Publicidad
Fallece la viuda de Augusto Pinochet, Lucía Hiriart: la mujer más poderosa de la dictadura PAÍS

Fallece la viuda de Augusto Pinochet, Lucía Hiriart: la mujer más poderosa de la dictadura

Publicidad

A tres días de las elecciones más polarizadas desde el plebiscito de 1988, cuando el No triunfó ante el Sí, que buscaba mantener en el poder al dictador Augusto Pinochet, falleció durante la jornada de hoy su viuda, Lucía Hiriart, quien llegó a ser durante los 70 y 80 del pasado siglo la mujer más poderosa de la dictadura. Con este deceso comienza a cerrarse simbólicamente una de las etapas más oscuras de la historia reciente del país. En vida, «Doña Lucía» fue temida por el propio Pinochet y por cualquier funcionario que pudiera ser sorprendido en una relación fuera del matrimonio. Fanática de las cámaras, fue conocida también por dilapidar recursos en superficialidades. Amiga de Manuel Contreras, la esposa del general compartió con el jefe de la Dina el discurso más cruel hacia los opositores al régimen. Tras destaparse el caso Riggs y las cuentas secretas del dictador, Lucía Hiriart fue acusada de desviar recursos desde Cema Chile, entidad que acumuló numerosas propiedades y que controló sin contrapeso.


A la edad de 99 años, se confirmó el fallecimiento de la viuda del dictador Augusto Pinochet, Lucía Hiriart.

«Esta señora ha expresado las ideas de manera más directa que su marido. Cuando estabas con ellos, en alguna recepción, siempre que ella hablaba, él abandonaba su estilo campechano y callaba».

Estas palabras corresponden a Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, que antes del golpe de Estado de 1973 había compartido con Lucía Hiriart, esposa de un opaco y, hasta agosto de ese año, leal Augusto Pinochet, primero al mando de la guarnición de Santiago y, luego, comandante en Jefe del Ejército.

Lucía Hiriart Rodríguez tuvo una infancia y adolescencia acomodada como hija de Osvaldo Hiriart, parlamentario y exministro del Interior del Radical Juan Antonio Ríos. A los 20 años, en 1943, se casó con Augusto Pinochet. Pronto, comenzarían las quejas por un futuro que se veía poco esplendoroso al lado de un oficial del montón, como lo era Pinochet, destinado al norte del país.

A los pocos años, la situación para Lucía ya era insostenible. Vivían en una casa fiscal en Iquique y ella en esos tiempos gritaba «¡Milico!, ¡poca cosa!, nunca vamos a salir de este hoyo!», según cuenta la biografía publicada en 2013 por la periodista Alejandra Matus, el texto que mejor ahonda hasta ahora en la sicología de la ex primera dama.

La obsesión patológica por ascender y conseguir el reconocimiento de la clase alta, al que había renunciado casándose con Pinochet, fue el gran motivo para que en los días de septiembre de 1973 fuese ella la que despejara las dudas que su marido tenía de sumarse a la asonada militar del día 11.

«Noches previas al 11 de septiembre del 73 Pinochet dudaba si firmar su compromiso para sumarse al golpe. Para Lucía, que su marido fuese parte del ‘alzamiento’ significaría grandes posibilidades de hacerse un espacio dentro de las clases gobernantes del país. Sus intereses no se extinguían», contó Alejandra Matus con ocasión del lanzamiento de su libro Doña Lucía: La Biografía no autorizada.

«Ella fue importante para que Pinochet traicionara a sus camaradas, aceptando la muerte de gente cercana, la tortura de familiares y hasta el exilio de su propia prima. Por otro lado, Manuel Contreras fue el hábil, protector y manipulador del temor que ella tenía a que le pasaran la cuenta. Sin él se sentía vulnerable. Para ella fue inaceptable que Pinochet sacara a Contreras y se fue de la casa, dispuesta a romper su matrimonio», contó Matus,

En efecto, la casa de calle Presidente Errázuriz, que pertenecía a los comandantes en Jefe y era una casa más bien austera, ella se encargó de refaccionarla con boato, como el piso de mármol que mandó a instalar para reemplazar el de madera. Más de un autor coincide en que su visión «austera» cambió en 1975, después de que por primera vez viajara a Europa, a los funerales de Francisco Franco.

Volviendo a Contreras, Lucía Hiriart en más de una ocasión confesó su lealtad hacia el exjefe de la Dina. En 1978, cuando la presión de Estados Unidos era muy fuerte para extraditar a Contreras por el asesinato en Estados Unidos de Orlando Letelier, Pinochet llamó a retiro al oficial y este debía internarse como detenido en el Hospital Militar, cosa a la que por cierto se negó tajantemente.

Su hijo, Manuel Contreras Valdebenito, contó en su blog la intervención de Lucía Hiriart para destrabar la crisis. Ninguno de los generales, después de largas conversaciones, podía convencer a Contreras. El hijo del jefe de la Dina cuenta: «Primero habló con mi padre a solas y luego a toda la familia y nos dijo que no debíamos preocuparnos por nuestro padre, ya que ‘nada le pasaría y que al terminar el Proceso de Extradición, Augusto lo reintegraría al Ejército y le daría el mando de la VI División del Ejército’ (que está frente a Perú y que mi padre siempre la quiso). Una de mis hermanas le dijo qué pasaría conmigo, ya que ese año postulaba a la Escuela Militar y estos hechos me afectarían profundamente mi carrera militar, así como la vocación y doña Lucía le contestó con una evasiva, sonriendo y diciéndome que ‘tenía que ser fuerte’. Yo tenía 15 años». Contreras aceptó irse al hospital, pero, como se sabe, nunca fue reintegrado.

Sin Piedad

El poder de Lucía Hiriart se expresó también en un tácito pero estricto código moral que impuso a los militares de alto mando. «Se las arreglaba para descubrir a las que tenían o podían llegar a tener algo con Pinochet. Tenía de su parte a Contreras, quien le soplaba cosas, y a una suerte de equipo que la asesoraba, así como Pinochet contaba con otro que lo ayudaba en sus escapadas», contó la autora Patricia Lutz, coautora junto a Mónica Echeverría de Insaciables una novela basada en la pareja.

Una de sus víctimas fue el coronel Alberto Labbé Troncoso,  padre del exalcalde Cristian Labbé, que fue designado jefe comunal de Las Condes, pero que vio finalizada su carrera militar porque Hiriart lo descubrió en una relación extramarital con su secretaria. En otra ocasión, en 1979, durante la conmemoración de los 100 años de Antofagasta como territorio chileno, la entonces primera dama se vio eclipsada por Adriana Ortiz, la rubia esposa del intendente. Fue entonces cuando ordenó «¡Tráigame a los periodistas!». «¡Aquí, la última que habla soy yo! ¿Está claro?», les dijo a los reporteros.

Un episodio entre tantos que se han escrito sobre el temor que Lucía Hiriart inspiraba en su marido, aun siendo Presidente, se cuenta en una crónica del diario La Nación de 2002.

«Lucía Gevert, entonces una agraciada periodista, nombrada agregada de prensa en Alemania en noviembre de 1973 y luego embajadora en el mismo país, fue otra de las rivales –reales o imaginarias– de Lucía Hiriart. En una entrevista publicada en septiembre del año pasado en la revista Mujer contó lo ocurrido en una reunión de gabinete. ‘Yo estaba sentada a su lado y él se mostró como siempre: caballeroso y amable. De repente, su edecán entró y le susurró algo al oído. Él dijo: ‘Viene mi mujer. Y ustedes saben que donde manda capitán, no manda marinero. Así es que usted, Lucía, córrase para allá, y usted Carvajal, pásese para acá'».

Otra confesión es la que hizo Pinochet a su prima Mónica Madariaga, exministra de la dictadura. «Me decía (Pinochet) ‘yo me levanto de la cama, me meto al baño y me echa a patadas la puerta abajo. Me voy al sauna y me patea el sauna. Me meto a la piscina, me voy a la parte honda, salgo y quién crees que está esperándome, ella pues’. Y eso era para que echara a un ministro, para que cambiara un alcalde, etcétera».

Toda esta paranoia de celos tenía su sustento en 1957, cuando Pinochet, como mayor del Ejército, fue destinado a la embajada de Chile en Ecuador. Allí conoció a la pianista Piedad Noé, quien fue su amante y por la que estuvo a punto de terminar su matrimonio que ya tenía tres hijos. Incluso Avelina Ugarte viaja a Ecuador y aprueba la relación, fundamentalmente porque no soportaba a su nuera.

El rencor se mantuvo hasta el final. En 1998, con Pinochet detenido en Londres, según contó Patricia Lutz, Lucía Hiriart le decía a su marido: «¡Que no te pobreteen, Augusto! ¡No te olvides que la gente pisa a los fracasados! Le daba rabia verlo como estaba. No quería ser la esposa de un viejo”, explicó.

En otra ocasión, en los años 70, según cuenta el libro La Familia, de Claudia Farfán y Fernando Vega, «a mediados de los años 70, un ministro que almorzaba con ellos en Cerro Castillo quedó desconcertado al escucharla (a Lucía) desautorizar a Pinochet con el ácido comentario: ‘¡Qué sabes tú de economía!’, cuando este debatía sobre el valor del dólar. El gobernante le respondió ruborizado: ‘Algo sé’, y siguió hablando y comiendo (…). Pinochet jamás contradecía a su mujer en público. Si no estaba de acuerdo callaba y apartaba su mirada».

«Sería más dura que mi marido» 

En 1984, año de protestas y fuerte resistencia a la dictadura, Lucía Hiriart –fanática de los micrófonos– declaraba: «Si yo fuera jefa de gobierno, sería mucho más dura que mi marido. ¡Tendría en estado de sitio a Chile entero!». Luego declaraba: «Miren cómo nos estamos perjudicando ahora por culpa de los terroristas. En estos momentos hay cortes de luz. Sin energía eléctrica no pueden funcionar los locales comerciales, las peluquerías» .

Después, en julio de 1986 cuando una patrulla militar quemó vivos a los jóvenes Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana, la mujer del dictador se despachó una «perla»: «Para qué se queja tanto esta niña, si se quemó tan poco», dijo a la prensa.

Si alguna vez Pinochet dudó en aplicar medidas extremas contra los opositores a la dictadura, fue su mujer quien lo convenció de no titubear. Siempre mantuvo el discurso de que el país estaba «en guerra».

Los negocios

Lucía Hiriart también tuvo su ejército, representado por las miles de mujeres de las organizaciones de voluntariado que tomó a su cargo a partir de 1973, y que dirigía desde su oficina en el piso 17 del entonces edificio Diego Portales. Especialmente Cema Chile, organización a partir de la cual incluso pensó en formar un partido político que apoyara a la dictadura durante el plebiscito.

Cema había sido fundada por la esposa del Presidente Eduardo Frei Montalva, en 1964, para enseñar oficios a mujeres de escasos recursos, luego mantenida por Hortensia Bussi de Allende y posteriormente por Lucía Hiriart de Pinochet, quien –como se ha revelado en los últimos meses– continuó haciendo traspasos irregulares de las propiedades que fueron donadas por el Estado a la institución, generando millones de pesos para su patrimonio. Hiriart arregló los estatutos para ser presidenta «a perpetuidad» y, según cálculos recientes, se deshizo de propiedades avaluadas en $6.300 millones que estaban en poder de Cema.

Publicidad

Tendencias