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La «generación dorada» de la política chilena va por el gobierno Opinión

La «generación dorada» de la política chilena va por el gobierno

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Andrés Cabrera
Por : Andrés Cabrera Doctor (c) en Sociología, Goldsmiths, University of London. Director del Instituto de Filosofía Social y Crítica Política.
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«Condenamos las violaciones a los DDHH en Nicaragua, Chile y cualquier parte del mundo. Gabriel Boric será nuestro Pdte. y él será quien defina la política exterior del gob. de Apruebo Dignidad”., expresó Camila Vallejo en Twitter. Las juventudes comunistas apoyaron de inmediato a Vallejo, lo mismo que a diputada Carol Cariola, la convencional Bárbara Sepúlveda, la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, la diputada Carmen Hertz, y la candidata a senadora, Claudia Pascual. Es precisamente en este punto donde se revela la “tragedia” y “gerontocracia” comunista representada en la figura de Guillermo Tellier. En el momento de mayor acumulación de poder real y electoral del PC en toda la postdictadura, no serán ellos los que conducirán el proceso político que nace en Chile, sino las nuevas generaciones formadas al interior del partido. La “generación dorada” de la política chilena, aquella que emergió liderando el movimiento estudiantil hace casi exactamente una década, hoy se apresta a disputar las elecciones más polarizadas de la postdictadura, y existen buenas probabilidades de que esta “generación dorada” conquiste el gobierno de Chile en el tránsito de una coyuntura crítica para la historia del país. 


Ya que el fantasma del comunismo recorre como un espectro la agenda de los medios, bien vale recordar algunos aportes del destacado militante e intelectual italiano, Antonio Gramsci, a fin de analizar bajo dicho prisma la última polémica surgida al interior de Apruebo Dignidad a raíz de la grave situación política que afecta a Nicaragua.

Comencemos entonces por lo primero. 

Una de las citas más repetidas durante el último tiempo para caracterizar los momentos de crisis que atraviesan las sociedades se atribuye a Antonio Gramsci, quien escribió en 1930: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

La poética cita contenida en uno de los tantos pasajes que componen los famosos Cuadernos de la cárcel es el núcleo central de un párrafo algo más extenso, y que por tanto contiene un antes y un después. Considerar el conjunto del pasaje puede otorgarnos valiosas pistas para caracterizar adecuadamente el momento político que vivimos.

Lo que Gramsci escribe justo antes de la famosa cita es lo siguiente: “El aspecto de la crisis moderna que es lamentado como ‘oleada de materialismo’ está vinculada a lo que se llama ‘crisis de autoridad’. Si la clase dominante ha perdido el consenso, o sea, si no es ya ‘dirigente’, sino únicamente ‘dominante’, detentadora de la fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han apartado de las ideologías tradicionales, no creen ya en lo que antes creían, etcétera”.

En Chile, no hay duda de que el Estallido de Octubre del 2019 es el evento que notifica la crisis de hegemonía de los sectores dirigentes basado en una ruptura radical entre las grandes mayorías y sus representantes políticos. Y mientras la derecha en el gobierno y las principales instituciones del Estado pierden legitimidad, la primera intensifica el carácter coactivo del Estado a fin de restaurar el orden perdido, volviendo el recurso del Estado de excepción permanente. El proceso constituyente, como sabemos, es la principal y casi exclusiva respuesta institucional para intentar canalizar la energía desatada.

Ahora bien, ¿qué es lo que entonces afirma Gramsci inmediatamente después de la citada frase que caracteriza a la crisis como aquel tránsito en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo aún no nace?

“A este parágrafo –prosigue Gramsci– deben vincularse algunas observaciones hechas sobre la llamada ‘cuestión de los jóvenes’ determinada por la ‘crisis de autoridad’ de las viejas generaciones dirigentes y por el impedimento mecánico que obstruye el desempeño de su misión a aquellos que podrían dirigir”.

Volvamos nuevamente a Chile para observar cómo el impasse originado al interior del conglomerado Apruebo Dignidad a raíz del caso Nicaragua revela esta contradicción fundamental, en donde el impedimento mecánico de las antiguas dirigencias partidarias obstruye el desempeño de la misión dirigente de las nuevas generaciones… siempre y cuando estas últimas no asuman una posición más ofensiva y demuestren que ya acumulan la fuerza suficiente como para dirigir las instancias partidarias.

Veamos nuevamente la secuencia de eventos políticos esta última semana para alcanzar una mejor comprensión de cómo fue decantando la resolución del conflicto en torno a Nicaragua y al interior de Apruebo Dignidad, y lo que esto políticamente significa.

Las elecciones presidenciales en el país centroamericano fueron el domingo 7 de noviembre. Ese mismo día, el candidato Gabriel Boric había tuiteado: “No tengo duda que la puesta en escena de Ortega-Murillo en Nicaragua es una farsa y no cumple con los estándares básicos para ser una elección legítima”.

A primeras horas de la mañana del lunes 8, el gobierno y la cancillería comandada por Andrés Allamand lanzaron el “anzuelo” y desconocieron la legitimidad de las elecciones en Nicaragua. 

El libreto de las “dictaduras latinoamericanas como arma arrojadiza” en contra de las candidaturas de izquierda había sido explotado en otras ocasiones, tal como sucedió con la irrupción de las protestas en Cuba el domingo 11 de julio pasado, a solo una semana de realizarse las primarias presidenciales en Chile, las cuales dejaron en una posición incómoda al representante del PC, Daniel Jadue. 

La apuesta esta vez tenía el objetivo de torpedear la posición expectante del candidato Gabriel Boric, si es que el tema Nicaragua lograba generar una fisura entre las posiciones del presidenciable y sus aliados del PC al interior de Apruebo Dignidad.

Cuando las repercusiones en torno al caso Nicaragua perecían haberse agotado dentro de la discusión política nacional, aparece el día jueves una “Declaración pública en rechazo a la decisión del gobierno de Piñera de desconocer las elecciones soberanas de Nicaragua” publicada en el medio El Clarín de Chile y firmada, entre otros, por el Partido Comunista y algunas organizaciones de la izquierda rupturista como el Partido Igualdad, Movimiento del Socialismo Allendista, Izquierda Libertaria, Ukamau y Movimiento de Pobladores en Lucha.

Es así como el viernes 12 la presión de los medios se depositaría en el candidato presidencial de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, quien daría, al igual que el domingo 7, una respuesta contundente. A las 9.22 escribía en Twitter: “En nuestro gobierno el compromiso con la democracia y los derechos humanos será total, sin respaldos de ningún tipo a dictaduras y autocracias, moleste a quien moleste. Nicaragua necesita democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución a opositores”. 

Hasta ese momento, el impasse repetía el clásico patrón en el que comienzan a aumentar los decibeles de la disputa. Sin embargo, una hora más tarde, la evolución de los hechos no sólo dejaría en offside el libreto que la derecha pretendía explotar ad-portas de la contienda electoral, sino que también, promovería una coyuntura idónea para visibilizar las nuevas relaciones de poder que han decantado al interior del Partido Comunista, y que tienen en su componente generacional –tal como destacaba Gramsci– un aspecto decisivo y fundamental.

A las 10.48, era el presidente del partido y actual candidato a senador por la región Metropolitana, Guillermo Tellier, el primero de los militantes del PC en pronunciarse sobre la declaración utilizando la misma red social: “La política exterior en el gobierno de Apruebo Dignidad será responsabilidad de Gabriel Boric. El PC acatará, aunque se expresen diferencias. Pero en esta materia nuestro propósito es llegar al máximo de acuerdos, con disposición a discutir todos sus aspectos”.

Hasta ese momento, la declaración de Tellier lograba aclimatar las repercusiones del conflicto. Sin embargo, serían las declaraciones posteriores las que en definitiva revelarían el síntoma de las diferencias generacionales que se encuentran a la base del impasse

A las 11.56 de ese mismo viernes 12, la diputada y miembro del comando de Gabriel Boric, Camila Vallejo, otorga una respuesta categórica en Twitter: “esta declaración no fue discutida ni resuelta por la dirección colectiva del partido. Condenamos las violaciones a los DDHH en Nicaragua, Chile y cualquier parte del mundo. Gabriel Boric será nuestro Pdte. y él será quien defina la política exterior del gob. de Apruebo Dignidad”. 

Las juventudes comunistas apoyarían en minutos el pronunciamiento expresado por Vallejo, así como también, lo haría la diputada Carol Cariola, la convencional Bárbara Sepúlveda, la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, la diputada Carmen Hertz, y la candidata a senadora, Claudia Pascual, entre las figuras del partido más representativas. 

Y es precisamente en este punto donde se revela la “tragedia” y, al mismo tiempo, virtud de la “gerontocracia” comunista representada en la figura de Guillermo Tellier. En el momento de mayor acumulación de poder real y electoral del PC en toda la postdictadura, no serán ellos los que conducirán el proceso político que nace en Chile, sino las nuevas generaciones formadas al interior del partido.

Y esto habla muy bien de la capacidad de renovación partidaria que ha tenido el comunismo chileno, sobre todo, a partir de la emblemática generación de mujeres comunistas y feministas que han surgido tras la muerte de Gladis Marín el 2005 y especialmente durante la última década, siendo la más representativa de ellas, Camila Vallejo, pieza fundamental dentro de un eventual gobierno de Gabriel Boric.

¿Puede algún otro partido de antaño ostentar tamaña renovación de sus cuadros políticos? Difícilmente.

La “generación dorada” de la política chilena, aquella que emergió liderando el movimiento estudiantil hace casi exactamente una década, hoy se apresta a disputar las elecciones más polarizadas de la postdictadura, y existen buenas probabilidades de que esta “generación dorada” conquiste el gobierno de Chile en el tránsito de una coyuntura crítica para la historia del país. 

Los comicios del próximo domingo darán alguna pista de si este panorama tiende a consolidarse electoralmente en el tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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