Gabriel Boric ha demostrado con creces sus aptitudes de liderazgo político, asumiendo sus propias tensiones y contradicciones, y las dificultades inherentes al ejercicio del cargo de Presidente de la República; lo que queda por saber es si podrá hacer frente a las tensiones y contradicciones al interior de su propia coalición política, la del Apruebo Dignidad, o la que pudiera resultar de las conversaciones en días venideros. La conformación del gabinete y las iniciativas legislativas y de políticas públicas que se sucedan desde marzo, nos darán pistas sobre las preguntas anteriores. Sabido es que las elecciones se escriben en poesía y los gobiernos en prosa, lo que no sabemos es hasta qué punto la deriva socialdemocratizadora del Presidente electo, que lo condujo al triunfo en la segunda vuelta electoral, encontrará eco al interior de su propia coalición.
Con su triunfo en la segunda vuelta, Gabriel Boric, el Presidente electo, ya ha logrado trascender las fronteras de su propia coalición política. Queda por verse cómo hará frente en los próximos meses y años a las tensiones que de seguro existirán con los partidos del Apruebo Dignidad, compuesto por el Partido Comunista y los partidos del Frente Amplio. Ya ha conquistado el Gobierno, queda por delante la gran tarea de asegurar la gobernabilidad. Más específicamente, queda por verse si la socialdemocratización –no se me ocurre un término más adecuado– de la segunda vuelta, encabezada por el propio candidato y base de su triunfo electoral, encontrará eco al interior de su propia coalición.
La primera prueba estará constituida por la recepción en dicha coalición del documento “Un crecimiento sostenible y equitativo para el corto y mediano plazo”, de 7 carillas, y el “Acuerdo de implementación económica”, de 18 carillas, entregados por el Comité Asesor Económico de la candidatura de Gabriel Boric. El líder de la izquierda ha sido claro en que esos documentos reflejan su propia postura como candidato. ¿Debemos suponer que el PC y los partidos del Frente Amplio hacen igualmente suyos ambos documentos sobre contenidos programáticos, gradualidad y responsabilidad fiscal? Porque lo que está claro es que ambos documentos entran en tensión con las 229 páginas del “Programa de gobierno del Apruebo Dignidad”. No debemos olvidar que, en los días siguientes a la primera vuelta electoral, mientras el candidato Boric decía “por supuesto que vamos a hacer modificaciones (al programa), si no, ¿para qué uno habla?”, el presidente del PC, Guillermo Teillier, decía que “no hay tiempo para ir a discutir un nuevo programa, eso no va a ser así, para que quede claro”, añadiendo que “hay un programa de Apruebo Dignidad y ese es el programa”. ¿Cuál de estas versiones terminará por imponerse?
Algunos analistas se han preguntado si ese movimiento hacia el centro, la moderación y la socialdemocracia fue un movimiento táctico, de tipo electoral, o si surge desde las propias convicciones. El candidato de la izquierda ha sido claro en señalar que esas definiciones responden a sus propias convicciones. A ambos documentos les ha colocado el timbre “Boric Presidente”. ¿Qué piensan el PC y los partidos del Frente Amplio? A decir verdad, la pregunta es mucho más de fondo. Lo que está en juego es si en definitiva prevalecerá el “populismo de izquierda” –de cuya defensa se encargan Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, a todas luces dos de los principales teóricos del Frente Amplio– que está presente en el ADN del Apruebo Dignidad, o la socialdemocracia que está presente en la segunda vuelta electoral y en los dos documentos del Comité Económico Asesor de la candidatura de Boric (este último dijo en el último debate que no lo incomodaba el término “socialdemócrata” para definir ambos documentos). Lo que está por verse es si prevalecerá el afán refundacional que ha caracterizado al PC y partidos del Frente Amplio, o la impronta reformista que está presente en los aludidos documentos y en la segunda vuelta electoral. En una entrevista en días pasados, el diputado Gonzalo Winter, de Convergencia Social, dijo que el Gobierno de Boric sería reformista, y no refundacional, y que el programa era de corte socialdemócrata; ¿esa declaración recoge el consenso al interior del Apruebo Dignidad?
Lo que está claro es que a Gabriel Boric –y me imagino que a su equipo– le tomó menos de 24 horas imprimirle un giro a su campaña, tras llegar segundo en primera vuelta frente a José Antonio Kast. Eso es lo que hacen los verdaderos líderes, en situaciones como esa; si no, pregúntenle a Ricardo Lagos, en 1999, con el giro desde el Crecimiento con Igualdad de la primera vuelta, de la mano de Carlos Ominami, al Crecimiento con Equidad de la segunda vuelta, de la mano de Soledad Alvear y Eugenio Tironi.
Lo que vino después ya lo sabemos: el lunes en la noche anunció en una entrevista en La Red que no habría libertad para los presos políticos de la revuelta que hubiesen cometido delitos; Izkia Siches asumió la conducción de la campaña, recorriendo Chile en el Bus de la Esperanza tras el objetivo de golpear un millón de puertas; al poco andar se incorporaron un puñado de destacados economistas de corte socialdemócrata, con un potente argumento en favor de la responsabilidad fiscal, mientras que Eugenio Tironi instalaba un relato sobre la (real o supuesta) reconciliación de esta nueva generación con la de sus padres –me vino a la mente la acertada imagen que en años pasados instaló Bachelet de que los dirigentes del Frente Amplio eran los hijos de la Concertación–; así, en cuestión de días vinieron los encuentros y abrazos entre Gabriel Boric, Carmen Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, junto con destacar los méritos y los avances de los gobiernos de la Concertación y sus principales líderes (en la carta que dirigió a la Democracia Cristiana ofreció sus excusas por una cierta “arrogancia generacional”).
¿Y el PC y los dirigentes del Frente Amplio donde estuvieron? En ninguna parte, sencillamente, sus partidos y dirigentes fueron guardados en un cajón. Los dimes y diretes de la primera semana con Guillermo Teillier y Daniel Jadue hacían aconsejable una nueva composición de escena, tras la captura del voto moderado, de centro (que es el que decide las elecciones en el balotaje). Solo habría un gran vocero de la campaña: Gabriel Boric mismo, quien tomó personalmente las riendas de su campaña y demostró que está para cosas grandes.
¿Y las frases tales o cuales que pronunció en tal o cual momento y que sacaban ronchas en la antigua dirigencia de la ex Concertación? Eso era parte del pasado. Boric enterró su pasado –y sus propias tensiones y contradicciones– en el mismo momento en que suscribió el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución el 15 de noviembre de 2019. Ese fue el momento de su consagración como líder indiscutido del Frente Amplio. Fue el equivalente al dedo de Lagos y el tanque de Bachelet. Y es que así se forjan y se consagran los liderazgos: a punta de audacia. Luego vino la primaria del Frente Amplio, con un mal programa y un aire juvenil de renovación y cambio puso en su lugar a Daniel Jadue y el PC, a pesar de las ventajas que las encuestas mostraban en favor de aquél.
¿Y el resto de las fuerzas progresistas? Ese mismo día domingo, a la luz de los resultados de la primera vuelta, el PS y el PPD le dieron su apoyo –también lo hizo Paula Narváez, quien había desaparecido del escenario político tras su derrota con Yasna Provoste en la consulta ciudadana–. En los días siguientes se sumaron los apoyos del Partido Liberal, Nuevo Trato, el PRSD y, el fin de semana siguiente, la DC le dio su apoyo “sin condiciones” al candidato de la izquierda, a pesar de que en la noche de la elección Carmen Frei dijo que no darían (no daríamos) un “cheque en blanco” a nadie. Lo cierto es que en pocos días el candidato de la izquierda tenía todo el apoyo de la oposición, mientras los dirigentes de Evópoli y la centroderecha hacían grandes esfuerzos por ordenar sus filas en torno al candidato de la derecha.
Lo de Boric no es una súbita conversión, ni menos renegar de su propio pasado. Tendrá que administrar, procesar y digerir sus propias tensiones, consigo mismo y con su propia historia, pero en clave de futuro y no de pasado. Ha sabido reconocer sus errores, incluso pedir perdón y, sobre todo, enmendar y rectificar (como en la segunda vuelta). No es poca cosa para un joven líder de 35 años, el más joven Presidente electo de la historia de Chile. Lo que hay es una evolución y un proceso de maduración para él y para quienes condujeron el movimiento estudiantil, en 2011, como Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Karol Cariola, la generación del recambio. Luego vino la etapa de las elecciones parlamentarias, de asumir funciones de Estado, hasta que el estallido social volvió a trasladar la política a la calle. “Evasión masiva, desobediencia civil y renuncia de Piñera”, gritaban los jóvenes dirigentes del PC y el Frente Amplio hasta desembocar en el proceso constituyente, ahora con un pie en la Convención y otro pie en la calle.
El 18/10 y el 12/11 apareció en todo su esplendor la vía insurreccional, mientras el país estaba en llamas, y el 15/10 y 15/11 se abrió paso la vía institucional. Y fue ese escenario, de tensión entre la vía insurreccional y la vía institucional, el que empieza a plantear las tensiones entre Boric y su propia coalición, la del PC y el Frente Amplio. El liderazgo político del nuevo líder de la izquierda quedó plasmado con su firma en el Acuerdo del 15/11 en el mismo momento en que su propio partido, Convergencia Social, le quitaba el piso: firmó solo, como persona natural. Su partido volvió a quitarle el piso en otro momento importante: el del miércoles aquel, en que Paula Narváez, el PS, el PPD y Nuevo Trato iban a golpear la puerta del PC y el Frente Amplio para ir juntos a una primaria legal. A pesar de que Boric y Revolución Democrática estaban abiertos a la idea, Convergencia Social le volvió a quitar el piso, mientras que Daniel Jadue y el PC hacían lo propio. La frase no es mía sino de Paula Narváez, esa misma tarde, ante toda la prensa y todo el país: “El PC y el Frente Amplio no son garantía de gobernabilidad”.
Una parte de esta ecuación es la manera en que el PC y los partidos del Frente Amplio han legitimado la violencia en los últimos dos años. ¿Cómo va a asumir –o no va a asumir– la coalición Apruebo Dignidad la definición sociológica del Estado como el monopolio del uso legítimo de la fuerza enfrentada a los problemas de orden público que todo Gobierno tiene que encarar? ¿Cómo va a encarar el problema de la privatización de la violencia que pasa por el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia en La Araucanía, hasta el punto que en algunos lugares del país se empieza a hablar de “Estado fallido”? ¿Va a llamar acaso a no “criminalizar la protesta social” cuando Carabineros tenga que reprimir barricadas, destrucción de la propiedad pública o privada y atentados contra la seguridad de las personas o el orden público, cumpliendo órdenes del ministro o ministra del Interior? ¿O va a protestar la coalición de Gobierno cuando el Presidente Boric –quien ya ha dicho que va a aplicar la ley– decida declarar un estado de excepción constitucional en La Araucanía, bajo la consigna de “no militarizar el Wallmapu”? Se pueden gritar consignas en la calle, pero escasamente se puede gobernar sobre la base de ellas.
¿Y en qué estado quedan las definiciones del PC en su reciente XXVI Congreso, concluido en diciembre de 2020, en torno a la tesis de la “ruptura democrática y constitucional”, que incluye, en las palabras del presidente del partido en la clausura de dicho Congreso, “rodear con la movilización de masas a la Convención Constitucional”? Se dirá que hasta ahora no ha sido necesario, pero aún quedan siete meses para la clausura del trabajo de la Convención. ¿Y qué pasa con las evidentes fisuras que han tenido lugar al interior de dicho cuerpo colegiado entre el PC y el Frente Amplio, hasta el punto que el convencional Patricio Fernández afirma que “al interior de la Convención no existe el Apruebo Dignidad”? ¿Se irán a reproducir esas fisuras o tensiones al interior del Gobierno o en el propio gabinete?
Hablo de hechos concretos de los últimos dos años, de los partidos del Apruebo Dignidad, del PC y del Frente Amplio, de los dichos de sus dirigentes enfrentados a diversas coyunturas críticas.
Concluida la elección presidencial es lo más probable que los partidos y dirigentes de los partidos de izquierda reaparezcan en escena, concluida la etapa de la hibernación. Sin duda que estará el argumento del liderazgo político de Gabriel Boric, un argumento contundente bajo cualquier punto de vista, lo que es particularmente relevante bajo un sistema presidencial. ¿Y cómo se gobierna una coalición política que da cuenta de estas tensiones internas? ¿Será cosa de incorporar al polo del “socialismo democrático” (PS, PPD, PRSD y PL) que por estos días ha declarado que negociarán en conjunto, para el caso de ser invitados? ¿Irán a ser invitados? En estos días el expresidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, ha dicho que el PS no debiera ingresar al Gobierno de Boric y el Apruebo Dignidad. ¿Y qué pasará con la DC, que ya acordó en su Junta Nacional que no ingresará al Gobierno (aunque las declaraciones de su presidenta nacional en la noche de la segunda vuelta relativizan esta definición)? ¿Y cómo se gobierna cuando habrá 21 partidos representados en el Parlamento (hoy son “solo” 15)?
Todo eso supone una coalición de gobierno que esté lo suficientemente cohesionada y que sepa cerrar filas con el Presidente de la República. ¿Acaso habrá que recordar que al Presidente Allende su propio partido le quitó el piso, en un escenario de cogobierno de los partidos donde al gabinete se accedía por cuoteo? Y qué decir de un escenario de restricción fiscal y de una economía sobrecalentada como la que existirá en 2022, con un candidato que ya se ha comprometido a respetar el recorte de un 22% del presupuesto para el próximo año, mientras se tramitan en el Parlamento los proyectos sobre reforma tributaria y pensiones. ¿Cuál será el Edgardo Boeninger, hombre o mujer, que sea capaz de ordenar el cuadro con los partidos y parlamentarios, de Gobierno y oposición, en este cuadro de ajuste fiscal –como el de 1990, por lo demás–, dispersión política y fragmentación partidaria?
Gabriel Boric ha demostrado con creces sus aptitudes de liderazgo político, asumiendo sus propias tensiones y contradicciones, y las dificultades inherentes al ejercicio del cargo de Presidente de la República; lo que queda por saber es si podrá hacer frente a las tensiones y contradicciones al interior de su propia coalición política, la del Apruebo Dignidad, o la que pudiera resultar de las conversaciones en días venideros.
La conformación del gabinete y las iniciativas legislativas y de políticas públicas que se sucedan desde marzo, nos darán pistas sobre las preguntas anteriores. Sabido es que las elecciones se escriben en poesía y los gobiernos en prosa, lo que no sabemos es hasta qué punto la deriva socialdemocratizadora del Presidente electo, que lo condujo al triunfo en la segunda vuelta electoral, encontrará eco al interior de su propia coalición.