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Nuestro futuro común Opinión Crédito: https://www.chileconvencion.cl/

Nuestro futuro común

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Liliana Galdámez Zelada
Por : Liliana Galdámez Zelada Investigadora del Centro de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile
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Todas las verdades se tocan en el proceso constituyente, los anhelos y esperanzas, los nuevos desafíos por la búsqueda de un mejor país. Es la esperanza lo que nos debe animar para comprender el trabajo y los discursos de las personas que hemos elegido para concretar nuestra futura Constitución, que –no olvidemos– se debate en el siglo XXI. Llegará el momento de los acuerdos, lo virtuoso es que todos los sistemas dialoguen desde la complejidad que caracteriza a estos tiempos y reconociendo la responsabilidad que tenemos con presentes y futuras generaciones.


Pensar, debatir y acordar sobre presente y futuro en el proceso constituyente es un desafío mayor. Conceptos acuñados apenas hace unos años, como el desarrollo sostenible, la denominación “recursos naturales”, cuando nos referimos al cobre, litio o petróleo, hoy están en disputa porque se cuestiona su consistencia, vaguedad y su carácter antropocéntrico.

El informe del Club de Roma de 1972, «Los límites al crecimiento» (Meadows et al.) adelantaba una necesaria reflexión a propósito del curso de la humanidad: “Es esencial que nos percatemos de las restricciones cuantitativas del medio ambiente mundial y de las trágicas consecuencias que tendría una extralimitación, a fin de iniciar nuevas formas de pensamiento”.

Más adelante, el informe «Nuestro futuro común», de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas (1987) –con el que titulo esta columna–,  impulsaba con mayor consistencia la idea de los límites: “El concepto de desarrollo duradero implica límites –no límites absolutos, sino limitaciones que imponen a las recursos del medio ambiente el estado actual de la tecnología y de la organización social y la capacidad de la biósfera de absorber los efectos de las actividades humanas”.

Así, se instala como paradigma del final del siglo XX la idea del desarrollo sostenible y, posteriormente, ante la falta de rendimiento concreto de esta noción, porque no existe una equivalencia entre la literatura y los impactos de la actividad humana en el entorno, pasamos hoy a hablar de sostenibilidad, de bienes comunes.

En pleno siglo XXI, Cortes del mundo y de nuestra región reconocen la existencia de derechos de la naturaleza. La Corte Constitucional de Colombia agrega que “una Constitución Ecológica protege el interés superior del medio ambiente y su disfrute por las comunidades humanas” (Sentencia T-622/16).

[cita tipo=»destaque»]Tiempos de intensidad, con lo público ocupando nuestras vidas, preocupaciones e ilusiones, marcan los debates sobre nuestra futura Constitución. El poder constituyente habla desde la diversidad y los paradigmas de nuestro tiempo, por eso aparece el decrecimiento, el debate sobre el agua, el cambio climático, los derechos de la naturaleza, las contribuciones de la naturaleza al bienestar de las personas, los territorios, donde se vivencia la inequidad, que se reproduce, cómo no, en la protección de la naturaleza y la biodiversidad.[/cita]

Un informe reciente e imprescindible, Estado de Derecho Ambiental (2019), elaborado por ONU Medio Ambiente, afirma que, aunque las leyes ambientales se han multiplicado por 38 desde 1972, “la incapacidad de aplicar y hacer cumplir plenamente las regulaciones es uno de los mayores desafíos para mitigar el cambio climático, reducir la contaminación o detener la pérdida generalizada de especies y hábitats”. Y sobre los problemas ambientales que se evidencian en el mundo, otro informe, el GO6 de ONU Medio Ambiente (2019) identifica, entre otros, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, escasez hídrica y la debilidad regulatoria.

Rodeando todo lo anterior, el Premio Nobel de Química, Paul J. Crutzen (2010), identifica una nueva era geológica, el Antropoceno, que refleja el impacto del ser humano sobre la Tierra y cuyo contenido se debate entre una significación cultural y geológica.

El Derecho también viene dialogando y construyendo categorías que puedan enfrentar el siglo que vivimos. El Código Civil chileno de 1856 (art. 545) señala lo siguiente: “Se llama persona jurídica una persona ficticia, capaz de ejercer derechos y contraer obligaciones civiles, y de ser representada judicial y extrajudicialmente”. En este punto, decía hace un tiempo Ramiro Ávila, a propósito del reconocimiento de los derechos de la naturaleza en la Constitución del Ecuador, si las personas jurídicas tienen existencia y pueden contraer obligaciones y derechos, ¿por qué no podríamos reflexionar en esa dirección respecto de la naturaleza?

En cuanto al agua, de la que dependen todas las vidas, los derechos de aprovechamiento de aguas, que reconoció de manera inédita el constituyente de la dictadura, plantean desafíos enormes para el presente y futuro, ¿les heredaremos problemas como los que arrastramos desde el siglo XIX?

Tiempos de intensidad, con lo público ocupando nuestras vidas, preocupaciones e ilusiones, marcan los debates sobre nuestra futura Constitución. El poder constituyente habla desde la diversidad y los paradigmas de nuestro tiempo, por eso aparece el decrecimiento, el debate sobre el agua, el cambio climático, los derechos de la naturaleza, las contribuciones de la naturaleza al bienestar de las personas, los territorios, donde se vivencia la inequidad, que se reproduce, cómo no, en la protección de la naturaleza y la biodiversidad.

En el discurso inaugural de la Universidad de Chile, decía Andrés Bello que “todas las verdades se tocan (…). Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (…), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen”.

Todas las verdades se tocan en el proceso constituyente, los anhelos y esperanzas, los nuevos desafíos por la búsqueda de un mejor país. Es la esperanza lo que nos debe animar para comprender el trabajo y los discursos de las personas que hemos elegido para concretar nuestra futura Constitución, que –no olvidemos– se debate en el siglo XXI. Llegará el momento de los acuerdos, lo virtuoso es que todos los sistemas dialoguen desde la complejidad que caracteriza a estos tiempos y reconociendo la responsabilidad que tenemos con presentes y futuras generaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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