La relajación imprudente de las medidas no farmacológicas de control epidemiológico por razones políticas en Europa y Asia está siendo seguida de aumentos de las infecciones, de las hospitalizaciones y de los fallecimientos por COVID-19 y se pronostica, con cierta certeza, una nueva ola de infecciones para abril y los meses siguientes, producidas por una flamante variante de ómicron, a la que se ha llamado la sigilosa o la furtiva BA.2. La sigilosa BA.2, que al comienzo no se diferenciaba por PCR de la variante delta y cuyos primeros efectos en el aumento de casos, hospitalizaciones y de muertes se detectaron en Sudáfrica, Dinamarca y el Reino Unido, ahora prácticamente se ha extendido a toda Europa, Canadá, EE. UU., Corea del Sur, China y decenas de otros países. BA.2 se diferencia de ómicron por la adquisición de algunas nuevas mutaciones y por la pérdida de otras, que le imparten nuevas propiedades biológicas.
Durante el Medioevo, en Francia e Inglaterra existía la tradición llamada “el toque (palpación) real” y que consistía en la palpación, por el rey, del cuello de sus súbditos afligidos de escrófula, con el objetivo de curarlos. La escrófula es una manifestación de la infección tuberculosa de los ganglios linfáticos cervicales, que evoluciona generalmente sin mortalidad y a menudo con mejorías espontáneas. Esta evolución benigna de la enfermedad, la hacía el sujeto perfecto para demostrar teatralmente la aparente magia curativa del poder real, cimentando la evolución positiva de la enfermedad, la legitimidad y el prestigio de la autoridad divina del monarca. La resucitación de esta vieja superstición me viene ahora a la mente al advertir que, tanto en Europa, Norte América y otros países, decisiones políticas sin asidero científico, parecidas al toque real, están dando por decreto acabada la pandemia de COVID-19, haciendo abstracción de la realidad científica, incluyendo la microbiología viral, su epidemiología y el curso decreciente de la inmunidad posvacunas y posinfecciones.
Por ejemplo, la relajación imprudente de las medidas no farmacológicas de control epidemiológico por razones políticas en Europa y Asia está siendo seguida de aumentos de las infecciones, de las hospitalizaciones y de los fallecimientos por COVID-19 y se pronostica, con cierta certeza, una nueva ola de infecciones para abril y los meses siguientes, producidas por una flamante variante de ómicron, a la cual se ha llamado la sigilosa o la furtiva BA.2.
La sigilosa BA.2, que al comienzo no se diferenciaba por PCR de la variante delta y cuyos primeros efectos en el aumento de casos, hospitalizaciones y de muertes se detectaron en Sudáfrica, Dinamarca y el Reino Unido, ahora prácticamente se ha extendido a toda Europa, Canadá, EE.UU., Corea del Sur, China y decenas de otros países. BA.2 se diferencia de ómicron por la adquisición de algunas nuevas mutaciones y por la pérdida de otras, que le imparten nuevas propiedades biológicas.
Esta novel composición genética de BA.2 le confiere, al parecer, comparada con ómicron, una mayor infecciosidad y velocidad de reproducción, lo que le permite doblar rápidamente las infecciones y, además, le da habilidad para escapar a la inmunidad producida por vacunas. A estas negativas propiedades de la variante BA.2, se agregan que en el entorno donde se propaga ha habido una disminución de la inmunidad por vacunas, una relajación de las medidas epidemiológicas de protección por razones políticas y limitaciones en el acceso a su detección genómica, todo lo cual inhibe su rápida identificación, generando una situación en la cual esta variante se ha dispersado sin generar gran alarma hasta ahora.
Está claro que la propagación aparentemente sigilosa o furtiva de la variante BA.2 es el resultado de un juego dinámico entre nuevas propiedades virales y las precipitadas e imprudentes decisiones políticas de debilitamiento de las medidas de prevención, que, como modernos “toques reales”, quieren acabar con la pandemia por edictos y como por arte de magia.
Desgraciadamente estos modernos «toques reales» se están estrellando contra la ineludible evolución viral, y las limitaciones, aún serias, de los servicios epidemiológicos y de salud pública en diagnosticar y limitar la transmisión de la infección, en casi todos los países del mundo. En vista de esto, sin lugar a dudas, los gobiernos y los políticos han escogido mal el blanco para demostrar su poder y su energía en lidiar con la pandemia, ya que COVID-19 tiene hasta ahora una historia que es más maligna e incierta que la escrofulosis. En las democracias modernas, “el toque real” respecto de COVID-19 ha sido reemplazado por los pronunciamientos de la autoridad sanitaria que, en el caso de Chile, desde hace dos años anuncian repetidamente y sin fundamento el control adecuado, y también el fin cercano de la epidemia.
Por ejemplo, a comienzos de la epidemia en el país, el año 2020, el doctor Mañalich anunciaba que todo estaba bajo control y que el virus tal vez se convertiría en buena persona. Casi dos años más tarde, el doctor Paris anunciaba, a mediados de diciembre del 2021 en el Congreso, que las infecciones estaban también siendo controladas, demostrado esto –según él– por la tendencia decreciente de las mismas. El contenido mágico e ilusorio de estos pronunciamientos fue cruda y dolorosamente demostrado por los aproximadamente 10 mil fallecimientos de junio y julio del 2020 y por las casi 5 mil 500 muertes debido a ómicron en los tres meses de este año. Mientras la variante BA.2 se disemina en Europa, Norteamérica y Asia, Chile tiene una vez más la posibilidad de actuar respecto a ella de manera preventiva, atendiendo al principio de precaución y abandonando el laissez faire epidemiológico, adoptando medidas para evitar, o tratar al menos, de reducir su libre diseminación en el país.
El primer paso sería identificar por genómica la presencia y la frecuencia de la variante BA.2 en el país y tratar de controlar su diseminación con el robustecimiento de las medidas no farmacológicas de control, del TTA (testeo, trazabilidad y aislamiento) y de refuerzos vacunales. Chile ha desperdiciado, ya cuatro veces en el curso de la pandemia, la ventaja comparativa que le confiere su alejada situación geográfica, y el actuar tardía, reactiva y parcialmente a la penetración viral ha resultado en un exceso de miles de muertes prevenibles. Como dice el libro de Proverbios 29:18, del Antiguo Testamento: “Donde no hay visión, el pueblo se extravía y perece.”