Los sobrevuelos de aparatos de combate chinos sobre espacio de control aéreo taiwanés, japonés, malasio y vietnamita, más la incapacidad de negociadores de alto nivel de Beijing y Nueva Delhi para llegar a reducir tensiones en la frontera sino-india (a la fecha, ambas partes llevan más de una docena de reuniones de alto nivel bilateral en el último año y medio, sin aún tener señales certeras de una desmovilización de fuerzas militares de ambas partes, emplazadas próximas a la Línea de Control Efectivo, estando fresco en la memoria el crudo enfrentamiento mano a mano en junio del año pasado en el valle de Galwán, a más de 4.200 metros de altura), se unen a acontecimientos en otros escenarios aéreos y espaciales, terrestres y marítimos (como, por ejemplo, los avances en la construcción, en un astillero en Shanghái, de un tercer portaaviones para la marina del Ejército Popular de Liberación, el tipo-003, de más de 300 metros de eslora o largo) y, también, del ciberespacio, que se están desplegando ante nosotros y el mundo.
La confirmación esta semana, por parte de la Dra. Tsai Ing-wen en Taipéi, sobre la presencia, ergo, el despliegue de asesores militares estadounidenses en la isla considerada como una provincia renegada de la República Popular China, ratifica la configuración de un escenario geoestratégico incierto y volátil, en una zona del Pacífico hacia donde se dirige más de un 35% de nuestras exportaciones.
Por ejemplo, es justamente en estos días que importadores y distribuidores de cerezas en localidades tales como Shenzhen, Guangzhou y Shanghái, comienzan a recibir, por vía aérea, los primeros cargamentos de la altamente valorada fruta chilena de la temporada 2021/2022, teniendo presente que más de un 90% de la producción anual tiene por destino el mercado chino. Durante la temporada 2020/2021, Chile exportó 330 mil toneladas de cerezas a China, con ventas por sobre los US$1,2 mil millones.
Que Taiwán haya anunciado la decisión de construir submarinos convencionales para su marina, con un primer prototipo programado para septiembre del 2023, junto a la aprobación desde Washington DC desde el 2017 al presente año, que le permite adquirir armamento de origen estadounidense por un valor estimado en más de US$18 mil millones, incluyendo 108 tanques M1A2AT Abrahms, 40 piezas de artillería M-109 A6, misiles antiaéreos Patriot y aviones de combate F-16V, no debe ser tomado a la ligera dentro de una necesaria evaluación sobre lo que se está desplegando en aquella área del planeta, teniendo además sobre la mesa los pronunciamientos acerca de la isla de parte del presidente Joe Biden y del secretario de Estado Antony Blinken.
Lo anterior se une a las declaraciones por parte del jefe del comando conjunto estadounidense, general Mark A. Milley, sobre un “posible momento Sputnik” (en alusión a lo sorpresivo que fue el lanzamiento del primer satélite artificial por la entonces Unión Soviética, en octubre de 1957), al referirse a las pruebas de sistemas de misiles hipersónicos de origen chino, capaces de desplazarse evadiendo radares y sistemas de alerta temprano, alcanzando velocidades sobre Mach 5 o más de 6.100 kilómetros por hora (no solo por parte de Beijing sino también por Rusia, y algunas fallidas hace algunos días por los Estados Unidos). Ello, en tiempos en que muchos en el Asia Pacífico (¿o es Indo-Pacífico?) están digiriendo la decisión de Canberra, Londres y Washington DC, sobre conformar el AUKUS, con todo lo que ello bien puede traer consigo para la arquitectura de seguridad que dichas capitales apuntan a desplegar en áreas tales como el Mar del Sur de China, el sudeste asiático, entre otras.
Los sobrevuelos de aparatos de combate chinos sobre espacio de control aéreo taiwanés, japonés, malasio y vietnamita, más la incapacidad de negociadores de alto nivel de Beijing y Nueva Delhi de llegar a reducir tensiones en la frontera sino-india (a la fecha, ambas partes llevan más de una docena de reuniones de alto nivel bilateral en el último año y medio, sin aún tener señales certeras de una desmovilización de fuerzas militares de ambas partes, emplazadas próximas a la Línea de Control Efectivo, estando fresco en la memoria el crudo enfrentamiento mano a mano en junio del año pasado en el valle de Galwán, a más de 4.200 metros de altura), se unen a acontecimientos en otros escenarios aéreos y espaciales, terrestres y marítimos (como, por ejemplo, los avances en la construcción, en un astillero en Shanghái, de un tercer portaaviones para la marina del Ejército Popular de Liberación, el tipo-003, de más de 300 metros de eslora o largo) y, también, del ciberespacio, que se están desplegando ante nosotros y el mundo.
Ahora bien, no vaya a ser que tengamos que afrontar más pronto que tarde nuestros propios «momentos Sputnik», teniendo que ya haber evaluado todo lo acontecido a nuestro alrededor (somos un país que no está aislado del resto del planeta, menos aún del Pacífico), teniendo pensados e identificados los posibles cursos de acción que nos permitirán abordar de manera inteligente, flexible y veloz, escenarios en donde Chile sí tiene intereses concretos, en que la paz y la estabilidad nos son imprescindibles.