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Amaya Alvez Marín
Por : Amaya Alvez Marín Profesora Asociada, Universidad de Concepción, Investigadora CRHIAM, Proyecto Puentes. Candidata a Constituyente.
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No puede haber diálogo sin estas consideraciones, sin reconocer esta alteridad. Simbólica y culturalmente hemos dejado atrás lo que durante el siglo XIX fue motivo de vergüenza de la elite gobernante. Hoy, para muchos, esta identidad plural resplandece y es motivo de orgullo y dignidad. Consecuentemente, se expresa en la conducción del Estado, representado hoy en la figura del Presidente Gabriel Boric atento a establecer este diálogo plurinacional, una voluntad sincera de asumirnos y dialogar.


Uno de los grandes desafíos políticos a que nos enfrentamos como sociedad es el reconocimiento, sustantivo, de los pueblos originarios y sus derechos. Es una cuestión de realidad y no de apreciación, que estamos situados en un momento histórico que carga con el peso de siglos. La oportunidad que nos ofrece el proceso constituyente es precisamente la de volver a constituirnos, todos y todas. Esto repercute nada más ni nada menos que en el modo de pensar la paz entre los pueblos, en este caso, entre aquellos que habitan lo que hemos denominado “Chile”, pero del cual también forman parte los denominados territorios ancestrales de los pueblos originarios. Todo lo anterior no es un capricho, sino ponernos en sintonía con un paradigma que es anhelo global de la humanidad, la paz entre naciones, de cara al siglo XXI.

En esta tarea el diálogo entre pueblos debe ser la premisa, a pesar de las dificultades que eso supone considerando la violenta historia que se arrastra y la hostilidad que permanece. Los hechos recientes de Temucuicui son un botón de muestra de las complejas consideraciones que requiere este enfoque si se desea establecer el diálogo.

La Convención Constitucional, por su parte, también ha intentado hacerse cargo, aprobando por mayoría de 2/3 el artículo sobre plurilingüismo –que reconoce al idioma castellano como oficial y el de los pueblos originarios en sus respectivos territorios–, junto con buscar las mejores fórmulas de consagración del carácter plurinacional de las comunidades y el Estado. No puede haber diálogo sin el uso y significado de todas las palabras que lo permitan. Sin embargo, este diálogo no es mensajería: es escuchar, comprender el contexto intercultural, aceptar el silencio y la circunspección luego de haber acaparado por siglos el relato, abriéndonos respetuosamente a las solemnidades y modos diversos de emplear palabras que son signo honesto y virtuoso de la oralidad de una cultura.

No puede haber diálogo sin estas consideraciones, sin reconocer esta alteridad. Simbólica y culturalmente hemos dejado atrás lo que durante el siglo XIX fue motivo de vergüenza de la elite gobernante. Hoy, para muchos, esta identidad plural resplandece y es motivo de orgullo y dignidad. Consecuentemente, se expresa en la conducción del Estado, representado hoy en la figura del presidente Gabriel Boric atento a establecer este diálogo plurinacional, una voluntad sincera de asumirnos y dialogar. Para la paz el diálogo. Para el diálogo la palabra. Todas las palabras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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