción desestabilizaría globalmente el Gobierno de Boric –en caso de pasar a segunda a vuelta– y ello comprende una reconfiguración de nuestro mapa político. Nada es descartable, ni siquiera un Sichel resucitado a lo Lázaro. Por fin «modernización, orden y autoridad» es el lema conservador. La kastización de la política tiene una dimensión erotizante donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial al mundo conservador y popular. Pero aquí también irrumpe la parte masoquista del deseo: «¡Todos deseamos un Kast!». Y a no dudar; ¡qué chileno endeudado, abusado por las instituciones crediticias, o bajo la amenaza de narcos en el vecindario, no reclama su José Antonio! En medio del carnaval consumista, Kast reinstala un «efecto de identificación» con la cólera del «chileno medio» y con la «rabia autoritaria» de la población que ha padecido los procesos demenciales de la modernización y su «presentismo agobiante».
Y a no olvidar, el masoquista se proyecta en el objeto del sadismo higenizante para reencontrar placer en su acción (Kast). Un placer en el dolor del «otro» que posee un efecto restitutivo. ¡El «superyó» hace una promesa de goce al «yo»!, “debes renunciar a tu placer inmediato y después tendrás más y mejor”. Por ello, las víctimas, los angustiados, los endeudados, los depresivos y todos los vulnerables del mercado laboral, buscan placer en una retorica de la «limpieza étnica». Limpieza que obra en los límites de la institucionalidad. Placer que detiene la aniquilación propia. Mediante este mecanismo de transferencia, se puede pasar de ser víctima a victimario.