Bajo el liderazgo del Presidente Gabriel Boric, el Gobierno de Apruebo Dignidad podría convertir a Chile en un agente proactivo en América Latina, que en una posible articulación con los gobiernos de López Obrador en México, Fernández en Argentina y, eventualmente, Lula en Brasil, podría contribuir al restablecimiento o creación de plataformas para el diálogo latinoamericano o sudamericano (según el caso), tanto para aportar en la solución de crisis internas como frente a disputas entre diferentes Estados o problemáticas comunes. El trabajo en conjunto, sin cerrazón ideológica, es la única forma de responder concretamente a problemáticas comunes. Los desafíos son enormes y las urgencias apremiantes. El tiempo de coaliciones como Prosur o el Grupo de Lima ha terminado. Avanzar con unidad en la diversidad debe ser el nuevo punto de partida para nuestra política exterior.
Sorpresa generó la rechazada invitación que la administración Piñera le hizo al Presidente electo Gabriel Boric, para que acompañara a la delegación chilena en la cumbre de Prosur que se celebrará en Colombia a mediados de enero y que el Mandatario electo respondió negativamente, acusando que «Prosur es un agenda del Gobierno».
Prosur surge en enero de 2019 por iniciativa de los presidentes Sebastián Piñera e Iván Duque, como una coalición ideológica con el objetivo no declarado de confrontar al bloque bolivariano liderado por Venezuela y organizado en el ALBA. No es coincidencia que, tras el anuncio de su establecimiento, tuviera lugar uno de los fiascos más grandes de la política exterior chilena y latinoamericana: la operación de Cúcuta. Y si bien se vanagloria de ser una plataforma flexible y más práctica que otros espacios, como CELAC o la debilitada Unasur, lo cierto es que Prosur no se ha anotado ningún logro relevante para Chile en sus casi tres años de existencia, más que intentar satisfacer sin éxito los caprichos de “liderazgo internacional” del Presidente Piñera. De esta forma, nuestra participación ahí no puede entenderse como “política de Estado”.
Debido a ello, creemos que Chile debería abandonar el club ideológico de Prosur, al existir ya otras plataformas que nos vinculan con algunos de sus miembros en ámbitos concretos, como la misma Alianza del Pacífico, y, al mismo tiempo, impulsar la reestructuración de instituciones sudamericanas comunes que mitiguen la fractura ideológica de nuestra región. Una propuesta para la venidera administración de Gabriel Boric es superar esta lógica de coaliciones ideológicas y volver a impulsar la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), cuya acta constitutiva fue firmada en mayo de 2008 con la participación, en ese entonces, de todos los Estados.
A pocos meses de su fundación, y bajo la presidencia pro tempore de Michelle Bachelet, Unasur fue capaz de articular una posición unificada en defensa de la democracia boliviana, evitando el quiebre institucional y el peligro de guerra civil al que se enfrentaba entonces el Gobierno de Evo Morales; una respuesta similar se adoptó frente a la insurrección policial en Ecuador de 2010. Este fue el mejor momento del organismo, que planteó la creación de instituciones comunes, como el Consejo de Defensa Sudamericano y el Banco del Sur, que, sin embargo, solo quedaron como declaraciones de intención.
Paulatinamente, la organización se fue debilitando en un escenario marcado por el agravamiento de la crisis venezolana y la polarización regional que conllevó, con el surgimiento de coaliciones ideológicas como Prosur y el Grupo de Lima. En abril de 2018, varios gobiernos (incluido el chileno) suspendieron su participación en Unasur y, luego, comenzaron a retirarse hasta quedar solo Bolivia, Venezuela, Guyana y Surinam. Otro golpe fue la clausura de la sede oficial de Unasur en Quito, que solo alcanzó a funcionar cuatro años.
Sin embargo, el posible regreso de Lula da Silva a la presidencia de Brasil, con las elecciones de octubre de 2022, abre una interesante ventana de oportunidad para restablecer Unasur. En una entrevista reciente a la agencia Télam, el líder brasileño afirmó que, de volver al Gobierno, plantea reimpulsar “el Banco del Sur, el Consejo de Defensa de Sudamérica, crear nuevas instituciones y otros mecanismos que no dependan del Gobierno porque es necesario separar, en lo internacional, el rol del Estado del Gobierno”. Acertadamente, Lula reiteró la necesidad de que Sudamérica sea capaz de articularse como un bloque autónomo, capaz de dialogar en mejores condiciones y resistir las presiones de grandes potencias o bloques globales.
En una acción impulsada de manera conjunta con un Brasil renovado, la Presidencia de Gabriel Boric en Chile podría impulsar nuevamente el restablecimiento de Unasur como espacio regional para el encuentro y el diálogo político entre todos los gobiernos de la región, superando las coaliciones y bloques ideológicos, como Prosur y ALBA, que no tienen capacidad de procesar sus diferencias, precisamente por cortar los canales de interacción entre sus estados miembros.
Un espacio como Unasur podría ser ideal para acordar una gestión coordinada de la crisis migratoria venezolana, o para establecer estrategias de trabajo conjunto para la reconstrucción económica y social post-COVID-19, la crisis climática, el narcotráfico y el crimen organizado transnacional. Esta posible rearticulación y fortalecimiento de Unasur no implicaría el abandono o debilitamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) sino que deben verse como espacios complementarios.
Bajo el liderazgo del Presidente Gabriel Boric, el Gobierno de Apruebo Dignidad podría convertir a Chile en un agente proactivo en América Latina, que en una posible articulación con los gobiernos de López Obrador en México, Fernández en Argentina y, eventualmente, Lula en Brasil, podría contribuir al restablecimiento o creación de plataformas para el diálogo latinoamericano o sudamericano (según el caso), tanto para aportar en la solución de crisis internas como frente a disputas entre diferentes Estados o problemáticas comunes.
El trabajo en conjunto, sin cerrazón ideológica, es la única forma de responder concretamente a problemáticas comunes. Los desafíos son enormes y las urgencias apremiantes. El tiempo de coaliciones como Prosur o el Grupo de Lima ha terminado. Avanzar con unidad en la diversidad debe ser el nuevo punto de partida para nuestra política exterior.