No es cierto que Chile esté politizado, la sociedad chilena está fracturada, hay una parte politizada, polarizada, mientras la gran mayoría mira con desdén lo que no comprende, una profunda decadencia de la política. Por Dios que esta elección presidencial ha dado evidencia de esa decadencia, profundizando la brecha. Son los politizados los que protagonizan la reforma y la contrarreforma, profundizando la distancia con los que no creen nada, que es la mitad del país. No habrá triunfo que celebrar este domingo, pero alguien “ganará” la elección porque tendrá más votos. Piñera tuvo 2.4 millones en primera vuelta el 2017 (36,6%), Guillier 1.4 (22.7%), ahí tienen números para mirar el domingo. Esta elección ha fracasado como elección de cambio de época, es más bien la última elección de la vieja época, donde la mitad del país no dice lo que piensa. Es el puente a la nueva época incluso si gana Kast, lo que precipitaría los cambios quizá con una segunda revolución. Habremos sido incapaces de convocar al “pueblo”, ese con el cual todos se llenan la boca. La nueva época es aquella donde seamos capaces de hacerlo.
Chile tuvo un estallido social que movilizó a la sociedad en su conjunto con una demanda de cambio casi unánime donde solo una minoría se oponía. Eso quedó plasmado en el plebiscito que inició el camino a la Nueva Constitución con un rotundo 80/20 a favor en octubre 2020
La pandemia y las múltiples crisis que han envuelto a la sociedad chilena desde el estallido han producido una espera larga de dos años donde nada de lo solicitado ha sucedido. Por el momento, todo lo que la gente ve es una Convención Constitucional donde lo único que aparece en los medios de comunicación son hechos negativos y no ve una Nueva Constitución.
Ella, la Nueva Constitución como fuente de esperanza, comienza a disiparse, por la cantidad de tiempo que pasa, porque hemos tenido elección tras elección sin contar con el entusiasmo de la población por participar, y porque enfrentamos una elección presidencial donde no está presente. En la elección de mayo 2021, el público en general, el votante chileno, no entendió lo que estaba pasando y un 57% se quedó en la casa sin ir a votar. El Estado, el Gobierno, no se tomó la molestia de alertar al chileno que había elección y sin información nadie vota. También se puede suponer que al Gobierno, que había estado en contra de una Nueva Constitución, no le convenía que se eligiera una convención con gran participación ciudadana, porque eso legitimaba la Nueva Constitución. Se les olvidó calcular que, para elegir a sus representantes, necesitaban suficientes votantes.
La humanidad ha aumentado de manera exponencial sus grados de libertad en las últimas décadas. Las democracias que comenzaron siendo 49, ahora son más de 114. Es cierto que hay retroceso en varias de ellas, pero si incluso regalamos todas esas al autoritarismo y la autocracia, todavía se sostiene la frase respecto a que nunca antes tantos habían tenido tantas libertades como ahora.
La presión por libertad que trae consigo la demanda de igualdad es imparable, esta solo ha aumentado en las últimas décadas. No en vano se grita cada vez que alguien la pierde, se patalea, se acusa, se condena. Antes la libertad se perdía y había demasiado silencio. Ese silencio se acabó.
En Chile se produce esta presión por libertad e igualdad de manera simultánea, y después de un estallido, más allá de las mayorías circunstanciales de las votaciones, que entregan visiones parciales de las aspiraciones de los chilenos, ya que no olvidemos que la mitad no vota, la demanda por más libertad (de elegir su destino, determinar su propio futuro) y la consecuente demanda de igualdad (ante la ley, ante las oportunidades) es imparable.
Al igual que en el mundo, cuando la expansión y la presión por libertad es tan fuerte, se producen retrocesos a medida que pasa el tiempo y no se ven los cambios, los que tienen menos recursos culturales para comprender la complejidad de la redacción de una Nueva Constitución, se impacientan y eligen ofertas de corto plazo. El populismo de los retiros de los fondos de pensiones cambia la conversación del pueblo chileno, porque diluye hacia el futuro la expansión y consolidación de los derechos y trae al presente el acceso rápido a un efectivo no esperado de los propios fondos. Se transan derechos por bienes presentes y consumo.
El tiempo que toma la redacción de la Nueva Constitución juega en su contra.
La agenda informativa logra instalar la idea de que la Convención Constitucional no cumple su tarea a cabalidad. El Gobierno gana en la batalla de caminar a un rechazo en el plebiscito de salida con más del 20% que obtuvo en 2020.
El resultado es un retroceso en la demanda de cambio. Mientras en octubre de 2020 un 80% aprueba el cambio, en octubre 2021, un 25% dice estar arrepentido de haberlo hecho. Es decir, hoy hay solo un 60% que aprueba la idea de la Nueva Constitución. La votación de la elección presidencial refleja esa nueva realidad.
A la reforma le sigue la contrarreforma. No olvidemos que tanto Danton como Robespierre terminaron en la guillotina muy pocos años después de la toma de la Bastilla, finalizando la revolución con el 18 de Brumario y la llegada de Napoleón. El 18 de octubre fue la toma de la Bastilla chilena, también tenemos un Rojas Vade y una Lista del Pueblo destruidos en 60 días después de haber asumido sus cargos, por el mismo pueblo que los levantó. “El pueblo” pierde la autoridad moral de su revolución muy poco después de haber ganado.
La elección presidencial decide quién será el Napoleón de este proceso, acaso se restituye la monarquía (el pasado incólume) o bien se instala una república. Las similitudes entre ambos procesos son solo simbólicas, pero obedecen a las etapas de un proceso revolucionario que se cumplen con cierto ritual.
Kast es la contrarreforma, él simboliza los valores del pasado que se desean en el presente. Es un acertijo sin solución porque el votante no puede elegir “restituir” lo que le gusta sin, al mismo tiempo, “retroceder” a una situación donde nada cambia, y de la cual quiere salir.
Esta campaña electoral ha sido extremadamente deficiente, en traslucir las restituciones, los retrocesos, el statu quo, de los contrarreformistas que quieren caminar a un “rechazo” en el plebiscito de salida. Al mismo tiempo los “reformistas”, como dice Maquiavelo, se quedan “solos”, porque al final, terminan siendo “incomprendidos” por sus pares y sus propios seguidores, entonces los seguidores comienzan a abandonar.
No estamos hablando del futuro en esta campaña presidencial, sino del presente que ya casi es pasado, es el día de hoy en la mañana, cuando estamos ya en la tarde.
El país no decide entre dos personas, sino que decide si quiere cambio o no. El cambio es brutalmente incierto e imperfecto. La renovación de la política viene con grandes monstruos: Karina Oliva representa la esencia de un monstruo, como dice Gramsci, simboliza la negación del cambio entre los que intentan liderar el mismo. De la misma manera que la ausencia de cambio viene con una mochila casi imposible de acarrear, que son los valores del fascismo. Es paradójico que le haya tocado a una mujer ser el símbolo de los monstruos de Gramsci, porque la paridad de mujer, uno de los símbolos del cambio, la llevó a esa posición. Sin paridad ella no estaría donde está. Es decir, que en el cambio de época en la profundidad de la crisis de la política, los monstruos atacan simultáneamente muchos símbolos.
Si gana Boric la presidencial, e instala una Segunda República con una nueva época, será como el imperio de Napoleón, muy probablemente con muchos de los símbolos del pasado, pero desarmando los callejones oscuros del Medioevo para dar paso a las grandes avenidas, donde no es posible esconder otra revolución. Se habrán equivocado los pregoneros de los desastres, porque esa república necesitará el centro para gobernar que vendrá con su mochila de demandas. El programa de Boric será el puente entre las dos épocas, que intentan luchar contra los monstruos que quieran entrar a la nueva época: la corrupción, el nepotismo, el abuso de poder.
El famoso “pueblo” que todos se jactan de representar, no existe. Lo que existe es una sociedad fracturada que requiere de reparación, cariño, comunidad, “demos”. Esos lazos que unen a los seres humanos que los hacen convivir en paz el uno con el otro, las “ligaduras” como dice Dahrendorf. Una democracia sin “demos” no existe, esta requiere de una comunidad, un pueblo, una sociedad. La “ligadura” es la confianza de que el “otro” no intentara hacer el “mal”.
Si gana Kast, se intentará “recuperar” el tiempo de la prepandemia, el preestallido. Un mundo donde no habrá delincuencia y no habrá violencia, ni desorden. En ese mundo quedarán pendientes las demandas de la revolución. Seguramente con un gran desempeño macroeconómico, Chile recuperará su imagen de país líder en manejo económico, pero no logra parar las protestas de la mitad de la población que no tendrá los beneficios del crecimiento económico. Es como elegir quedarse con esto que tenemos ahora, con crecientes grados de anarquía. ¿Kast simboliza una vuelta a la monarquía prerrevolución?
La elección presidencial chilena es una consecuencia de la crisis de la política, donde los partidos han quedado sobrepasados por la gente que hace rato manda por encima de las instituciones. Un país sin organización política no puede funcionar. Habría que preguntarse hasta qué punto los dirigentes sociales logran “conducir” sus masas, o bien si acaso están también sobrepasados por ellas. Una sociedad sin organización que encauce las demandas no puede funcionar. “La” gente ya no la manda nadie.
La pregunta es: ¿existen hoy esas organizaciones que puedan encauzar las demandas y presentarlas? ¿O no sabemos cuáles son esas demandas porque la mitad no vota?
Parisi, el candidato ausente, ¿recogerá los votos de la ex “Lista del Pueblo”? La rabia contra el poder que se sirve a sí mismo. ¿Puede Parisi sacar del sopor a unos pocos de los que no votan? Lo notable de Parisi es que en los estudios cualitativos es calificado bipolarmente, como perteneciendo a la izquierda por unos, y a la derecha por otros.
Sí, hay muchas muchas cosas que se han hecho mal, pero ni el pueblo es ángel ni los políticos son demonios, ni la renovación es pura. La caída de la “Lista del pueblo”, el caso de Karina Oliva, muestra la profundidad de la crisis, donde no parece que las etiquetas calzan. Todo parece más bien gris, no blanco y negro.
La actuación del Fiscal Nacional, Jorge Abbott, resume lo sucedido en Chile en los últimos 10 años y que lleva al estallido social. Él aplica la mayor de las desigualdades ante la ley, al actuar con una celeridad de película de Hollywood contra Karina Oliva y su partido, dos días antes de la elección presidencial, mientras a alcaldes y exalcaldes acusados, como el ministro del Interior, no les pasa nada. Esa desigualdad valórica-ideológica, que está altamente relacionada con el grado de poder que tiene el acusado –en este caso Karina Oliva carece de poder alguno, mientras el ministro del Interior goza de todo el poder–, determina las acciones de la Fiscalía. Al alcalde de Vitacura, conspicuo miembro de la elite de Gobierno, ¿se demoraron cuanto en allanar su casa? Claramente no al día siguiente de las denuncias. ¿Y los otros alcaldes acusados, han allanado sus casas?
¿Cuál de los candidatos presidenciales puede, está dispuesto, quiere cambiar eso? ¿Qué el día de mañana alguien en el Estado pueda tomar preso al mismo candidato que promueva la igualdad ante la ley? Maquiavelo dice que eso no sucede. Ningún reformador se reforma a sí mismo.
Una sociedad no puede “salirse” de su herencia histórica, así como tampoco de la herencia de sus valores religiosos. Fukuyama argumenta que la baja confianza de una sociedad la pone en una difícil situación de competencia versus sociedades donde hay altos niveles de confianza en ello. Cuál de los candidatos, líderes chilenos, es capaz de comenzar a caminar por el cambio de esa dificultad milenaria: la desconfianza. Esa es la reforma desconocida que nadie demanda, pero la única relevante. Esa desconfianza que lleva a la crisis de representación donde la mitad no vota, que no está polarizada, sino despolitizada.
No es cierto que Chile esté politizado, la sociedad chilena está fracturada, hay una parte politizada, polarizada, mientras la gran mayoría mira con desdén lo que no comprende, una profunda decadencia de la política. Por Dios que esta elección presidencial ha dado evidencia de esa decadencia, profundizando la brecha. Son los politizados los que protagonizan la reforma y la contrarreforma, profundizando la distancia con los que no creen nada, que es la mitad del país.
No habrá triunfo que celebrar este domingo, pero alguien “ganará” la elección porque tendrá más votos. Piñera tuvo 2.4 millones en primera vuelta el 2017 (36,6%), Guillier 1.4 (22.7%), ahí tienen números para mirar el domingo. Esta elección ha fracasado como elección de cambio de época, es más bien la última elección de la vieja época, donde la mitad del país no dice lo que piensa. Es el puente a la nueva época incluso si gana Kast, lo que precipitaría los cambios quizá con una segunda revolución.
Habremos sido incapaces de convocar al “pueblo”, ese con el cual todos se llenan la boca. La nueva época es aquella donde seamos capaces de hacerlo.