Su primer viaje al extranjero, como Mandatario en ejercicio, se realizará a Argentina. Aunque ha sido una tradición priorizar a nuestros vecinos en la primera gira al exterior, debe notarse que el presidente Alberto Fernández no escogió a Chile como su primera visita. Optó por México, como gobernante electo, y luego Israel, como primer mandatario. En esta oportunidad, primaron tal vez afinidades ideológicas, las que no garantizan necesariamente una adecuada defensa de los intereses nacionales.
Los primeros anuncios del Presidente Gabriel Boric, tan pronto asumió el Gobierno, han generado diversas reacciones. Al cumplimiento de su promesa electoral de suscribir y ratificar el Acuerdo de Escazú, asunto que su antecesor, el ex Presidente Sebastián Piñera, desistió de realizar por una serie de consideraciones jurídicas y políticas, aún vigentes, se sumó el anuncio de sus primeros embajadores políticos.
Aunque nadie discute la prerrogativa presidencial, el nombramiento de amigos, excandidatos, entre otros, muchos con escasa experiencia, en embajadas relevantes para nuestro país, dejó un sabor amargo. Junto con ello, dejó en evidencia las primeras contradicciones entre su discurso electoral, donde insistió en que erradicaría estas viejas prácticas, y sus primeros días como Presidente, donde incurrió precisamente en las mismas prácticas de siempre. El cuoteo político, que tanto criticaron en el pasado, regresó en todo su esplendor. “Nuevos rostros, viejas prácticas”, tituló acertadamente un medio nacional.
Su primer viaje al extranjero, como Mandatario en ejercicio, se realizará a Argentina. Aunque ha sido una tradición priorizar a nuestros vecinos en la primera gira al exterior, debe notarse que el presidente Alberto Fernández no escogió a Chile como su primera visita. Optó por México, como gobernante electo, y luego Israel, como primer mandatario. En esta oportunidad, primaron tal vez afinidades ideológicas, las que no garantizan necesariamente una adecuada defensa de los intereses nacionales.
Hemos tenido diferencias históricas con Argentina en materias limítrofes, y, actualmente, existen controversias sobre la plataforma continental y Campo de Hielo Sur, aún pendientes. Del mismo modo, sería una buena señal que esperaran al Mandatario chileno en Buenos Aires con la Política de Defensa Nacional corregida, eliminando toda injerencia trasandina en el Estrecho de Magallanes, tal como lo comprometieron. Como buen magallánico, la solución de estos temas debería ser prioridad del Presidente Boric.
Con Bolivia, además, la nueva administración dio un primer paso en falso, al anunciar entusiastamente su deseo de retomar relaciones diplomáticas con el país altiplánico. Tras el categórico y contundente fallo de La Haya, que incluso alineó al Presidente Boric tras el resultado, en ese entonces diputado y partidario de dar una salida soberana al mar, el único acercamiento entre ambos gobiernos fue realizado por el excanciller Allamand, a través de la llamada “normalización” de las relaciones bilaterales. Aunque este esfuerzo diplomático se diluyó con el tiempo, el anuncio del actual Mandatario de dar un paso más allá y restablecer relaciones diplomáticas, fue arriesgado.
Ya veremos si fue impulsividad, inexperiencia o sobreexpectativas acerca de la afinidad política con su par boliviano, pero lo único cierto es que la respuesta del presidente Luis Arce y de su canciller fue instantánea: el restablecimiento de relaciones diplomáticas solo es posible en el marco de una solución al tema marítimo. Es decir, sin salida al Pacífico, no hay relaciones diplomáticas. Nada de cuerdas separadas. Parece que el Presidente Boric “se pasó varios pueblos” y su deseo personal se “apunó” en las alturas de La Paz. Más realista sería retomar la agenda de normalización de Piñera, que establece un proceso de descongelamiento de las relaciones bilaterales.
En materia de política exterior, las afinidades ideológicas entre los gobiernos no son suficientes. Sin duda contribuyen y facilitan el entendimiento, pero tratándose de la defensa de los intereses nacionales, ni la más cercana relación –personal o política– justifica que se renuncie a ellos. Argentina y Bolivia son dos buenos ejemplos. No renunciarán jamás a sus aspiraciones de desafiar la soberanía territorial chilena.