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¿Quién gestiona el futuro? Opinión

¿Quién gestiona el futuro?

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Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Profesor e Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá. Ex embajador de Chile en Ginebra ante la OMC y organismos económicos multilaterales y en Montevideo ante la ALADI y el MERCOSUR.
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Poner todos estos avances en sintonía con la gestión del futuro es un desafío político, ético y organizativo que requiere de los líderes visión prospectiva y voluntad de cambio, acordes con una nueva realidad que puede ser positiva, o írsenos de las manos. Según el Millennium Project, si algunas tendencias emergentes de autoorganización, cooperación transnacional, crecimiento de Internet, energías alternativas, la ciencia cognitiva, ciencia de materiales, la biología sintética y la nanotecnología crecen y convergen, es posible un mundo diferente, que funcione y sirva al bienestar de todos.


La Organización Meteorológica Mundial (OMM) acaba de presentar, junto al secretario general de la ONU, el último informe sobre el estado del clima. Según este documento, siguen subiendo a niveles críticos cuatro de los indicadores del cambio climático: las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, la subida del nivel del mar, el calor acumulado en los océanos y la acidificación de los mares. Por otra parte, según destacó la FAO en el Día Mundial de las Abejas (20 de mayo), estas son responsables, con otros insectos y seres vivos, de cerca del 75% de la polinización de especies necesarias para la producción de alimentos y la biodiversidad. El objetivo 2 de los ODS, “hambre cero”, sería por lo tanto imposible de cumplir debido a la progresiva disminución y el riesgo de extinción de las abejas polinizadoras. La OMS afirma que la zoonosis, debida al descontrol ambiental, es la responsable de tres cuartas partes de todas las enfermedades infecciosas emergentes, que son de origen animal. Si añadimos a todo esto las catástrofes y desastres naturales, el crecimiento de la desigualdad de ingresos y de oportunidades, las guerras, crisis sanitarias recurrentes, migraciones ambientales, sociales o políticas, se conforma un escenario de riesgo mayor para el presente y el futuro de la especie humana.

Pese a todas las advertencias, estas situaciones suceden actualmente, y son ejemplos de que en el terreno de la ciencia y de la gobernanza global, están sucediendo cosas de las que no nos damos cuenta cabal. Una cierta trivialización de los riesgos y amenazas para la humanidad, y un inmediatismo que considera el futuro como un commodity y a la guerra como un videojuego, son percepciones extendidas que generan una irresponsabilidad comunitaria e intergeneracional.

Pero las cosas no tienen que ser así necesariamente, si se aprovechan debidamente los avances de la ciencia y la tecnología de hoy y del futuro, de manera que no sean excluyentes o amenazadores. Internet ha pasado de ser un depósito de información (Web 1.0) a un sistema participativo y más inteligente, que “sabe” el significado de la información que almacena y tiene la capacidad para tomar decisiones. Se expande la transmisión inalámbrica a todos los rincones, los teléfonos móviles facilitarán el acceso a la educación y los negocios a productores y poblaciones en general de ingresos más bajos. Pronto programas innovadores unirán a millones de personas de esos sectores y de los países menos adelantados a este verdadero “sistema nervioso” de la nueva era. Los «nanobots» podrán viajar por la sangre, destruir patologías, corregir el ADN e, incluso, revertir el envejecimiento. También podrán entrar al cerebro para una comunicación directa cerebro a cerebro, conectarlos a Internet y proporcionar una inmersión total en la realidad virtual, democratizando el acceso al conocimiento y ampliando nuestra capacidad mental. La Inteligencia Artificial permitiría que el cambio climático fuera contenido e incluso revertido.

Poner todos estos avances en sintonía con la gestión del futuro es un desafío político, ético y organizativo que requiere de los líderes visión prospectiva y voluntad de cambio, acordes con una nueva realidad que puede ser positiva, o írsenos de las manos. Según el Millennium Project, si algunas tendencias emergentes de autoorganización, cooperación transnacional, crecimiento de Internet, energías alternativas, la ciencia cognitiva, ciencia de materiales, la biología sintética y la nanotecnología crecen y convergen, es posible un mundo diferente, que funcione y sirva al bienestar de todos.

Pero mientras el futuro lo están gestionando los algoritmos de la mano de las plataformas tecnológicas y/o de grupos de interés privados, criminales, o gobiernos canallas que crean y mantienen guerras híbridas a destajo, el sistema internacional no cuenta con Unidades de Prospectiva centralizadas –como ha propuesto a la ONU el Millennium Project– que reúnan equipos de especialistas para la observación de tendencias y crear escenarios de futuro a partir de realidades posibles, de manera de informar e influir en las políticas públicas globales y locales que modulen los acontecimientos, y generen condiciones para que las cosas sucedan local y globalmente conforme a escenarios de futuros posibles y deseados.

Lo mismo pasa en Chile. Carecemos de una estructura y un sistema de Prospectiva Estratégica del Estado, como ocurre cada vez más en otros países, e incluso en la Unión Europea, que abarque las iniciativas hoy dispersas y descoordinadas. El Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia ha propuesto –sin éxito–, desde su creación en el 2014, y ahora a la Convención Constitucional, la incorporación de la gobernanza anticipatoria en la Constitución para generar institucionalmente un sistema y una estructura permanentes de Prospectiva Estratégica. Hemos hecho llegar la misma propuesta al Ejecutivo e instancias legislativas. Esperamos que en algún momento se produzca un consenso que permita que gestionemos el futuro, en lugar de que se nos venga encima, como ha sucedido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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