De ahí que lo que el Gobierno debe hacer es proponer un equilibrio entre situaciones que se manifiestan en el corto plazo, pero cuyas causas responden a cuestiones estructurales y cuya solución necesariamente se podrá alcanzar en el largo plazo. Para esto, debe explicar a la ciudadanía con mucha claridad lo que se hará, trasparentando que requerirá muy probablemente de “sangre, sudor y lágrimas”. Tendrá que anunciar que las soluciones no son mágicas ni inmediatas y que requieren sacrificios. Junto con identificar los problemas estructurales, se debe señalar que su solución será de largo plazo y que, por lo tanto, se necesita tiempo y cambios graduales para conseguirlo. El Presidente debe realizar un balance de gobierno. Debe priorizar y resolver problemas para abrir caminos para las siguientes fases.
Se atribuye a Mario Cuomo –exgobernador de Nueva York– la célebre frase acerca de que se hace campaña en verso, pero se gobierna en prosa. La historia política reciente parece confirmar que la poesía agrada y el pragmatismo es prosa. A este baño de realidad parece estar sometida la administración del Presidente Gabriel Boric tras sus primeras seis semanas en el Gobierno. Con vertiginosa rapidez quedaron atrás los efectos y la emoción de su llegada a Palacio. Después, del calor humano de la campaña, de los días posteriores a la victoria y de su toma de posesión en La Moneda, ha tenido que lidiar con cifras frías, intereses estrechos, complejidades técnicas, realidades implacables, burocracias excesivas, oportunistas voraces, impaciencia y desconfianza. El Presidente –un gran lector de poesía– vive el momento en que a la nobleza de la poesía le sigue la frialdad de la aritmética. Este es, en sí mismo, un cambio difícil de asumir.
Dicha dificultad para procesar esta dinámica política está complicando más allá de lo razonable el diseño del Gobierno para manejar las “turbulencias” de las que hablo el Mandatario. Las dificultades para (re)tener el control de la agenda política y gubernamental le han impedido fijar sus prioridades. Por estos días busca instalar tres proyectos: salario mínimo, pacto fiscal y reforma de pensiones.
Sin embargo, algunos al interior del Ejecutivo insisten en apostar el proyecto de Gobierno a la suerte del resultado del plebiscito y de la nueva Constitución. Parecen olvidar que el estallido social fue más la expresión de un catálogo de problemas públicos insatisfechos acumulados que la demanda de cambio constitucional. Es esto lo que estuvo en la base de la marcha del 25 de octubre de 2019. Dichos problemas aún no resueltos son los que deben ser procesados y obtener respuestas a través de decisiones de política pública.
Por cierto, puede ayudar a lo anterior contar con un nuevo y mejor entramado político institucional tributario del actual proceso constituyente en marcha. Sin embargo, la reciente decisión de La Moneda de esperar el resultado del plebiscito de salida para iniciar el diálogo en La Araucanía parece ir en contravía. La acción gubernamental no puede esperar a que la nueva Constitución esté en régimen. Hay que gobernar mientras tanto. Resulta clave para el Presidente y su administración entender que la clave está en vivir cada día de gobierno sopesando sus consecuencias sobre el último. Las lecciones de otros gobernantes muestran a todas luces que se debe gobernar los seis primeros meses como si fueran todo el periodo presidencial.
Ciertamente los resultados deben alcanzarse en un medio resistente, generalmente adverso y nebuloso. La metáfora del Mandatario acerca de las turbulencias en un vuelo hace referencia a lo anterior. Pero, a pesar de todo, y cualesquiera sean las dificultades de cálculo, el Gobierno debe anunciar resultados y su gestión será evaluada por ellos. No hay otra forma de liderar y gobernar. La política exige hacer ofertas para sumar apoyos.
Gobernar el “mientras tanto” no debe entenderse como quedar atrapado por el inmediatismo del corto plazo. Las angustias de muchas familias para llegar a fin de mes son un problema. Esto es así porque los salarios en Chile son bajos y los precios se elevan día a día. Pero en relación con lo anterior, exige ser muy claro: estos son problemas estructurales que no se resuelven con soluciones simples o medidas de corto plazo. No se puede ofrecer soluciones simples o de corto plazo a problemas complejos o estructurales.
Un Gobierno con capital político, con visión de largo plazo o con proyecto gubernamental, debe presentar una agenda donde identifique y seleccione problemas. También, trasparentemente y de cara a la ciudadanía, se debe ser muy claro en señalar que estos no se resolverán solo con medidas de corto plazo. Pero lo anterior no puede paralizar la acción del Ejecutivo. En él “mientras tanto”, el Gobierno debe discutir, diseñar, aprobar e implementar medidas para que los problemas identificados comiencen a ser efectivamente procesados institucionalmente y puedan tener una respuesta en clave de política pública. Las agendas permiten ordenarse detrás de este objetivo. Más importante aún, deben posibilitar dirigir los pasos hacia el largo plazo. La dificultad mayor parece radicar en no tener por ahora una definición clara del largo plazo, lo que deja atrapado al Gobierno en el inmediatismo de proponer soluciones cortoplacistas para acallar las críticas de los que gritan más fuerte en la calle y en la pulsión que provocan las redes sociales.
De ahí que lo que el Gobierno debe hacer es proponer un equilibrio entre situaciones que se manifiestan en el corto plazo, pero cuyas causas responden a cuestiones estructurales y cuya solución necesariamente se podrá alcanzar en el largo plazo. Para esto, debe explicar a la ciudadanía con mucha claridad lo que se hará, trasparentando que requerirá muy probablemente de “sangre, sudor y lágrimas”. Tendrá que anunciar que las soluciones no son mágicas ni inmediatas y que requieren sacrificios. Junto con identificar los problemas estructurales, se debe señalar que su solución será de largo plazo y que, por lo tanto, se necesita tiempo y cambios graduales para conseguirlo. El Presidente debe realizar un balance de gobierno. Debe priorizar y resolver problemas para abrir caminos para las siguientes fases.
Lo anterior precisa de arrojo político. Esta generación ofreció tenerlo y debe estar preparada para enfrentar los costos que ello implique. No hay atajos. Si el desafío está en diseñar el camino para llegar al largo plazo, lo que se necesita es poesía, pero también mucha prosa. El largo plazo no se construye en el futuro, sino que se construye hoy. Después de todo, como decía Eduardo Galeano, «¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Caminemos, pues.