Llamo al Gobierno a no dejar pasar la oportunidad, todavía en ciernes, que abrió la gente en la calle y que es la nueva Constitución. Ya se ha dicho hasta el hartazgo: no va a ser perfecta, pero es mejor que la del 80. Aunque eso no basta. Porque el problema no es la calidad del texto, el problema es la legitimidad que le vamos a conceder a ese texto los chilenos y las chilenas, porque va a ser en ese marco en el que nos vamos a (re)encontrar política y culturalmente. La Constitución debe ser un lugar para afirmarnos como ciudadanos. Debe ser un hito desde donde podamos mirar juntos el horizonte y, por eso, el Gobierno debe ser cauto en la manera en que enfrentará el desafío de su aprobación. Debe jugársela, pero debe también desterrar de la agenda esa idea que instalaron ellos mismos, sobre hacer del plebiscito del 4 de septiembre una suerte de gato por liebre, al proponerlo como un referéndum sobre su gestión. El egoísmo de la contingencia política no debe poner en riesgo un proceso trascendental como el que se nos viene.
El futuro de Chile se nos plantea con incertidumbres gigantes que, a estas alturas, probablemente no valga la pena siquiera enumerar, porque de tan presentes se nos han vuelto cotidianas. A nivel global, a las preguntas sobre cómo enfrentar el cambio tecnológico, la crisis medioambiental y la pandemia, se le suma ahora esa escalofriante sensación de guerra mundial que se apoderó del aire. A nivel local, a la crisis material (inflación, bajo crecimiento y caída de los salarios) y a la crisis social y política (la violencia en sus diferentes vertientes, por ejemplo) se le suma la que creo es la madre de todas las preguntas, la de la cultura: ¿dónde nos vamos a encontrar y reconocer los chilenos para enfrentar juntos tanta incertidumbre?
Probablemente, la mejor lección en la historia reciente sobre cómo las sociedades pueden desafiar las incertidumbres sea la de los Estados europeos, los que, después de la Segunda Guerra Mundial y agobiados sus ciudadanos ante la inseguridad provocada por la globalización de los procesos de mercantilización, decidieron resolver ese dilema, protegiendo. Debe ser deber del Estado y la misión de su gobierno proteger a su pueblo. Proteger a sus empresarios ante la incertidumbre de los mercados, y a los trabajadores y a los pobres frente a las crisis materiales. Gobernar es proteger.
Por eso quiero invitar al Gobierno del Presidente Boric a que, a casi cien días después de haber asumido, dé por fin ese paso y proteja efectivamente a los chilenos. Ya es tiempo. Claro, los Estados europeos, como todos los Estados del mundo, son artefactos arcaicos. Instituciones diseñadas en el siglo XIX, con las que tenemos que enfrentar las crisis del siglo XXI. Por eso este Gobierno no solo debe proteger, también debe transformar. La misión es proteger, pero ya no hay recetas y el Gobierno debe ser audaz en sus medidas y decisiones. El Gobierno debe transformar el Estado para proteger a los chilenos.
El Gobierno ha dejado pasar oportunidades prácticas y simbólicas para avanzar en ambos sentidos. Por ejemplo, la de liderar el retiro de los fondos que los chilenos tienen secuestrados por los dueños de las AFP. Era, estamos de acuerdo, una mala respuesta al problema, pero pese a eso era una respuesta infinitamente mejor que la desidia con la que se terminó actuando. Perdió la oportunidad, también, de dejar de ser ese Estado jerárquico y patriarcal que tanto criticó. Ese que lo resuelve todo a las patadas y bajando líneas, y volvió, como el de Piñera, a militarizar La Araucanía y la provincia de Arauco. El Gobierno se olvidó de darles una oportunidad a los territorios para que sean el lugar donde se resuelvan políticamente las aparentes contradicciones de vivir en libertad e igualdad (que no es homogeneidad). Las cosas no solamente se pueden hacer de otra manera: se deben hacer de otra manera. La realidad no es la terca. Tienen las herramientas.
Por eso llamo al Gobierno a no dejar pasar la oportunidad, todavía en ciernes, que abrió la gente en la calle y que es la nueva Constitución. Ya se ha dicho hasta el hartazgo: no va a ser perfecta, pero es mejor que la del 80. Aunque eso no basta. Porque el problema no es la calidad del texto, el problema es la legitimidad que le vamos a conceder a ese texto los chilenos y las chilenas, porque va a ser en ese marco en el que nos vamos a (re)encontrar política y culturalmente. La Constitución debe ser un lugar para afirmarnos como ciudadanos. Debe ser un hito desde donde podamos mirar juntos el horizonte y, por eso, el Gobierno debe ser cauto en la manera en que enfrentará el desafío de su aprobación. Debe jugársela, pero debe también desterrar de la agenda esa idea que instalaron ellos mismos, sobre hacer del plebiscito del 4 de septiembre una suerte de gato por liebre, al proponerlo como un referéndum sobre su gestión. El egoísmo de la contingencia política no debe poner en riesgo un proceso trascendental como el que se nos viene. Por eso, los desafíos urgentes son: proteger, transformar y aprobar.