Para llegar al texto de una nueva Constitución, todos tendremos que movernos algo de nuestras posiciones originarias. Esa es la única manera de conectar y enlazar con las de los demás. Aquí no se trata de que cada grupo permanezca fiel solo a sí mismo para cobrar la “recompensa” de mostrarlo más adelante como un logro, sin haber sido fiel al propósito de la Convención. Claro que hay extremos que nunca lograrán entenderse, aunque es preciso evitar que esos extremos bloqueen la posibilidad de llegar a 2/3. Todos aceptamos que las mayorías prevalezcan sobre las minorías, pero no que estas lo hagan con aquellas. En enero tendremos que elegir nuevo presidente(a) y vicepresidente(a) de la Convención, una buena ocasión para que, ese mismo día, tuviéramos una jornada de reflexión y aprendizaje. Algo así se propuso ya a la mesa hace algunas semanas y el momento en que ella será renovada puede ser el más adecuado para nuestro propio autoexamen.
La proximidad del fin de año es siempre propicia para los balances, sean estos personales o colectivos.
Un balance no es sino un conjunto de apreciaciones comparativas acerca de algo para prever su evolución y mejorar el curso de esta. Entonces, es perfectamente posible hacer un balance de la Convención Constitucional. Este no podrá ser nunca exhaustivo, aunque sí considerar los principales logros y avizorar lo que cabe hacer en los meses que le restan de trabajo –apenas siete– para llegar a cumplir su cometido. Un balance que incluya autocrítica, por cierto, porque si la complacencia adormece, la crítica y la autocrítica movilizan.
Después de tres meses, la Convención consiguió aprobar sus normas de funcionamiento interno, si bien repartidas en cinco reglamentos, algo que importa porque podría augurar algo negativo para las siete comisiones temáticas que están trabajando ya hace algunas semanas, mas no directamente en normas constitucionales, sino en la necesaria escucha de organizaciones sociales, especialistas, y habitantes comunes y corrientes de nuestro país. No digo que vayamos a tener ahora siete Constituciones, pero sin la debida y constante articulación y no solo coordinación entre las comisiones, esa que no hubo cuando los reglamentos, correremos otra vez el riesgo de la dispersión. Se han tomado medidas para evitar esto último, pero el riesgo de la disgregación, y aun de la apropiación de los temas en estudio por cada comisión, está siempre presente. En esto la mesa tendrá que tomar fuerte el timón, así como las coordinaciones de las distintas comisiones, para llevar adelante una gestión eficaz que reduzca ese riesgo. De articular se trata ahora, no solo de coordinar. Cada comisión tiene coordinadores, pero estos han de articularse unos con otros.
Nuestro cronograma incluye salidas territoriales de la Convención en pleno, de sus comisiones temáticas, y de los propios constituyentes, en este último caso una semana cada mes, algo que deberíamos revisar con un sentido de mayor realismo. Esas actividades, valiosas en términos de participación, tomarán un tiempo apreciable que afectará el trabajo de discusión y aprobación de normas constitucionales. Si a causa de ellas retrasamos o no cumpliéramos con nuestro cometido, la ciudadanía no aceptará la explicación de que calculamos mal el tiempo que debíamos estar en terreno. Por lo demás, ¿no venimos prestando oídos a la base social del país desde nuestras campañas como constituyentes, a las que se suman las audiencias públicas que estamos teniendo y las tres semanas territoriales que completaremos este mes? Continuar con semanas territoriales a partir de enero restaría nada menos que 6 semanas al trabajo de presentación, discusión y aprobación de normas constitucionales, ya abierto también para recibir iniciativas populares de normas.
Entonces, ni la Convención ni los constituyentes estamos al debe en cuanto a escucha y participación popular, y tenemos ya una clara percepción de lo que cada sector del país espera de la nueva Constitución.
Nunca está de más recordar nuestros tres deberes principales: proponer al país el texto de una nueva Constitución, hacerlo por 2/3 y respetar el plazo máximo de un año que tenemos para eso, contado desde el 4 de julio de 2021. No serán fáciles los acuerdos, pero estamos obligados a llegar a ellos. No habrá aprobación del actual ni del futuro Congreso Nacional para que saquemos la pelota fuera de la cancha con plebiscitos dirimentes que la Convención no tiene competencia para convocar por sí misma. Tendremos que desatar nosotros mismos los nudos y no mandarlos a cortar por medio de plebiscitos intermedios. Los jugadores somos los constituyentes y lo que se espera de nosotros es que hagamos nuestro trabajo en equipo. Escuchamos al público que está en graderías, desde luego, y lo que ese público nos pide es que nos hagamos responsables del resultado. Un resultado que, si no es el esperado, no podremos echarle la culpa a nadie: ni al actual Gobierno, ni al futuro Gobierno, ni al Congreso, ni a los medios, ni al sistema, ni a la pandemia, y menos aún a los ciudadanos que apoyan nuestro trabajo, aunque ya con una cierta mirada de inquietud ante el escaso tiempo que nos queda.
Cada vez que en la vida nos vemos obligados a improvisar, echamos mano del verso que canta Serrat: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Pues bien, ya hicimos camino al andar en el caso de nuestros reglamentos, y lo que ahora toca es empezar a recorrer el claro y despejado camino que tenemos por delante.
Hemos dado que hablar, y eso no pocas veces, y lo que hacemos entonces es refugiamos en el cliché de que todo se trata de problemas comunicacionales o, peor aún, de una conspiración de ciertos medios. En esto nos parecemos a los gobiernos que se valen siempre del mismo tópico: su único problema es comunicacional u obra de una siniestra prensa opositora. En esto, y no es lo único, en la Convención estamos lejos de inaugurar una nueva forma de hacer política. Porque, claro, hacer una Constitución es hacer política, pero no común, no la política de cada día, sino una que tiene que ver con los valores, principios y reglas de la ley fundamental de un país. ¿Acaso hacer política para un objetivo tan alto como ese no exige de nosotros mucho más que lo que se pide y espera de los políticos, partidos y colectivos, que lo único que hacen todos los días es disputar por el poder?
En una Convención cuya edad promedio es 45 años, hay muchas figuras políticas del futuro que se interesarán por cargos públicos. Enhorabuena por eso, aunque con la prevención de que, de ser ese el caso, se evite el exhibicionismo a como dé lugar. La que tiene que lucir es la Convención y no cada uno de nosotros y, para ello, es necesario cuidar siempre el lenguaje, y no me refiero solo al que emplearemos en las normas constitucionales, sino a aquel de que nos valemos para relacionarnos unos con otros y con los medios. No hay nadie que se salve de la incontinencia verbal producida por la pandemia, pero deberíamos ser más comedidos a la hora de pedir la palabra y evitar repetirse siempre los mismos. Igualmente, término del ping-pong moral en que nos sumimos a veces, con acusaciones cruzadas de estar faltando a la ética, transformándose cada grupo en comisario moral de su adversario. El excesivo fervor ético es siempre peligroso, especialmente cuando se lo practica con maniqueísmo, doble estándar o desde una autoasignada superioridad moral.
Otro punto es este: con indiscutible derecho a expresar públicamente nuestras preferencias en relación con la elección del domingo 19, pienso que no deberíamos involucrarnos activamente en la campaña de ninguno de los candidatos. Sabemos que nuestro trabajo no se limita a las sesiones oficiales de la Convención y sus comisiones, y que incluye estudios, conversaciones, lecturas y reuniones sábados, domingos y festivos.
Para llegar al texto de una nueva Constitución, todos tendremos que movernos algo de nuestras posiciones originarias. Esa es la única manera de conectar y enlazar con las de los demás. Aquí no se trata de que cada grupo permanezca fiel solo a sí mismo para cobrar la “recompensa” de mostrarlo más adelante como un logro, sin haber sido fiel al propósito de la Convención. Claro que hay extremos que nunca lograrán entenderse, aunque es preciso evitar que esos extremos bloqueen la posibilidad de llegar a 2/3. Todos aceptamos que las mayorías prevalezcan sobre las minorías, pero no que estas lo hagan con aquellas.
En enero tendremos que elegir nuevo presidente(a) y vicepresidente(a) de la Convención, una buena ocasión para que, ese mismo día, tuviéramos una jornada de reflexión y aprendizaje. Algo así se propuso ya a la mesa hace algunas semanas y el momento en que ella será renovada puede ser el más adecuado para nuestro propio autoexamen.