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Seguridad y soberanía alimentaria Opinión

Seguridad y soberanía alimentaria

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Eduardo A. Santos Fuenzalida
Por : Eduardo A. Santos Fuenzalida Experto internacional en asuntos de comercio
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Durante las últimas décadas, Chile ha venido importando cantidades crecientes de alimentos y ello nos hace vulnerables a presiones externas o a las “volteretas” del mercado internacional. Ya nos ocurrió décadas atrás, con la suspensión de las “entregas” de alimentos del PL480 de los Estados Unidos, durante la administración del Presidente Allende y, ahora, con la desarticulación de las redes globales de producción y distribución, causada por la pandemia del COVID y por la guerra en Ucrania. Sin embargo, no podemos olvidar que –en parte– ello también ocurre debido a nuestras políticas agrícolas, alimentarias y comerciales, que favorecen nuestra inserción en la economía global como productores y exportadores de recursos naturales, que privilegian la producción y exportaciones de frutas y productos forestales, por sobre la de alimentos de consumo básico.


Y el tema de la seguridad y soberanía alimentaria no nos deja. ¡Y cómo podría dejarnos! La escasez y continuas alzas en los precios de los alimentos y –en mi opinión– propuestas mal informadas, no hacen sino acentuar la incertidumbre y crear falsas expectativas. Primero fue la Convención Constitucional, luego siguieron declaraciones “estrepitosas”, propuestas ministeriales que confunden (“Decálogo por una agricultura verde”) y programas escasa o malamente informados, que no hacen sino acentuar la incertidumbre y “sembrar” nuevas dudas (“Programa siembra por Chile”). Y, recientemente, la “guinda en la torta”: entrevista a Joao Intini, oficial de FAO, señalando que “existe inseguridad alimentaria en Chile, como también existe hambre…” (El Mostrador, 30 de abril). Esta entrevista plantea con candidez y crudeza la multiplicidad de factores que se articulan para crear esta situación que, digámoslo, es real.

Intentaré “desnudar” esta discusión y ponerla en perspectiva. Para empezar, durante las últimas décadas, Chile ha venido importando cantidades crecientes de alimentos y ello nos hace vulnerables a presiones externas o a las “volteretas” del mercado internacional. Ya nos ocurrió décadas atrás, con la suspensión de las “entregas” de alimentos del PL480 de los Estados Unidos, durante la administración del Presidente Allende y, ahora, con la desarticulación de las redes globales de producción y distribución, causada por la pandemia del COVID y por la guerra en Ucrania.

Sin embargo, no podemos olvidar que –en parte– ello también ocurre debido a nuestras políticas agrícolas, alimentarias y comerciales, que favorecen nuestra inserción en la economía global como productores y exportadores de recursos naturales, que privilegian la producción y exportaciones de frutas y productos forestales, por sobre la de alimentos de consumo básico. “Potencia Alimentaria y Forestal”: ¿Recuerdan este lema? Revisando el “Decálogo por una agricultura verde”, que publicó solo hace unas semanas el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, parecería que no hemos abandonado esta ruta al proponer: “… Convertirnos en los top 10 en frutas y vinos al 2030, y entrar a los top 20 en verduras, productos agroindustriales y artesanías”. Y “por la nuestra”, sin compañía.

La política comercial que hemos seguido, primero impulsó la reducción unilateral de aranceles y, luego, la apertura del mercado vía tratados comerciales. Fomentamos activamente las exportaciones frutícolas y –progresivamente– nos volcamos a producir y exportar frutas y menos alimentos para consumo interno. De hecho, en los últimos 20 años, las importaciones de alimentos crecen de tal manera que, en este período, se han más que cuadruplicado. En promedio crecieron de solo 1.836 millones de dólares (2002 – 2006) a más de 7.831 millones de dólares en el quinquenio de 2017 – 2021 (Base de dato, ONU-ITC). Podría ilustrar en detalle esta situación, pero me detendré solo en los aceites vegetales, muy de moda en estos días: las importaciones subieron de solo 15 millones de dólares a más de 329 millones de dólares, durante el mismo período. Curiosamente, las cifras del año 2021 superan los 512 millones de dólares (Códigos / arancel: HS1507 / 1512 / 1514), por lo que valdría la pena preguntarse los motivos de la aparente escasez y de las alzas en los precios.

En parte, el aumento de las importaciones de alimentos se explica por el crecimiento poblacional, aumento en los ingresos y cambios en hábitos de consumo. Otra parte importante también se explica por la caída en la producción nacional, debido a las dificultades para competir con productos importados más baratos. Y, en parte, además, debido a la falta de políticas y apoyos adecuados para incentivar la producción doméstica.

No es fácil llegar a información histórica estandarizada y comparable a lo largo de las últimas décadas. No obstante, la información de producción nacional disponible en la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa) es lo suficientemente clara para describir las principales tendencias en materia de producción de alimentos en Chile. Así, por ejemplo, según el Censo Agropecuario de 1976, Chile produjo cereales en un área equivalente a 843.102 hectáreas que, para el período 2017 / 2018, se redujo a solo 488.409 ha. Algo similar ha ocurrido con el área de cultivo de leguminosas (porotos, lentejas, garbanzos, arvejas, lupino y chícharos) y tubérculos (remolacha y papa), que se redujo de 210.891 hectáreas a solo 102,660 ha, en el mismo período. Por último, otro grupo de productos de interés corresponde a hortalizas, cuya área de cultivo –según el «Panorama de la Agricultura Chilena», de Odepa– habría caído de unas 130.895 ha, en 1994 -1995, a solo 77.221 en el año 2018.

Muy por el contrario, los productos orientados al mercado internacional han tenido una expansión “cuasi” explosiva. El área plantada con frutales habría crecido de solo 89.673 hectáreas en 1976, a 321.590 ha en el 2018, con las variedades más populares en los últimos años siendo las uvas de mesa, paltos, olivos, cerezos, nogales y arándanos. Algo similar ocurre con la producción de carne de cerdos, que creció de 235 mil toneladas/vara en 1998, a 534 mil en solo 20 años. A su vez, la carne de aves creció de 382 mil a 761 mil toneladas/vara, durante el mismo período.

En breve, los cambios en la producción de alimentos de consumo prioritario descritos arriba, NO son nuevos. Ha venido ocurriendo por décadas, como resultado de políticas agroalimentarias y comerciales que han fomentado y privilegiado la producción y exportación de frutas –y de productos de origen forestal– en desmedro de una política de producción y de acceso a los alimentos, sustentable en el tiempo. En los últimos 20 años, esto se ha profundizado con la firma de 31 TLC –que abarcan a más de 60 economías– y que han acentuado nuestra integración “unilateral” a la globalización, dejándonos muy expuestos a los vaivenes de la economía global. Y, todo ello, sin un “paraguas” de otras naciones –a nivel regional– que nos ampare como, de hecho, ocurre en la actualidad.

El “decálogo” anunciado por el ministro propone “recuperar al 2026 la producción de cereales, carne y leche que se ha perdido, según el Censo agrícola”. Lo siento, pero no me queda claro qué se propone con esto y, más importante, cómo se espera lograrlo. Para empezar, sería útil aclarar a cuál Censo se refiere el decálogo, pues, por ejemplo, la producción de leche, ya sea medida en “Recepción” o en “Producción Total” –aun cuando con fluctuaciones– ha venido creciendo, al menos desde 1998 (Odepa, “Panorama de la Agricultura Chilena”). Lo mismo ocurre con la producción de carnes, a no ser que se refiera solo a la carne de bovino. Hoy, la carne de aves es la de mayor consumo en Chile y su producción se ha duplicado en los últimos 20 años. Y, con el grado de apertura comercial actual, los compromisos adquiridos a través de los TLC, la inestabilidad del mercado internacional y las “anormalidades” de que padece, veo muy complicado competir masiva y exitosamente con productores globales, y así lograr los aumentos en la producción doméstica de cereales. Creo complicado poner sobre la mesa propuestas a “medio digerir”.

Quiero suponer que el “Decálogo” es solo la opinión personal del ministro. Sin embargo, ante la falta de información pública detallada acerca del “Programa siembra por Chile”, no puedo dejar de preguntarme cuál es la relación entre ambos. Creo de utilidad dar a conocer –en algún grado de detalle– qué vamos a sembrar, cómo se espera llevar adelante este plan y cómo espera sostenerlo en el tiempo. ¿O es solo un plan de trabajo temporal? De atenernos a lo señalado en el “Decálogo”, tiendo a suponer que el Programa, más allá de intentar enfrentar las dificultades actuales en materia de abastecimiento alimentario, es parte de su visión de largo plazo para avanzar en materias de “soberanía” y “seguridad” alimentaria. De ser así, creo que es el camino equivocado para aproximarnos a una oferta suficiente y estable de alimentos al alcance de todos los chilenos. Con mucho esfuerzo, puede llegar a ser solo un alivio, y una respuesta temporal.

En la actualidad, en Latinoamérica, el sector agrícola-alimentario es la actividad económica de mayor cobertura regional, y el intercambio comercial que resulta de esta actividad, es el de mayor porcentaje relativo en la región. Además, los países de la Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), como grupo, son excedentarios en la producción y exportaciones agroalimentarias. Durante los años que van desde 2017 al 2020, sus exportaciones alcanzaron un valor promedio de 212,760 millones de dólares, cifra que supera en tres veces el valor de las importaciones agroalimentarias. De hecho, con la excepción de los productos lácteos, la Asociación puede ser considerada autosuficiente en todos los principales alimentos.

Si no “revisitamos” nuestro modelo de inserción a la globalización y los ajustes que ya se ven en el “orden global”, vendrán tiempos difíciles. Sugiero recuperar nuestra vecindad en América Latina.  Ya tenemos acuerdos comerciales con la casi totalidad de los países de la región y un comercio que es prácticamente libre. Este puede ser perfeccionado estrechando las relaciones económicas y de cooperación regionales. Los principales alimentos de consumo regular están a nuestro alcance, pero deberemos organizarnos a nivel regional para un mayor grado de cooperación comercial y la organización de un mercado agrícola y alimentario realmente libre, que facilite el acceso a nuevas fuentes de alimentos y nos acerque a la “seguridad” y “soberanía alimentaria” que se propone alcanzar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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