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Guerra en Ucrania y la reconfiguración de la seguridad de Europa Opinión

Guerra en Ucrania y la reconfiguración de la seguridad de Europa

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Desde su inicio en 2021, el despliegue estratégico ruso ha significado una amenaza a Ucrania desde el Norte, el Sur y el Oeste. Así, se ha visto que los objetivos estratégicos se circunscriban no solo a las regiones rebeldes de Donetsk y Luhansk, pues se han presenciado explosiones en diversas ciudades, incluida Kiev. Ucrania, Rusia, Europa y EE.UU. observan, reaccionan y defienden sus acciones desde distintas perspectivas, todas racionales y justificadas según cada cuál, pero interpretadas de manera diferente por sus contrapartes.


El origen del actual conflicto se remonta a la invasión de Crimea por Rusia en 2014 y al continuo apoyo a las fuerzas separatistas prorrusas en las regiones rebeldes de Donetsk y Luhansk. Sin embargo, un elemento importante a considerar antes de comenzar el análisis, es la perspectiva del derecho internacional y, en ese sentido, el contenido de la carta de Naciones Unidas de 1945. Allí, se sanciona el uso y la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, toda vez que se dirijan en contra de la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de la ONU. La excepcionalidad de lo anterior está refrendada en el artículo 51 de la carta de la ONU que autoriza el uso legítimo de la fuerza para hacer frente a un ataque armado consagrando el derecho a la legítima defensa individual o colectiva de cualquier Estado.

De esta forma, Moscú viola el derecho internacional, mientras que Ucrania materializará su “legítimo derecho a la defensa individual”, estimándose que, en el seno del Consejo de Seguridad, por razones obvias, no existirá unanimidad por el derecho a veto de al menos uno de los cinco miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Federación Rusa y Reino Unido e Irlanda del Norte).

Los eventos en desarrollo van a reconfigurar la situación de seguridad de Europa de la forma más profunda desde la II Guerra Mundial. Ucrania, continuará siendo un foco de tensión entre Rusia y su visión geopolítica euroasiática versus la europea focalizada en torno a Europa central. Lo que está en juego en este conflicto por parte de Rusia es limitar la expansión de la OTAN hacia el Este, así como la remoción de armas nucleares estadounidense desde Europa, expandiendo la influencia rusa hacia el Oeste, para seguir gozando de su histórica profundidad estratégica.

Los intereses en juego

En la madrugada del jueves 24 de febrero, el este de Ucrania sufrió un ataque armado de parte de Rusia, quien lo ha denominado una “operación militar especial” en la que se calcula una presencia terrestre de 105 grupos tácticos de nivel batallón (BTGs), además de las más de 40 unidades navales desplegadas y cerca de 500 aviones de combate. Esta operación ha incluído el empleo general de medios en la dimensión espacial e informacional, así como recursos no militares para lograr fines políticos y estratégicos.

Desde su inicio en 2021, el despliegue estratégico ruso ha significado una amenaza a Ucrania desde el Norte, el Sur y el Oeste. Así, se ha visto que los objetivos estratégicos se circunscriban no solo a las regiones rebeldes de Donetsk y Luhansk, pues se han presenciado explosiones en diversas ciudades, incluida Kiev. Ucrania, Rusia, Europa y EE.UU. observan, reaccionan y defienden sus acciones desde distintas perspectivas, todas racionales y justificadas según cada cuál, pero interpretadas de manera diferente por sus contrapartes.

Para Ucrania, que si bien tiene raíces históricas compartidas con Rusia, su consolidación como Estado independiente en 1991 le da la posibilidad de optar por distintas alternativas para asegurar su supervivencia, incluyendo ser parte de la OTAN. Cabe recordar que, en 1994, Kiev accedió a ceder a Rusia todo el arsenal nuclear que existía en sus fronteras, con el compromiso que en el futuro se respetara su independencia, soberanía y las fronteras existentes, en lo que se conoce como el Memorándum de Budapest. Los otros firmantes fueron Rusia, EE.UU. y el Reino Unido.

A pesar de las supuestas garantías y compromiso de no intervención rusa, en 2014, Ucrania perdió el control de Crimea por parte de Rusia. En el mismo período, este país vio cómo grupos de insurgentes separatistas de la región de Donbas, con el apoyo de Moscú, han ejercido la fuerza para exigir su separación de Ucrania. Entonces, desde la perspectiva ucraniana, su incorporación a la OTAN resulta fundamental, con el fin de integrarse a un sistema mayor que le otorgue certezas de seguridad, lo que no ocurrió.

Por el otro lado, para Rusia, el tema se presenta como un asunto de seguridad y supervivencia del Estado. Desde la caída de la URSS, 14 ex Repúblicas Soviéticas se han independizado. De ellas los actuales Estados del Báltico se sumaron a la OTAN, junto con otros países del ex pacto de Varsovia, lo que significó la apropiación de espacios estratégicos por parte de Occidente, a costa del espacio de seguridad y profundidad estratégica de Rusia.

Así, la potencial incorporación de Ucrania al pacto de seguridad occidental, tanto ahora o en el futuro, significaría la posibilidad de tener las armas norteamericanas en sus propias fronteras, lo que se considera inaceptable para Putin. Además, Rusia pretende que la OTAN vuelva a su posición anterior a la caída de la URSS, vale decir, deshacer la inclusión de países que estuvieron bajo su órbita de influencia y que hoy son cercanos a EE.UU.

También, Putin busca recuperar el rol de potencia global. En ese sentido, en las últimas dos décadas se ha empeñado en recuperar las capacidades de sus FF.AA., tanto en el ámbito tecnológico, de entrenamiento y disponibilidad operacional. Así como ha realizado un empleo exhaustivo de medios no militares, para el logro de fines políticos y estratégicos, a veces con mayor efectividad que los propios del uso de la fuerza.

Estados Unidos, es otra parte interesada. Es, quizás, el objetivo principal de Putin. Washington debe fortalecer su posición y al mismo tiempo confirmar a sus socios europeos su involucramiento efectivo en la seguridad del viejo continente. Esto porque, la sensación que persiste en EE.UU. es que, si Rusia consigue lo que quiere, no habrá motivos reales para no continuar con otras exigencias semejantes que puedan amenazar la estabilidad y seguridad de los países europeos.

Para los europeos, la situación también es altamente compleja. Por un lado, enfrentan la actitud agresiva del Kremlin mientras dependen del gas ruso. Además de que no todos sus miembros han reaccionado de la misma manera. Reino Unido, por ejemplo, se ha alineado con la posición de EE.UU. enviando armas a Ucrania. Francia intenta actuar como mediador. Alemania ha sido más cauta, quizás por su mayor dependencia del gas. Lo que sí prevalece en el ambiente político europeo, es que, si se cede a las presiones de Putin, no habría algo que lo detenga para seguir avanzando en sus exigencias más adelante, las que podrían incluir los Estados Bálticos, todos miembros activos de la OTAN.

Entendiendo la lógica detrás de la operación rusa

El inicio de las operaciones militares en Ucrania, lejos de ser una acción sorpresiva, es el resultado de un largo proceso racional cuyo origen va mucho más allá de la última concentración de fuerzas rusas en la frontera del 2021 e incluso más allá de la anexión de Crimea en 2014. Este proceso se enmarca en la doctrina estratégica rusa, reconocida como “Doctrina Gerasimov” y su comprensión permite entender de mejor manera lo que sucede hoy y el desarrollo que llevó a la guerra.

El General Valery Vasilyevich Gerasimov es el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa desde el año 2012 y es a quien se le señala como origen de la concepción estratégica que actualmente predomina en Moscú. En el año 2013, en el marco de una intervención que realizó ante la Academia de Ciencias Militares rusa, Gerasimov planteó lo que consideraba era la evolución de la guerra o, al menos, cómo los países occidentales y particularmente EE.UU. habían llevado adelante acciones para extender su esfera de influencia en países tradicionalmente cercanos a la Unión Soviética.

De esta manera, una campaña bajo esta doctrina considera, en primer lugar, una fase informacional y psicológica que pretende anular a los líderes adversarios (quienes toman decisiones); segundo, acciones indirectas y asimétricas por medio de herramientas económicas, de información y de naturaleza tecnológica para neutralizar el aparato militar enemigo; tercero, las acciones no militares degradan la capacidad del adversario para obligar o emplear la fuerza, y produce una imagen negativa en la opinión pública mundial que eventualmente disuade al rival de iniciar una agresión; cuarto, quien inicia la estrategia Gerasimov, emplea una campaña masiva de engaño y desinformación para ocultar el tiempo, el alcance, la escala y el carácter del ataque; quinto, las actividades de subversión y reconocimiento realizadas por operaciones especiales y cubiertas por operaciones informativas, preceden a la fase cinética de la campaña; sexto, la fase cinética comienza con el dominio aero-espacial destinado a destruir los activos críticos de la infraestructura tecnológica-industrial civil y los centros de gestión estatal y militar que obligarán al estado a capitular. Operando bajo zonas de exclusión aérea, las empresas militares privadas y la oposición armada preparan una configuración operativa para la invasión; finalmente, séptimo, en la fase de ocupación territorial, la mayoría de los objetivos de campaña han sido alcanzados, pues la capacidad y voluntad de resistencia del adversario se han quebrado y evaporado.

Minsk y los argumentos de la guerra

Para sumar otro ingrediente a la situación, luego de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, los líderes de Occidente acusan a Vladirmir Putin de no cumplir los acuerdos de Minsk. Mientras el mismo presidente ruso alega que quien no cumple el trato es Ucrania. Entonces, ¿de que hablamos cuando nos referimos a los acuerdos de Minsk? En realidad, debe interesarnos Minsk II.

En el 2015 los líderes de Rusia, Ucrania, Francia y Alemania se reunieron para llevar la paz a los territorios ucranianos tomados por separatistas prorrusos. Lo mismo que hoy declararon independencia unilateral. El resultado del encuentro fue Minsk II, acuerdo firmado entre Rusia, Ucrania, líderes separatistas, la OSCE y respaldado por el Consejo de Seguridad.

El texto comprometía un alto al fuego, la retirada del armamento de la primera línea, diálogo sobre las elecciones en las zonas ocupadas por los rebeldes, el restablecimiento de los vínculos económicos y sociales plenos entre las dos partes, restablecer el control del gobierno de Ucrania sobre la frontera con Rusia, la retirada de todas las fuerzas extranjeras y mercenarios, y una reforma constitucional que otorgaría cierta autonomía a las regiones del área oriental de Donbás en Ucrania. Este último punto, el más difícil de cumplir por parte de Kiev y el que ha usado Rusia para argumentar que no ha cumplido el acuerdo.

Moscú ha dicho en reiteradas ocasiones que Ucrania no tiene interés en implementar los términos del acuerdo. Mientras Estados Unidos y algunos países de Europa han apoyado el pacto pidiendo que ambas partes cumplan lo acordado. Hoy, al existir una invasión por parte de Rusia y un apoyo previo a la declaración unilateral de independencia, se argumenta que Rusia tampoco cumple el trato.

Finalmente, si los acuerdos de Minsk iban o no a tener un resultado positivo, es difícil decirlo. Ambos países tenían interpretaciones muy distintas. Mientras Ucrania los veía como una manera de volver a unir al país, Rusia pensaba que lo llevaría a establecer un gobierno alineado con Moscú en las provincias rebeldes.

En síntesis, el accionar ruso se justifica en función de sus particulares intereses nacionales, así como por el afán de lograr un afianciamiento del propio régimen político. En este nuevo conflicto cada bando tiene sus propios aliados. Por un lado Ucrania con el apoyo limitado de la OTAN y la mayor parte de los países de Europa. Por otro, Rusia goza del respaldo político –aún no explícito– de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) alianza militar, compuesta por Armenia, Biolorrusia, Kazajistán, Kirguistán, y Tayikistán, así como de la triple alianza, entre China, Rusia e Irán. En nuestra región, goza de las simpatías de Cuba y Venezuela. Aún queda mucho por ver.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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