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El totalitarismo moderno a través del estado de excepción Opinión

El totalitarismo moderno a través del estado de excepción

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Andrés Cabrera
Por : Andrés Cabrera Doctorando en Sociología, Goldsmiths, University of London. Editor Otra Frecuencia Podcast.
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El problema de fondo de esta discusión sobre las libertades, que llegó a su punto cúlmine cuando en el debate radial del viernes último José Antonio Kast confirmó que buscará extender las facultades represivas del Presidente a todos los estados de excepción, es que “ya” nos encontramos en la cotidianeidad del Estado de excepción. Con Sebastián Piñera el Estado de excepción se ha vuelto forma de gobierno permanente. Y es en este sentido que Kast no solo es la continuidad del gobierno de Piñera, sino también la radicalización autoritaria de una derecha que, en la práctica, ha sobrevivido parapetada en el gobierno a punta de “excepcionalidad”. Ser hijo de un miembro del partido nazi no debiese ser un argumento válido para contrarrestar la posiciones políticas del adversario. Sí, en cambio, que los adversarios políticos promuevan fórmulas jurídicas que consolidan la dominación totalitaria, tal como sucedió con el régimen nazi.


Una de las estrategias que definió José Antonio Kast para los últimos días campaña fue intensificar su discurso en torno al eje de la violencia y el orden. 

El clímax de esta ofensiva estratégica se evidenció el viernes pasado en medio del debate radial, cuando José Antonio Kast, interpelado por el periodista Ramón Ulloa, ratificó un aspecto fundante de su programa, este es: profundizar el autoritarismo y restringir las libertades mediante la ampliación de las facultades del estado de excepción.

Identificando tal nodo conflictivo, Ulloa inquirió en el punto cúlmine de la discusión: “¿Usted quiere que el Presidente, que podría ser usted, sin invocar Estados de Excepción más restrictivos puede igualmente ordenar, interceptar, abrir documentos y toda clase de comunicaciones, y arrestar a personas en lugares distintos a cárceles?”.

-Así es, respondió categórico el candidato.

-¿Le parece bien eso?

-Sí.

-Arrestar a personas en lugares que no sean cárceles era lo que hacía la DINA y la CNI. 

-No. Estamos validando lo mismo que ya está en el estado de excepción y agregándoselos a otros estados de excepción.

Un día después del cruce en el debate radial, José Antonio Kast intentó matizar sus respuestas, indicando que “quizás no me pude explicar bien en lo que quería plantear, se ha prestado para malas interpretaciones”. Tras cartón, agregó que la aplicación de dichas facultades restrictivas, efectivamente “pueden ser desde el hogar de la persona, pero bajo el resguardo y la mirada atenta de la justicia”.

El problema de fondo de toda esta discusión, es que “ya” nos encontramos en la cotidianeidad del estado de excepción. Lo que hace Ulloa es simplemente despertarnos del letargo en el cual nos encontrábamos. 

Con Sebastián Piñera el estado de excepción se ha vuelto forma de gobierno permanente. Y es en este sentido que José Antonio Kast no solo es la continuidad del gobierno de Piñera, sino también la radicalización autoritaria de una derecha que, en la práctica, ha sobrevivido parapetada en el gobierno a punta de “excepcionalidad”. 

Antes de temer al fantasma de la “dictadura del proletariado”, debiésemos ser conscientes de que la “dictadura del estado de excepción” ya ha arribado y, con la derecha en el poder, pretende ampliarse e intensificarse.

Sebastián Piñera aplicó el estado de excepción de Emergencia el 18 de octubre. Por primera vez desde el fin de la dictadura los militares retornaron a las calles. Dos días después, el 20 de octubre, Piñera declaró la guerra a su propio pueblo. Posteriormente, el Mandatario aplicó el estado de excepción de Catástrofe para intentar contener el avance de la pandemia. La sociedad chilena soportó 18 meses la medida, desde el 18 de marzo del 2020 el 1 de octubre del 2021, viviendo en toque de queda permanente. No transcurrieron 15 días para que Sebastián Piñera nuevamente invocará el estado de excepción de Emergencia, esta vez para cuatro provincias del Biobío y La Araucanía (13 de octubre), la cual ha sido prorrogada sucesivamente con la venia del Congreso y se mantiene vigente en la actualidad.

La diferencia entre Sebastián Piñera y José Antonio Kast, es que el primero ha asumido el autoritarismo como la única forma plausible de seguir aferrado al poder frente a su comprobada incapacidad política, mientras el segundo ha mantenido inalterable su convicción autoritaria, forjada a temprana edad en el seno gremialista nucleado en torno a Jaime Guzmán.

La mayor prueba para ratificar esta tesis se encuentra, no en las propuestas programáticas insertas en la actual candidatura de J.A. Kast, sino en los ejes contenidos en su primera incursión presidencial del año 2017, entre los que proponía “la declaración de Estado de Emergencia en La Araucanía y envío de Fuerzas Militares para ejercer labores de vigilancia y control, liberando a las Fuerzas Policiales para la investigación y persecución de los delitos terroristas […] En uso de las facultades que confiere la Constitución al Presidente de la República, el día 11 de marzo de 2018 declararé Estado de Emergencia en la Región de La Araucanía” (punto 3, sección “Estado de derecho”).

Por aquellas “paradojas” de la historia, fue Piñera el que llevó a la práctica el programa de JAK. Y es sobre este “trampolín” que JAK y sus aliados de la derecha quieren extremar sus posiciones autoritarias.

Ser hijo de un miembro del partido nazi no debiese ser un argumento válido para contrarrestar la posiciones políticas del adversario. Sí, en cambio, que los adversarios políticos promuevan fórmulas jurídicas que consolidan la dominación totalitaria, tal como sucedió con el régimen nazi.

Si esto último parece un exabrupto interpretativo, recordemos brevemente el estudio de Giorgio Agamben, Homo Sacer II (2003), quien ofrece la más lúcida interpretación de cómo Hitler y el régimen nazi basan su consolidación política en la “perpetuación” del estado de excepción:

“Tómese el caso de Estado nazi. No bien Hitler toma el poder, proclama el 28 de febrero [de 1933] el Decreto para la protección del pueblo y del Estado, que suspende los artículos de la Constitución de Weimar concernientes a las libertades personales. El decreto no fue nunca revocado, de modo que todo el Tercer Reich puede ser considerado desde el punto de vista jurídico, como un estado de excepción que duró doce años.

«El totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no solo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación voluntaria de un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos, aún de aquellos así llamados democráticos”.

Despertar del letargo producido por un estado de excepción que se vuelve permanente es uno de los imperativos políticos del período. No por nada, uno de los filósofos perseguidos por el régimen nazi, Walter Benjamin, recordaba en sus “Tesis sobre el concepto de historia” (1940): “La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el ‘estado de excepción’ el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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