Está claro que la manera adecuada de lidiar con COVID-19 debe expandirse, creativa y originalmente, más allá del uso de vacunas y de respiradores, y que se debe mejorar drásticamente la comunicación de riesgo y la educación de la población y, también, profundizar el sistema de TTA (testeo, trazabilidad y aislamiento). Además de incorporar, democrática y activamente, a las comunidades y a la ciencia en el desarrollo e implementación de soluciones integrales a este complejo problema biológico, social y económico.
En la saga adversa y letal de la evolución de la epidemia de COVID-19, en menos de tres semanas (desde mediados de diciembre de 2021) el país ha transitado del paraíso en el cual el virus estaba prácticamente controlado y desapareciendo, como lo afirmaban las satisfechas e impunes declaraciones de la autoridad sanitaria y las aseveraciones de un abigarrado espectro de autoproclamados expertos y presuntos especialistas, a un infierno trágico de claro descalabro epidemiológico; demostrado esto por la cifras concretas, pero probablemente parciales, de vertiginosamente ascendentes nuevas infecciones. Los risueños pronunciamientos de mediados de diciembre, carentes de toda racionalidad y de sustento científico, eran amplificados y sacramentados por una prensa desatinadamente llamada seria, que más que investigar y develar la verdad y la realidad, repetía y repite, como cotorra carente de toda crítica, las infundadas y peligrosas aseveraciones de las autoridades y de algunos llamados especialistas.
Esta danza desorientadora, de contenidos de mejoría epidemiológica y de pseudociencia, que impregnaban este irresponsable mensaje, indicaba que en diciembre el virus estaba en franca retirada y que, por lo tanto, disminuía bastante el riego de infección. Su resultado ha sido acabar con una población totalmente confundida e inerme frente al esperable resurgimiento de la infección viral mediada por la variante ómicron, y las peligrosas consecuencias de esta para la mayoría de la población, vacunada y sin vacunar.
En las semanas en que se aseguraba con imprudente e ignorante desparpajo el control de las infecciones por COVID-19, existía ya evidencia epidemiológica y microbiológica clara de la alta infecciosidad de la variante ómicron y de su entrada al país. También de su habilidad para superar parcialmente la inmunidad conferida por prácticamente todas las vacunas y provocar aumentos sostenidos de nuevas infecciones y desafíos enormes a los servicios de salud y a su agotado y sacrificado personal. Pareciera ser de rigor preguntarse quiénes son los beneficiarios de estas idílicas pero distorsionadas visiones de la autoridad, de una infección diagnosticada falazmente como en retirada. ¿Las decenas de miles de nuevos infectados y las familias de los nuevos fallecidos? ¿Los hospitalizados cuya mortalidad se elevará por la congestión de los hospitales? ¿Los trabajadores de la salud, de las industrias de alimentos, de las mineras y de otras industrias extractivas, del transporte público y del turismo? ¿Los niños menores de tres años susceptibles a la infección por no ser vacunados y expuestos a desarrollar el síndrome inflamatorio multisistémico? ¿Las mujeres grávidas susceptibles a evolucionar con complicaciones de su embarazo? ¿Las poblaciones económicas, social y medicamente vulnerables que más sufren el impacto de la infección y las decenas de miles de personas con COVID-19 crónico en que fatalmente redundaran estas nuevas infecciones? A la luz de estas preguntas el lector podrá elaborar sus propias conclusiones respecto de la ética de estas prematuras y optimistas opiniones y quiénes han sido los beneficiarios de ellas.
La microbiología, y las ciencias biológicas en general, debido a su número de variables, carecen de la exacta destreza pronóstica que tienen, por ejemplo, ciencias como la astronomía, cuyas bases rigurosamente cuantitativas (matemáticas, física y química), le aseguran gran poder y exactitud en sus predicciones. Por ejemplo, el astrónomo francés Urbain Le Verrier pudo predecir en 1846 exactamente, basado en las perturbaciones de la órbita de Urano, y usando los métodos desarrollados en el Renacimiento por J. Kepler and I. Newton, la existencia de un planeta nunca visto, Neptuno. Sin embargo, respecto de la evolución de la pandemia de COVID-19 la microbiología, basada en el conocimiento de la estructura química y de la duplicación del material genético viral, la cuantificación aproximada de sus mecanismos de variación y la teoría de la evolución, ha podido pronosticar acertadamente la aparición de variantes más infecciosas como la delta y la ómicron (y ahora, de esta última, la BA.2) y variantes aparentemente más (delta) o menos (ómicron) patogénicas y la habilidad de ambas, dado el tipo de sus mutaciones de evadir la respuesta inmune natural y la provocada por vacunas. Similarmente puede predecirse que el virus continuara ineluctablemente mutando con variantes potencialmente resistentes a los tratamientos antivirales y a los anticuerpos monoclonales, las cuales interferirán con la terapia futura de la infección.
Las Casandras que auguraban la desaparición del virus en Chile y el fin definitivo de la pandemia en diciembre, probablemente desconocen que el virus tiene en su cromosoma aproximadamente 30 mil sitios capaces de mutar espontáneamente por lo menos tres veces, lo que resultaría en un total de alrededor de 100 mil posibles mutaciones y que teóricamente todas estas mutaciones podrían producirse en la infección de una sola persona, ya que en ella la cantidad de virus producida fluctúa entre 1 billón a 100 billones. Esta inmensa cantidad de variación genética puede además ser aumentada porque algunas mutaciones (en genes mutacionales) pueden aumentar la frecuencia de la mutación y también debido a que, en individuos infectados simultáneamente por dos virus diferentes, los cromosomas de estos pueden recombinarse, amplificando aún más la variación.
Las posibilidades de variación genética son además incrementadas por la acumulación de diversas mutaciones en un mismo virus, y porque existen millones de individuos infectados simultáneamente y en los cuales los procesos de variación genética (mutación y recombinación) se llevan a cabo cada segundo de la infección. Si bien es cierto que muchas de estas mutaciones son dañinas para el virus y estos desaparecen, otras no lo son y son seleccionadas por el sistema inmune, especialmente en personas que, al no montar una respuesta inmune adecuada, favorecen la persistencia de la infección (inmunocomprometidos, parcialmente vacunados).
Además, como la infección por COVID-19 es una zoonosis, estos fenómenos de variación genética se llevan a cabo también en animales infectados, y existe evidencia preliminar indicando que algunas de las mutaciones relevantes de la variante ómicron aparecieron primero en ratones infectados con el virus de origen humano (zoonosis reversa); estos virus mutados más tarde volvieron a infectar y circular entre humanos, ahora con una aumentada infecciosidad.
Este somero análisis indica que la piedra angular de la batalla contra la pandemia de COVID-19 es prevenir de manera drástica las infecciones, para reducir las posibilidades de variación genética y la ocurrencia de mutantes y recombinantes que faciliten la diseminación viral, escapen de la inmunidad o aumenten la gravedad de la infección. Este objetivo científico tiene además un contenido ético, ya que, al disminuir las infecciones, sus complicaciones y las muertes por ellas, se previene además el presente y el futuro sufrimiento humano, y probablemente el animal, generado por la circulación de actuales y futuras variantes. Entre los métodos para lograr esto, están una información de riesgo veraz y efectiva y la educación de la población vacunada y no vacunada, para robustecer las medidas no farmacológicas de prevención (máscaras, distancia física, evitar aglomeraciones, ventilación, etc.), aumentar el TTA (testeo, trazabilidad y aislamiento) y, por supuesto, también la vacunación.
La sostenida vigilancia genómica de los aislamientos virales es además esencial para identificar precozmente variantes genéticas que puedan alterar la epidemiologia de la infección y la severidad de la enfermedad. Pareciera que el conocimiento de la biología básica del virus es fundamental para elaborar planes para una ofensiva efectiva contra la infección, ya que la miseria de este contenido en cualquier plan atentará contra su éxito científico y ético, como ha sucedido en el país en las semanas recientes.
Está claro que este virus pareciera comportarse en su evolución de manera inesperada, comparado a otros virus respiratorios del pasado. Por ejemplo, en ningún país se ha alcanzado la inmunidad de grupo, ya sea por infección natural o por vacunas; la inmunidad por infección o por vacunas parece ser pasajera, aun sin la presencia de variantes de escape a ella; y la endemicidad esta al parecer aún lejos de alcanzarse. Con un virus que es cerca de cinco veces más infeccioso y aproximadamente siete a diez veces más letal que el virus influenza y con una importante variación genética, podría tal vez esperarse un desarrollo hacia adelante con una presencia frecuente de epidemias que gravarían los servicios asistenciales y la economía, ya que crearían disrupciones periódicas en el trabajo y la vida diaria familiar y comunitaria, por ejemplo, en la actividad escolar. Es importante recordar que en cerca de 30% de los pacientes se generan secuelas de los más variados sistemas, cuyo impacto futuro, sanitario y económico aparece, en este momento, impredecible.
Está claro que la manera adecuada de lidiar con COVID-19 debe expandirse, creativa y originalmente, más allá del uso de vacunas y de respiradores, y que se debe mejorar drásticamente la comunicación de riesgo y la educación de la población y, también, profundizar el sistema de TTA. Además de incorporar, democrática y activamente, a las comunidades y a la ciencia en el desarrollo e implementación de soluciones integrales a este complejo problema biológico, social y económico. El filósofo prusiano G.W.F. Hegel postuló, a comienzos del siglo XIX, que la verdad no es fragmentaria y que está en el todo, y es esta holística filosofía la que debiera sustentar la búsqueda de soluciones a la epidemia de COVID-19, para prevenir los potencialmente adversos aspectos de su evolución futura.
Lo holístico se percibe también en lo que dijera otro prusiano en 1858, el padre de la patología moderna, Rudolf Virchow, y es que “la enfermedad es de manera importante el resultado de problemas y conflictos políticos entre el Estado y sus ciudadanos, develados y hechos transparentes, por la acción de agentes externos”. Está claro que, en Chile, como en otros países, la infección viral es un agente externo que ha transparentado gravísimos problemas de los sistemas políticos y de la salud pública.