Ambos nacieron cuando ya era un estigma ser de esa población. Cuando estaban creciendo, la policía invadió sus calles y desde entonces está instalada en medio de sus pasajes. Hoy Alexandra y José son trabajadores sociales en Fundación La Caleta, una ONG donde los niños juegan, mientras afuera traficantes y policías se enfrentan a balazos.
Alexandra Espinosa tiene 25 años; José Villanueva, 26. Los dos son nacidos y criados en La Legua, y se conocieron cuando chicos en La Caleta, una ONG que funciona en el corazón de su población y donde se hacen talleres para niños. Antes, la fundación acogía a chicos inhaladores de neoprén. Ahora se dedican exclusivamente a los pequeños que a diario ven la droga y el narco al lado de sus juguetes.
Para llegar a la fundación, que está en la esquina de Jorge Canning y Juegos Infantiles, los dos tienen que caminar al lado de las tanquetas de Carabineros que se paran en las esquinas de la población, vigilando los callejones peligrosos de La Legua. En esos pasajes viven ellos. La oenegé queda en el límite de La Emergencia y para llegar allí se debe atravesar la población completa.
–Imagínate, como a los diez años vi a mi primer muerto –dice José–. Me acuerdo que estábamos jugando a la pelota cuando empezaron a tirar balazos, todos nos tiramos al piso pero un vecino no alcanzó y le impactó una “bala loca” en la cabeza. Fue súper fuerte, nadie te prepara para ver sesos o pedazos de cráneo tirados en el piso cuando eres chico.
Antes había algunos pistoleros, recuerda José, que les advertían antes de que pasara algo: “Ya, mijito, éntrese porque vamos a disparar”. El hecho de avisar los convertía en buenos. Hoy no anuncian, y tiran balazos a diestra y siniestra. “Los códigos han cambiado en La Legua, ya nadie avisa, vivimos en una población donde cada uno se salva solo. Es súper triste”.
En el 2001, el Gobierno de Ricardo Lagos realizó la primera intervención policial en La Legua. En el marco del programa Barrio Seguro (2001-2007), la población comenzó a vivir bajo el permanente control de Carabineros en varios puntos fijos. Pero la violencia continuó. Desde entonces, la policía sigue ahí, estacionada en sus alrededores o en vehículos blindados, en las calles. Eso, cuando Alexandra tenía 10 y José 11 años. Lo que han vivido se parece más a una guerra con fuerzas de ocupación que a un barrio normal.
–Yo crecí sin creerles nada a los pacos, nunca sentí que nos cuidaban –explica Alexandra–. Tengo rabia, siempre nos vieron a todos como narcotraficantes, mirando por encima del hombro. De hecho, cuando el GOPE entraba a reventar una casa, nosotros jugábamos a “Viene el GOPE”, un juego donde el niño que no alcanzaba a subirse a una reja o vereda, perdía o se quemaba. Era un juego porque el GOPE entraba cada cinco minutos a mi pasaje.
Muchos de los niños que conocieron en el colegio o la fundación hoy están consumiendo en la calle, presos o muertos. “La mayoría no tiene opción, es un tema cultural, así que siguen la misma vida de sus familias, la del narco o del pistolero, pero eso no quita que sean mis vecinos o mis compañeros de colegio. Es complejo, nadie nace narco o pistolero”, continúa Alexandra.
Actualmente los niños de La Legua se encuentran lidiando con el hambre, el narcotráfico y el coronavirus. Esto se ve reflejado en los resultados de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional, Casen, de 2017 y 2020 (en pandemia); la crisis sanitaria ha desmejorado aún más las condiciones de las niños, niñas y adolescentes que viven en pobreza y vulnerabilidad. Tanto, que se habla de “una crisis sin precedentes en el país y focalizada en los hogares más vulnerables”. En la encuesta de 2017, cerca de un millón de niños y adolescentes vivían en condiciones de pobreza multidimensional y, en la segunda, “la pobreza extrema por ingresos afectó en mayor medida a la niñez y a la infancia”. De hecho, la pobreza por ingresos llegó a 703 mil niños, y la extrema a 264 mil.
–En esto hay que incluir una mirada de género, porque es diferente crecer como hombre que como mujer en La Legua Emergencia. En el caso de los niños es más fácil caer en el manejo de las armas, en la violencia o en la venta de droga, pero en el caso de las niñas lo único que queda es encerrarse en la casa, cuidar a los niños es la única aspiración. Eso o terminar vendiéndose. Hay compañeras del colegio de mi hermana chica que ya ejercen el comercio sexual. Como la droga la manejan los hombres, las mujeres transan su cuerpo, que es lo único que tienen –explica Alexandra.
-¿Cómo se combate lo que ya se considera “cultura narco”?
-Educando y restituyendo derechos humanos. ¿Es normal que tú salgas de la población y te revisen? Tampoco es normal abrir la puerta de tu casa y ver un blindado, una micro llena de carabineros o un zorrillo. La mayoría de los niños de la fundación tienen familiares presos. Y la delincuencia organizada está consciente de que los niños no van a ir a la cárcel, no van a pisar un centro penitenciario, y los usa.
José participa en La Caleta desde los 12 años, llegó porque en su barrio no tenía dónde jugar a la pelota tranquilo. Hoy es un trabajador social que lucha por los derechos de la niñez en La Legua. “Yo sigo acá porque quiero devolverle la mano a La Caleta, porque crecer en un lugar así no es fácil. Para ir al colegio teníamos que atravesar las balaceras o rodear la población, no tenemos acceso a internet. Mira, lo difícil no es salir de La Legua en la mañana, lo difícil es entrar en la tarde, después del trabajo o del liceo. Imagínate el estrés de ser papá en La Emergencia”, dice.
-¿Nunca te has querido ir?
-Esto es algo que he conversado mucho con la Alexandra. Por un lado, no queremos abandonar nuestra comunidad, acá hay gente espectacular, pero, por otro, necesitamos un descanso de tanta violencia. Imagino cómo debe ser vivir en la “normalidad” y pienso que también merezco un tiempo de eso.
Personajes como La Reina del Sur, El Señor de los Cielos o Pablo Escobar se han hecho famosos en la sociedad chilena a partir de la difusión de sus “hazañas” en novelas, series televisivas o películas. Tanto así que hoy se habla de narcocultura. “Esa es una de las trampas que tiene mayor impacto en los jóvenes”, considera José.
-¿Qué sueños tienen los niños de La Caleta?
-Es difícil, acá los niños no tienen muchos sueños, la mayoría repite patrones, ellos ven a los narcos como “héroes” o “padrinos”, hay chicos que incluso te dicen que quieren ser traficantes. Eso es preocupante.
Hace pocos días Hogar de Cristo presentó el estudio “Nacer y crecer en pobreza y vulnerabilidad», que da cuenta de cómo en Chile se transgreden los derechos de cerca de un millón de niñas, niños y adolescentes, aumentado la posibilidad de perpetuar la pobreza en sus vidas.
En el estudio se explica que existen etapas vitales claves para el desarrollo físico, cognitivo, social y emocional de las personas, las denominadas “ventanas de oportunidad”. La más importante es la fase prenatal, que va desde la concepción al nacimiento, donde la salud, alimentación y protección de la madre son claves para un desarrollo oportuno del hijo. Además, incluye los primeros tres años de vida, en los que el cerebro se desarrolla rápidamente y la alimentación, protección y estimulación receptiva desde una interacción cariñosa y lúdica son esenciales para el desarrollo del niño. Se habla de los primeros mil días de vida, para abarcar este período que marca la existencia.
-¿Cómo los narcos convierten a niños tan pequeños en soldados?
-Hay una cultura muy fuerte alrededor de la figura del narco, existe casi una veneración por ese estilo de vida. El poder de las armas, del dinero, de la adrenalina de esa vida, es una promesa muy fuerte para jóvenes que viven marginados. Hablamos de niños que han crecido en barrios sin redes de apoyo, donde el “padrino” narco es muchas veces el benefactor de la familia, les compran zapatillas, les pagan cuentas. ¿Cómo le dices que no a eso?
José y Alexandra se pasan toda la tarde en La Caleta. Cuando salen, acompañados de sus niños, caminan hasta sus casas. Van entre los grupos que se colocan en esquinas y cunetas. Son raros en las calles de La Legua a esa hora. Parecen extranjeros en su propia tierra.