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Migrantes: ¿dónde termina el camino? Opinión

Migrantes: ¿dónde termina el camino?

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Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III), ex funcionario de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo y ex consultor de la Cepal. Actualmente trabaja en una ONG para asuntos humanitarios.
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La larga fila de personas que cruzan selvas y desiertos, está conformada por una gran diversidad de rostros e historias, humanos, es el caso de niñas y niños. Para ellos es fundamental formular una respuesta urgente. Se trata de menores que han sido socializados en la más profunda de las miserias, han estado expuestos a violencia, abuso y hambre. Pueden existir razones para blindar las fronteras de cada uno de los países de la región, pero no existe ni una razón válida para permitir el sufrimiento de una generación completa, un niño o niña que pisa el territorio colombiano, brasilero, peruano o chileno, no es responsabilidad de Fuenteovejuna, es responsabilidad de cada uno de esos estados, porque en todos y cada uno de ellas/ellos encarna la humanidad. No podemos permitir que los caminos de los migrantes se transformen en un mediterráneo sobre tierra latinoamericana.


Las imágenes de cientos de migrantes caminando por el desierto en el norte de Chile, o las calles de este país tomadas por habitáculos provisorios, miserables remedos de vivienda que no entregan dignidad a las personas que las habitan, ni a las comunidades en las cuales estas surgen. Son instantáneas de una crisis que se viene incubando hace ya algunos años. Ciertamente la enorme incapacidad de los gobiernos latinoamericanos para atender colectivamente esta crisis, es solo comparable con la ceguera ideológica de muchos gobiernos de la región, para quienes castigar a un gobierno específico es prioridad antes de contribuir a solucionar la enorme tragedia humanitaria que hoy está en curso. Resulta obvio que, no atender oportunamente las potentes señales que se emitieron a mediados de la década pasada, ha contribuido fuertemente a la pérdida de control sobre el fenómeno migratorio. El debilitamiento de la institucionalidad multilateral; la sobre ideologización de las relaciones bilaterales; así como transformar las debilidades y complejidades políticas, económicas y sociales de países determinados, en armas contra los mismos, conforma un precio que finalmente deben pagar las sociedades, las mujeres y hombres de estos.

El COVID19 agravó la situación, los migrantes debieron soportar largos meses de intensa soledad, ello debido a que los sistemas sanitarios de la región colapsaron ante la ferocidad de la peste. La situación en esta materia ya era especialmente dura antes de la pandemia, los sectores populares a lo largo de toda la geografía de América Latina, enfrentaban serias deficiencias para acceder a una salud eficaz y oportuna; de allí que, los migrantes se transformaron en una suerte de “intocables”, sin acceso a la salud (o, solamente a las formas más precarizadas de esta); sin empleos, o, enfrentando formas aberrantes de explotación; incorporándose por descarte como mano de obra de la delincuencia, especialmente del narcotráfico; en especial las mujeres y los niños y las niñas expuestos al tráfico de personas, antesala de la prostitución y el abuso. Pero por sobre todo, extensas zonas de nuestras américas han retrocedido de manera importante en términos de su desarrollo, veinte años dicen los especialistas, esta es una materia que golpeará fuertemente a los ya dañados migrantes, las expectativas que los llevaron a echarse al camino no solo han disminuido en todas partes, en muchos lugares simplemente han desaparecido.

Nota aparte se debe hacer sobre la infancia. La larga fila de personas que cruzan selvas y desiertos, está conformada por una gran diversidad de rostros e historias, humanos, es el caso de niñas y niños. Para ellos es fundamental formular una respuesta urgente. Se trata de menores que han sido socializados en la más profunda de las miserias, han estado expuestos a violencia, abuso y hambre. Pueden existir razones para blindar las fronteras de cada uno de los países de la región, pero no existe ni una razón válida para permitir el sufrimiento de una generación completa, un niño o niña que pisa el territorio colombiano, brasilero, peruano o chileno, no es responsabilidad de Fuenteovejuna, es responsabilidad de cada uno de esos estados, porque en todos y cada uno de ellas/ellos encarna la humanidad. No podemos permitir que los caminos de los migrantes se transformen en un mediterráneo sobre tierra latinoamericana.

Este y otros factores llevan a plantear la necesidad de construir velozmente una agenda de diálogo para el tema de los migrantes en América Latina y el Caribe, fenómeno que –recordemos- no se limita exclusivamente a la situación venezolana. Es necesario avanzar hacia un acuerdo regional en temas migratorios, que incluya los temas y los actores reales, aislar a los protagonistas no parece aconsejable, más bien parece una forma de perpetuar el problema. Las cartas de legitimidad democrática como requisito exigible  para quienes se sienten a la mesa de diálogo, no resulta apropiado ni coherente, pues en una región tan convulsionada ¿quién cuenta con la legitimidad suficiente para otorgar dichos certificados?

Necesitamos promover el diálogo, proteger el futuro, necesitamos cuidar y atender a la juventud e infancia migrante, nadie debe estar excluido de la conversación, debemos resguardar los derechos de quienes se han volcado a los caminos de América y, si es necesario, debemos contribuir a una acogida racional, o, a un retorno seguro, atendiendo y respetando la voluntad de los involucrados. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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