En un país que envejece rápidamente, las AFP tuvieron éxito en dejar establecido definitivamente que las pensiones sí importan. Pero en un sentido mucho más profundo, la popularidad de los retiros del 10% demuestra que, tras cuatro décadas de funcionamiento, las AFP fracasaron porque ya no consiguieron crear una experiencia de pensiones que resuene positivamente con las vivencias personales de los pensionados y sus familias. Las causas de ese fracaso incluyen por supuesto factores económicos: bajos salarios, cotizaciones insuficientes, lagunas prolongadas y mala administración. Pero la derrota más fundamental de las AFP es simbólica y afectiva: fueron incapaces de crear una «cultura de pensiones» que transforme el miedo y la ansiedad de la vejez en aquella experiencia de tranquilidad y satisfacción que llega al culminar una vida bien vivida.
El debate por los retiros sucesivos del 10% de los fondos de pensiones no se ha caracterizado por su alto nivel, pero aun así hay una dimensión clave que ha estado completamente ausente en la discusión: Chile es un país sin experiencias de jubilación.
Un sistema de pensiones es un mecanismo de ahorro obligatorio con miras a generar ingresos autónomos a partir de aquel momento cuando ya no es posible o no se desea seguir trabajando. La idea de pensión supone entonces que quienes se jubilan podrán descansar o realizar sueños postergados con ingresos que, si bien serán menores a aquellos que tenían cuando estaban activos laboralmente, serán lo suficientemente estables y generosos para mantenerse sin ayuda de familiares o amigos.
Por supuesto, una parte fundamental de la crisis actual de las pensiones se explica por el hecho de que este sigue siendo un país donde el mercado laboral es tremendamente informal y de salarios tan bajos que alrededor del 80% de las personas mayores de 18 años no paga impuesto por sus ingresos. Además de sus evidentes consecuencias económicas, se trata también de un hecho de altísima importancia simbólica para el sistema de pensiones. Para la gran mayoría, es imposible siquiera imaginar la idea de una jubilación. Si el sueldo no fue nunca suficiente o estable mientras se trabajó, difícilmente se puede esperar algo así al momento de dejar de hacerlo.
La dictadura les heredó a las Fuerzas Armadas y Carabineros un sistema de pensiones extremadamente generoso, pero financiera y moralmente insostenible, con una ley promulgada apenas tres semanas antes de dejar el poder. Pero lo cierto es que el país no ha tenido en ningún momento de su historia un sistema de pensiones financiado en el largo plazo y con cobertura e ingresos adecuados. Ni las cajas de compensación, ni el antiguo Instituto de Normalización Previsional, permitieron experimentar los beneficios de una jubilación que generase tranquilidad incluso entre los afortunados que tuvieron acceso a ellas. ¿Cuántas familias en Chile pueden incluir en sus biografías las experiencias de adultos mayores con ingresos suficientes que son resultado de un ciclo largo y constante de cotizaciones? ¿Quién de nosotros vio a sus abuelos disfrutar concretamente de su jubilación o hablar de ella con afecto? Prácticamente nadie.
La gran promesa con que se crearon las AFP en 1980 no estaba únicamente asociada a la idea de capitalización individual o a que los privados administrarían los fondos mejor que el Estado. Su “revolución cultural” más radical era la de crear, por primera vez en nuestra historia, la experiencia misma de la jubilación como un momento de la vida al que no hay por qué tener miedo, sino que podemos esperar con satisfacción e incluso alegría: después de trabajar duramente por 30 o más años, Ud. contará con tiempo y recursos suficientes para hacer lo que quiera. Las AFP tuvieron éxito en masificar las cotizaciones previsionales en el país.
En un país que envejece rápidamente, también tuvieron éxito en dejar establecido definitivamente que las pensiones sí importan. Pero en un sentido mucho más profundo, la popularidad de los retiros del 10% demuestra que, tras cuatro décadas de funcionamiento, las AFP fracasaron porque ya no consiguieron crear una experiencia de pensiones que resuene positivamente con las vivencias personales de los pensionados y sus familias. Las causas de ese fracaso incluyen por supuesto factores económicos: bajos salarios, cotizaciones insuficientes, lagunas prolongadas y mala administración. Pero la derrota más fundamental de las AFP es simbólica y afectiva: fueron incapaces de crear una «cultura de pensiones» que transforme el miedo y la ansiedad de la vejez en aquella experiencia de tranquilidad y satisfacción que llega al culminar una vida bien vivida.