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La globalización en su máxima expresión: ¿cómo impacta en Chile? Opinión

La globalización en su máxima expresión: ¿cómo impacta en Chile?

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En Chile, estamos a las puertas de realizar profundos cambios normativos que determinaran el camino que seguiremos en las próximas décadas. En un escenario mundial incierto, se requiere de políticas públicas realistas pero también audaces, y generar opciones para disminuir la dependencia de los mercados internacionales, en aquellas áreas donde tengamos un potencial de desarrollo industrial que sólo depende de nuestra capacidad de ponernos de acuerdo, como en la energía. 


La globalización se está expresando como nunca en la historia de la humanidad. Primero, al darnos cuenta de que el calentamiento global es el resultado de nuestro propio desarrollo, luego, mediante la aparición de un virus que infectó a un ser humano cualquiera, en un punto cualquiera del planeta y que se propagó por todos los continentes y ahora, con los efectos de la guerra en Ucrania y la amenaza de Rusia de utilizar su arsenal nuclear.

Hasta ahora, sólo sabíamos que la propagación de las ondas sísmicas de un terremoto en el punto de colisión frontal entre dos placas tectónicas geológicas o, la explosión de un súper volcán podría tener un impacto sobre nuestra especie, similar a lo que estamos experimentando como civilización.   

La rápida recuperación de la economía mundial a medida que se relajaron las restricciones de movilidad después del impacto producido por la pandemia del Covid-19, produjo que la demanda por gasolinas para los sistemas de combustión aumentara más rápido que la producción de petróleo, la materia prima utilizada para fabricar los combustibles.

Esto generó un aumento de los precios de la energía en todo el mundo debido a una escasez relativa (sólo relativa, porque petróleo no falta) de los hidrocarburos fósiles, que representan el 96% de la energía que utilizamos en los sistemas de transporte; un 65% en la producción de energía eléctrica y un 90% de la energía térmica, que son los fundamentos sobre los cuales hemos construido esta civilización.

Y llegó la invasión a Ucrania y la guerra, que amenaza con agudizar aún más la estrechez de suministro de petróleo y gas natural, con impacto directo en los precios de la energía en la mayoría de los países en Europa, Asia y obviamente, en Chile.

Los países de la Comunidad Económica Europea (UE), que no pueden tolerar que Rusia invada sin costos a un vecino indefenso como Ucrania, enfrentan el dilema de tener que imponer sanciones económicas directas a las exportaciones de energía de Rusia, sin auto infringirse un daño en sus economías que afectará directamente a la población.

La UE importa el 58% de la energía que consume, con una matriz compuesta en un 35% de petróleo y productos derivados del petróleo, un 24% de gas natural, un 11% de carbón, un 17% de energías renovables y un 13% de energía nuclear. El año 2020 Rusia suministró el 26% del petróleo, 46% del gas natural y el 53% del carbón consumido por la UE.

Frente a la eventualidad de perder el suministro de hidrocarburos desde Rusia, la UE está obligada a revisar su política energética nuclear y buscar con urgencia otras fuentes de abastecimiento, presionando al alza los mercados spots del gas natural licuado (GNL) pero también del carbón, que vuelve a ser una alternativa ante la emergencia.

Con insuficiente GNL en el mercado spot y precios extremadamente altos del barril de petróleo, ni India ni China tendrán incentivos para dejar de utilizar el carbón para la generación de electricidad.

Frente a esta crisis energética y una economía mundial recalentada o en vías de recesión, la urgente necesidad de detener el calentamiento global abandonando el uso de los combustibles fósiles corre el riesgo de quedar en un segundo plano.

Sin embargo, la UE deberá disminuir su dependencia energética de mercados poco confiables, como Rusia, y acelerar la transición energética mediante el desarrollo de fuentes de energía alternativas. Aun cuando el aumento de su capacidad nuclear podría resolver parte de las necesidades en la generación eléctrica, la estrategia de la UE considera el uso de hidrógeno verde y la fabricación de combustibles sintéticos, como una opción viable en la que se combina el desarrollo tecnológico y la disminución de la dependencia energética.

Chile puede jugar un rol relevante para la UE en la implementación de opciones alternativas a los combustibles fósiles. La Patagonia y en especial la Región de Magallanes, puede ser una fuente de abastecimiento de combustibles sintéticos debido a su extraordinaria calidad de su energía eólica, con factores de planta en tierra de los más altos del mundo, y el potencial para desarrollar una infraestructura portuaria para la exportación directo a Europa.

Actualmente, numerosas compañías desarrolladoras de origen europeo buscan grandes extensiones de tierra en Magallanes, para el desarrollo de proyectos de energía eólica y la producción de combustibles sintéticos. Una demostración de que la estrategia de la UE ya está siendo desplegada a escala global.

En el corto plazo, la volatilidad de los precios del barril de petróleo seguirá impactando en el comportamiento de las economías en todos los países que no producen esta materia prima, como Chile, pero que es esencial para sostener nuestra calidad de vida.

A pesar de los esfuerzos de los países como Estados Unidos y Europa para detener el aumento de los precios del petróleo, liberando como nunca en la historia 240 millones de barriles de sus reservas estratégicas, esto representa sólo 1,6 millones de barriles diarios, aproximadamente, durante los próximos seis meses. La situación global sigue siendo frágil y no se vislumbra una disminución de la volatilidad del mercado de la energía, en el corto plazo.

La OPEP tiene una capacidad limitada para aumentar su producción de crudo y las sanciones a Rusia pondrán en riesgo la pérdida de unos 3 millones de barriles de petróleo diarios que fluyen hacia Occidente y que la OPEP no podría sustituir.

Pero también la producción de fertilizantes se está viendo afectada por el alza de los precios de los hidrocarburos y la guerra en Ucrania, con impacto directo en la base alimentaria de cientos de millones de personas alrededor del mundo.

Los fertilizantes nitrogenados como el amoniaco y la urea, se fabrican extrayendo el H2 del gas natural y el nitrógeno de la atmósfera. Los precios de estos fertilizantes se han cuadruplicado respecto de los precios previos a la pandemia, siguiendo la tendencia alcista del gas natural. A los precios actuales, se está destruyendo demanda y muchos productores agrícolas no usarán o disminuirán las cantidades de fertilizantes nitrogenados en sus cultivos, con la consiguiente disminución de sus tasas de producción por hectárea.

Rusia es el cuarto productor mundial de fertilizantes nitrogenados y el mayor exportador de fertilizantes del mundo, a mercados tan diversos como Brasil, Estonia, India, China y Estados Unidos.

A lo anterior se agrega el hecho de que, de acuerdo a Naciones Unidas, en los últimos tres años Rusia y Ucrania han representado un 30% de la producción mundial de trigo y un 20% de la producción de maíz. La interrupción o una menor producción de esta materia prima fundamental en la canasta de alimentos en distintas partes del mundo, tendrá repercusiones globales que experimentaremos en un aumento del precio de por ejemplo, el kilo de pan, que, además, en Chile se grava con un 19% de impuesto.

En el escenario actual, debemos esperar un aumento de los precios de los hidrocarburos o al menos, precios por sobre los 100 dólares por barril mientras no exista producción alternativa a las exportaciones de Rusia y no se recupere aquella producción de curdo que salió del mercado debido a la caída de los precios durante la pandemia.

Como consecuencia, lo más probable es que veremos un aumento de las emisiones de CO2 por el uso de combustibles más sucios a escala global, un aumento de los precios de la energía, de los sistemas de transporte, la electricidad y lo que es más preocupante, un aumento de los costos en la producción de alimentos.

En Chile, estamos a las puertas de realizar profundos cambios normativos que determinaran el camino que seguiremos en las próximas décadas. En un escenario mundial incierto, se requiere de políticas públicas realistas pero también audaces, y generar opciones para disminuir la dependencia de los mercados internacionales, en aquellas áreas donde tengamos un potencial de desarrollo industrial que sólo depende de nuestra capacidad de ponernos de acuerdo, como en la energía.

A estas alturas debemos suponer que todo el espectro político sabe que el 80% de la energía primaria necesaria para hacer funcionar nuestra economía proviene de combustibles fósiles, que importamos desde distintas partes del mundo.

El sector transporte y la generación eléctrica funcionan en un 99% y un 56% respectivamente, en base a combustibles derivados del petróleo y los hogares del país para calefaccionar sus viviendas y cocinar alimentos dependen en un 73% del acceso a leña, gas natural y parafina.

Los altos costos de la energía y el aumento de los precios de los alimentos y de los sistemas de transporte en nuestro país, muy probablemente generarán tensiones y demandas sectoriales que perturbarán la discusión y la convivencia democrática.

Chile hoy, requiere de planes integrales con respaldo político transversal, en la que se fijen metas, objetivos y plazos, con inversiones públicas y privadas, y un control de gestión con responsables que den cuenta pública de los avances y resultados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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